martes, 13 de mayo de 2014

Volver a ser niño

Por Luis Zandri

Nací el 20 de marzo de 1944 en la zona norte de Rosario, precisamente en Cortada “E” nº 735, barrio Arroyito (actualmente es Pasaje Argerich, barrio Lisandro de la Torre). Éramos una familia de clase media. Mi padre era ferroviario, mi madre ama de casa y tres hijos, Nelly, Aurelia y yo, el benjamín de la familia.
Mis recuerdos comienzan desde mis 5 años, época en que tenía un triciclo rojo y al que disfruté varios años recorriendo de punta a punta la extensión de mi calle, que era de una sola cuadra, ubicada entre Juan José Paso y Reconquista.
No había dinero para juguetes caros así que había que aguzar el ingenio para entretenerse y divertirse. Todavía no existían el jardín de infantes ni el preescolar, por lo que todos mis juegos se desarrollaban en casa o en las veredas de la cuadra.
Pelotas, soldaditos de plomo o de plástico y chapitas de gaseosas, con los cuales formaba ejércitos para las batallas. Mi poder de fuego era un cañoncito de plomo color verde accionado por un resorte, las balas eran carocitos de aceitunas; y autitos y camioncitos de plástico y algunos juegos de mesa, que fueron variando según mi edad, componían mi stock de juegos.
Justamente a los 5 años (1949), fue cuando conocí a la que después sería mi esposa. Un día llegó un camión de mudanzas con la familia que venía a habitar una casa nueva construida con el plan quinquenal del presidente Juan Domingo Perón.
Yo me acerqué y pregunté: “¿Señora Ud. tiene algún hijo varón? Porque aquí no tengo ningún chico para jugar”. “No -respondió ella- tengo solo una nena”. Entonces la vi, era rubia con sus cabellos ondulados, vestía un jardinero celeste, blusa blanca y un sombrero de paja rafia de ala ancha. Tal vez exagero, pero creo que en ese momento me enamoré por primera vez. Fuimos amigos íntimos, luego novios y por último esposos.
El hecho es que ella se sumó a las demás niñas que vivían en la cortada hasta llegar a ser 8 y yo no tenía más remedio que jugar con ellas. De manera que, a medida que iba transcurriendo el tiempo, la rayuela, la popa mancha, las escondidas, el patrón de la vereda, el “Martín pescador”, saltar con la soga y algunos más eran nuestros juegos con los que pasábamos alegres y divertidas tardes casi todos los días. Con una de ellas, Ana María se llamaba, jugábamos a “las cabezas” con una pelota de goma “Pulpo” ,marca famosa, y lo hacía muy bien, tanto que me costaba ganarle.
Cuando éramos más grandecitos organizábamos en casa de Lidia, mi preferida, hacíamos funciones de títeres. Preparábamos sándwiches, algunas golosinas y jugos o gaseosas, dos o tres del grupo realizaban la función con títeres hechos por nosotros y el resto hacían de espectadores. A veces invitábamos a otras chicas del barrio y les cobrábamos una monedita para presenciar la función con merienda incluida.
Cuando tenía 9 años (1953) vino a habitar a nuestra cortada una familia de Goya (Corrientes), que tenía un único hijo varón de 14 años, Horacio; y, al poco tiempo, enfrente de ellos su mudó otra familia proveniente de Coronel Bogado (Sta. Fe) con varios hijos. El menor era de mi edad, se llamaba José, apodado “Gitano”. ¡Por fin! Tenía dos varones para jugar. Y así fue que nos hicimos amigos y disfrutamos muchos años, sobre todo jugando al fútbol.
En un momento habíamos creado un metegol casero: una tabla de más o menos 50 centímetros de largo por 30 centímetros de ancho era la cancha pintada como marca el reglamento, con sus arcos y redes. Los jugadores eran rodajas de palos de escoba con las camisetas pintadas con los colores de los equipos que cada uno elegía. Los arqueros eran de plastilina,
Y la pelota un botón impulsada por un palito de la ropa desarmado. Era muy divertido y teníamos que emplear mucha habilidad para hacer los pases y patear al gol.
A la vuelta de mi casa estaban las vías del Ferrocarril Mitre y la calle Corazzi (hoy Avenida La Travesía), que era de tierra. Entre la calle y las vías, que estaban elevadas por un terraplén, había una franja de terreno de unos 30 metros de ancho separada de la calle por un alambrado de púas. En la extensión de la cuadra desde Juan José Paso hasta Reconquista estaba la garita del guardabarreras, un grupo de árboles que daban unos frutos silvestres de color rojo que nosotros comíamos, un gran cañaveral y por último una canchita de fútbol, donde casi todos los días nos trenzábamos en interminables partidos. El problema era cuando la jugada era junto al alambrado, a veces se pinchaba la pelota y otras salíamos lastimados. Lo mismo ocurría cuando alguno de los jugadores tenía que pasar entre los alambres para ir a buscar a la pelota que se había ido hacia para la calle.
Al fondo de mi casa, separados por un empalizada de chapas vivía la familia Urbinati, que tenían 4 hijos. Nos hicimos amigos con los dos mayores, Chichín y Pepe, me hice muy amigos de ellos, sobre todo con Pepe. Con ellos nos trepábamos a cuanto árbol se nos presentara. En ese grupo de árboles cerca del guardabarreras, cada uno tenía el suyo, así que de un árbol a otro nos comunicábamos por medio de tapas de cajitas de talco provistas por nuestras madres conectadas con piolín, y eran nuestros equipos de comunicación para las batallas. Al pie de cada árbol, cada uno de nosotros tenía oculto su “tesoro”, en un pocito debajo del tronco donde poníamos nuestras chucherías.
Nos juntábamos con los demás chicos del barrio y en el cañaveral hacíamos casitas, Las paredes y techo con las cañas, que estaban sujetadas con las mismas hojas de la planta. El reglamento era no utilizar ninguna herramienta ni ningún elemento extraño.
Cuando éramos muchos chicos, 12 o más, formábamos 2 bandos y jugábamos a policías y ladrones o a cowboys e indios. Las cañas eran las lanzas, las manos los revólveres y las piedras junto a las vías del tren los proyectiles. Estaba permitida la lucha cuerpo a cuerpo, no así las trompadas. A veces, alguno salía lastimado, por alguna mala caída o rodada, por las “lanzas” o un piedrazo.
Detrás del terraplén había un zanjón con agua non sancta que venía de la fábrica de aceites “Santa Clara”, que en esa época y durante muchos años estuvo en la esquina de mi calle, ubicada en la manzana comprendida por las calles Juan José Paso, cortada Suiza, Carrasco y Corazzi. En ese zanjón pescábamos ranas, improvisando una caña con un palo con un hilo en un extremo y un pedacito de carne usado como carnada. A medida que sacábamos una, las íbamos depositando en una media de mujer provista por nuestras madres, atada a nuestra cintura.
Con Pepe y Chichín, con autitos de plástico preparados para correr poniéndoles plastilina y plomo abajo para que no volcaran, corríamos carreras en los cordones de las veredas y en la casa de ellos teníamos preparada una pista con puentes, túneles, curvas, zonas pantanosas y pendientes donde realizábamos emocionantes carreras. A veces venía un tío y ponía un premio en efectivo para darle más emoción.
Otros juegos eran la payana (con 5 carozos de ciruela), la billarda, en el que con un palo tipo bate de béisbol había que pegarle a otro de unos 20 centímetros hecho con palo de escoba afinado en sus puntas y arrojarlo lo más lejos posible. Era peligroso, porque a veces podíamos lastimar a alguien o romper el vidrio de la ventana de algún vecino, así que teníamos que tener mucho cuidado para no tener problemas; y las bolitas y figuritas con todas las variantes de juego en cada una de ellas.

Escribiendo esta pequeña gran historia ciento deseos de volver a ser niño para revivir esos tiempos tan felices de mi existencia, aunque siempre decimos que en un rincón de nuestros corazones seguimos siendo niños y yo creo que así es.

3 comentarios:

  1. ¡Que lindos recuerdos, y que bien lo pasábamos, nunca estábamos aburridos...
    No podía recordar como se llamaba el juego, ya que nadie lo recodaba, "La billarda" si habremos rotos vidrios en el barrio...
    Gracias por la nostalgia, un abrazo.

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  2. LUIS ALBERTO ZANDRI28 de mayo de 2014, 0:37

    Gracias por tu comentario tocayo. Asì es, dan ganas de volver a esa edad donde lo ùnico que nos importaba ademàs de la escuela era ir a jugar con nuestros amigos.

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  3. Hola usted no es familiar de mi abuelo Aldo zandri

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