miércoles, 7 de mayo de 2014

Estoy convencida de que yo fui hecha en casa

Por Ana Teresa Padovani
anatepadovani@hotmail.com

Papá me contaba esta historia desde muy niña. Ellos vivían en San Lorenzo, al sur de la provincia de Santa Fe, cuando lo que hoy es una hermosa ciudad, era un pequeño pueblo… Él me decía: “Mamá y yo, deseábamos tener un bebe. Entonces, una mañana escribimos una larga carta a París (porque en ese tiempo, año 1947, parece que todos los niños venían de allá).
Una noche mientras dormíamos sentimos un ruido. Me levanté… y sobre la claraboya del baño… estaba muy parada una cigüeña… se la veía cansada…cuando me vio, desenrolló un trapo blanco que colgaba de su pico…y de allí salió una hermosa bebé…y cayó en los brazos de mamá y papá…y en ese momento supieron que se habían convertido en papis….y con ese enorme gesto de amor, empezaba tu vida….”
Nunca me faltó nada. Tampoco me sobró. Papá era empleado. Mamá se ocupaba de nosotros, un hermano mayor y yo. Nada se compraba. Todo se hacía en casa, desde la comida hasta la ropa, pasando por tanta otras cosas.
En el patio teníamos un enorme gallinero, con gallos, gallinas, pollitos, patos y alguna vez un pavo. Ellos nos proveían lo necesario y era un placer todos los días ir a recoger los huevos al nido. Cierro los ojos y aun siento ese olorcito a paja tibia que lo caracterizaba…
No faltaba la pequeña quinta y algunos árboles frutales, que nos servían para jugar a los vaqueros, imitando a los artistas de las viejas películas del oeste, donde los caballos eran las viejas escobas, las balas, alguna mandarina caída del árbol.
¡Los juguetes eran lo que había! Todo servía: los trapos para fabricar las muñecas, las latitas para preparar su comida, como si no hubiera existido la palabra, hoy tan exigente, “cómprame”.
La mesa era el lugar más seguro de encuentro. Cada uno tenía su lugar y su tarea. Uno ponía la mesa, otro la levantaba y nadie osaba protestar o dejar de hacerlo, pues una mirada de mi padre, bastaba, aunque no recuerdo que alguna vez nos levantara la mano para castigarnos.
Mi hermano jugaba al futbol, en la galería de casa, ya por el año 1955, con círculos de cartón que el mismo cortaba de viejas cajas y las pintaba con los colores de sus cuadros preferidos, hacía el arco con escarbadientes, las tribunas…y él era el relator y con su voz imitaba la gente enfervorecida.
Si se cortaba la luz, aparecía en la mesa, el candil, que ha quedado en mi recuerdo como una de esas cosas sin edad. Era a querosén y tenía la capacidad de alumbrar en silencio. Se encendía y se colocaba al centro de la mesa; y, mirando su llamita, imaginábamos historias de casas embrujadas. O, quizá, nos hacía atados a tiempos más viejos, a un sentir con raíces. Pues había sido de la abuela.
La noche nos encontraba juntos, cerca de la vieja radio, escuchando atentos “Los Pérez García”, la novela de la época o el “Glostora Tango Club”; y la lluvia también era compartida por todos rodeando la olla donde se freían los pastelitos…
Lo que sucedía con estas cosas, ocurría también con los alimentos. A papá le encantaba la caza y en mayo, y con mucho frío, marchaba en busca de perdices y liebres, que nos servirían para pasar buena parte del invierno. Era una fiesta verlo llegar cargado de esos bichos, que afanosamente mamá los preparaba en escabeche, pues no había ni heladera ni frízer. Pero igual todo se solucionaba y lo que sobraba se compartía con los vecinos, en eso tan lindo de aprender a dar sin esperar nada a cambio.
Con el tiempo, todo fue cambiando, el barrio creció y llegó la heladera. La primera, a hielo, la teníamos en el lavadero. Después, la más moderna; y lo que antes se compartía se empezó a conservar.

Esto es una pequeña parte de lo que fue mi infancia, como se vivía allá por los años cincuenta. Sin apuro, sin estrés, sin corridas, conformándonos con lo que había y, sobre todo, en mi experiencia, siempre sintiéndome, amada, muy amada por mis padres. Y ese amor siempre me mantuvo en pie, aun en los momentos más difíciles e hizo de mí, la persona que hoy soy.

5 comentarios:

  1. Ana muy bello tu relato, ¡cuánto nos parecíamos ! valores como la sencillés, la humildad, la solidaridad eran moneda corriente.
    No estoy en contra del progreso, para nada, si del consumismo desmedido y de tanta individualidad. Quiero volver a ver "La Familia Ingals!" Besos

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  2. Muy bello recuerdo Ana, para quienes vivimos aquella década donde la familia era el núcleo principal para una sociedad donde no primaba el consumismo y los valores eran otros.
    Me encantó. Un abrazo.

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  3. muy lindo ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

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  4. Ana, me costó leerte, el recuerdo de esos tiempos me emocionaron, y una lagrima se me escapó casi sin querer.
    Gracias por tu ternura.!
    Maria Rosa Fraerman

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  5. Gracias,a mi tambien se me escapa un lagrimon en tan lindos recuerdos...

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