Por Susana O.
—Mamá, por qué tía Águeda no
estudió como las otras tías o como vos?
—No sé… Tal vez no era tan
inteligente… Vos viste, Isabel escribe, ha publicado varios libros de cuentos
para chicos, además pinta… María Ignacia es tan hábil con la costura, Palmira
toca el piano que es una maravilla y ella… no sobresalía en nada, no quería
estudiar…
—Pero, mamá. Ella es tan
inteligente como las demás: lleva toda la casa, la organiza, maneja los pagos
de las facturas, los impuestos, las compras… ¿Por qué ella no es maestra como
todas las Castillo?
—Qué sé yo, nena. Ella fue a la
Escuela Industrial. Allí le enseñaron costura, tejido, bordado, economía
doméstica, puericultura…
—Claro, no era la escuela Normal
de maestras. La preparaba para trabajar en la casa, no para ser independiente.
Ella maneja una casa pero para otros. No es la suya…
—Bueno, ella nunca se quejó.
Siempre fue así, está bien así para ella. Es su casa, su familia. Todos la
queremos mucho, la mimamos y le estamos agradecidos por su ayuda…
—Claro, pero ella maneja el
dinero que le dan las otras tías, ella no tiene dinero propio. Tampoco tiene
sábados, domingos. Peor esos días, tiene más trabajo. No tiene amigos, no sale
nunca, excepto para hacer las compras para la casa. Y si va de vacaciones sigue
trabajando como si estuviera en Rosario mientras todas las otras disfrutan…
—Ella también disfruta…
—Contame por qué rechazó a ese
novio que tuvo, yo era muy chica, pero me acuerdo que la visitaba. ¿Cómo se
llamaba? Baldomero… Ay, qué nombre, ja, ja. Me acuerdo que todas se morían de
risa porque la llamaba “mi palomita”. ¡Qué malas todas! Mamá, vos también ¿eh?
Y cuando pronunciaba mal y decía “la canoba”. O se comía las letras “Traje
galletitas pa’ los chicos”… Claro, todas ustedes eran maestras o futuras
maestras… y él… era constructor. “Ya tengo la casa. Me falta la palomita”… Y
todas se morían de risa, escondidas o en la cara de él. Claro, el hombre se
espantó. Me acuerdo que una vez María Ignacia le preguntó mientras estábamos
cenando: “Oiga, Baldomero, por qué no lleva a su palomita a pasear en la
canoba?” Y todas se tuvieron que levantar de la mesa con cualquier pretexto
porque se ahogaban de la risa… Cómo no se iba a escapar.
—No… la tía Águeda lo rechazó
porque ella quiso rechazarlo, no porque él se escapó… No sé, no lo querría…
—Sí lo quería. Acordate cómo se
vestía y se pintaba los labios para recibirlo. Fijate, ella tendría su familia,
sus hijos, su casa. No estaría trabajando para sus hermanas.
—Mirá nena. Cuando murió papá,
tan joven, solamente trabajaba José, pero estaba de novio y se casó tan pronto.
Así que quedó mamá con sus hijas. Águeda no era la mayor, pero Sara estaba de
novia y se casó unos seis meses después de lo de papá. Así que quedó Águeda
para ayudar a mamá. Mamá era modista y trabajaba todo el día, así que Águeda se
ocupaba de la casa.
—¿Por qué le corrieron a ese
novio que tenía?
—Mirá, si ella hubiera querido o
él, se habría casado lo mismo a pesar de que nosotras nos divertíamos con él.
Éramos jóvenes y teníamos la risa fácil…
—De papá también se reían, ¿no es
cierto?
—Sí… ja, ja. Decían que tenía el
pie muy chico y que los pantalones le tapaban el zapato. Y siempre hablaban del
tamaño de los pies y de lo que era conveniente… Ya ves, tu papá no se corrió y
se casó igual
—¿Y del novio de tía Palmira?
—Ja, ja… Me hacés acordar de tantas
cosas… También nos reíamos. Él tenía la costumbre de carraspear muy seguido y
entonces, en la mesa era un coro de toses y de risas… Éramos jóvenes y no
medíamos las consecuencias… Pero mirá, Palmira se casó. En fin. No creo que
Baldomero y Águeda se dejaran porque nos reíamos. Águeda lo dejó. Eligió la
vida que tiene. Mamá luchó mucho, trabajó duro y le dio carrera a sus hijos.
Águeda, todavía hoy, sigue ayudando a mamá.
—Pobre tía Águeda. Se conforma
con mantener la casa de sus hermanas y de recibir los besos rápidos de los
sobrinos siempre apurados… ¿Ella eligió? ¿La obligaron? ¿Las circunstancias la
llevaron a renunciar a su vida? ¿Al amor? ¿A los hijos? Tengo imágenes de mi
infancia y de tía Águeda. Recuerdo con dolor a tía corriendo las gallinas en el
gallinero para matar una. En un tiempo las mataba la abuela, pero después todas
estuvieron de acuerdo que tía Águeda tenía que encargarse de matarlas. La
abuela estaba grande- decían. Me acuerdo un día –vos estabas en la escuela,
mamá– la tía había elegido una gallina… un alboroto terrible en el gallinero,
corridas por todas partes, desparramo de plumas… Salió tía Águeda llevando una
bataraza por las patas… Había que matarla… Le torció el cuello suavecito y la
largó. La gallina se tambaleaba como si estuviera borracha y tenía la cabeza
colgando para un costado… Tía Águeda preguntaba… ¿Está muerta? ¿Está muerta? Y
se tapaba los ojos, no miraba… Pobre tía… Todos aconsejaban… Torcé otro poquito,
agarrá la cuchilla y cortale la cabeza… Correla y apretale el cuello… Consejos…
pero nadie ayudaba y tía Águeda estaba llorando con la cara oculta en sus
manos. Esa vez tía corrió la gallina, la cazó, la llevó a la cocina, puso la
tabla de picar carne y trató de poner la gallina con la cabeza hacia la pileta…
No fue fácil, se revolvía como loca,,, Y después… chaf… un cuchillazo, y cayó
la cabeza y un chorro de sangre ensució toda la mesada porque tía Águeda había
soltado el cuerpo que se debatía por todos lados hasta que quedó quieto…
Tía regresó a la cocina… Ahora
había que abrirla, limpiarla, desplumarla… Tengo la imagen de tía con un
repasador en la falda, arrancando las plumas que caían en un tarro y el olor… a
plumas mojadas, a quemado, a tripas…
Imágenes del pasado, de mi infancia, recuerdos
calientes, vívidos, amados.
(*)En este relato Susana recrea diálogos familiares
Susana tu decir es formidable, tu lectura atrapa, imagino que esto es parte de un libro.
ResponderEliminarMe ilusiono juntar todo lo que tengo sobre mis tías solteras y que me quede un trabajo más completo que lo que publico acá.... Son ilusiones. El tiempo dirá qué pasa...
EliminarSusana Olivera
Susana, la tía Agueda, me parte el alma. Qué vida de entrega y sacrificio. Y pensar que viviendo así, terminaban conformándose. Hermoso y triste relato. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarSí, Ana María. Siempre me fascinó su vida y su relación de tanto afecto con la familia. No puedo dejar de escribir sobre ella. Gracias por leer mis textos
ResponderEliminarSusana me gusta mucho tu forma de relatar y esa tía, ya querida por mi, es una ternura
ResponderEliminarElena Itati Risso