Por Nora
Nicolau
Cierto día
al regresar de la escuela y entrar a casa escuché a mi madre comentar asombrada
sobre el “El loco Berni”, su compañero de los bailes juveniles. Él se había
casado por segunda vez. No entendí por qué le había impresionado tanto esa
noticia. Al pasar los años me enteré por familiares y amigos que el joven Berni
pasaba sus vacaciones en Roldán. En esa localidad estaba afincada la familia de
inmigrantes suizos franceses en la cual había nacido mi madre. Antonio
Berni (1905-1981) iba de visita a casa de familiares, y se conocieron en las
kermeses y otras fiestas que se realizaban en el pueblo. Elena, mi madre,
no pasaba desapercibida porque su belleza física y espiritual hacía atractiva
su figura y fascinaba al ya incipiente artista plástico. Su tez muy blanca, los
cabellos muy rubios ondulados y unos luminosos ojos celestes encendían su
mirada y su alma.
Mi madre era
muy expresiva, se comunicaba muy bien con las personas y era muy alegre. Vivió
su infancia y juventud en la chacra de sus padres y cursó hasta cuarto grado.
En la familia, era la penúltima hija del matrimonio y conoció cinco hermanos,
aunque mi abuela dio a luz nueve hijos. Como era muy frecuente en aquellos años,
dos niños habían fallecido muy pequeños y otra hermana de veinte años se había
suicidado, según cuenta la tradición familiar, por temor al cometa Halley anunciado
antes y aparecido en 1910.
Poco supe
sobre la vida de mi madre, comentado por ella o por mi padre, porque como hijos
de inmigrantes no estaban acostumbrados a contar nada de su personalidad ni de
sus antepasados. Además, la fotografía era poco usada.
Daba la
impresión de que era una persona muy feliz. Era protegida especialmente por su
hermano mayor y supo disfrutar de la vida dura del campo. Más difícil fue su
vida matrimonial, aquí en Rosario, donde demostró gran fortaleza e
inteligencia. Tuvo que acostumbrarse a la vida de ciudad; a otra familia, la de
mi padre, con costumbres y nacionalidades distintas a las suyas. Mi abuelo paterno
era español de Mallorca y su esposa argentina, descendiente de italianos.
Además compartían la vivienda que estaba unida al negocio familiar abierto todo
el día, hasta los domingos a la mañana, en los primeros años de su matrimonio. Mi
madre se fue integrando al barrio y, con esa sencillez y transparencia de la
gente del campo, era reconocida y muy apreciada.
La primera
década de su vida en Rosario, con dos niñas que pudo dar a luz en el comienzo
de su adultez, entre los treinta y cuarenta años, fue construyendo con mi padre
una familia muy trabajadora, rodeada de parientes y en comunicación con muchas
personas durante el día.
En relación
con mi padre es curioso saber que habían nacido en el mismo año con un mes de
diferencia y fallecieron en el mismo año, con un mes de diferencia. Estuvieron
siempre juntos, porque trabajaban en el negocio familiar contiguo a la casa
paterna.
Cuando
nosotras, mi hermana y yo, éramos aún niñas, mi padre enfermó y todo fue
cambiando. Ella cuidó a su esposo durante diecisiete años, día y noche y cuando
iba ingresando a la tercera edad, con sesenta y dos años, falleció un mes antes
que mi padre.
Nunca perdió
sus buenas maneras y su don de gente. Jamás comentó fuera de su casa sus
pesares, que eran muchos. Ni los familiares sabían las penurias que fue
pasando. El negocio se cerró y nadie trabajaba en la familia, porque a mi padre
le prohibieron hacer trabajo físico y mental.
Allí,
apareció su fortaleza.
Tuvo que
hacer trámites desconocidos para ella en las reparticiones oficiales, ordenar
toda la familia y acompañar la enfermedad de su esposo junto con mis
operaciones de columna, que se sucedieron en dos años de sufrimiento intenso.
Otra imagen
que tengo muy presente de mi niñez era su interés por la educación. Se
levantaba a las seis de la mañana y comenzaba a despertarnos para ir a la
escuela siempre silbando o tarareando y, mientras yo desayunaba, ella leía el
diario que llegaba todos los días a casa. Hoy, yo soy adicta a la lectura de
los diarios. Acompañó nuestras tareas escolares con el temor de no saber y nos
dejó marcado su interés por conocer y aprender.
No
participaba en política, pero sufrió la interferencia de la misma en su vida
cotidiana porque estábamos controlados y perseguidos por la “jefa de manzana”
peronista que estaba diariamente hablando por teléfono en nuestro negocio. A mi
madre le interesaba la lectura del Boletín de las sesiones de la Cámara de
Diputados, que recibía puntualmente por correo.
En las
reuniones familiares discutía de política acaloradamente con un cuñado, aquí en
Rosario, y con su hermano mayor, en Roldán, porque eran fanáticamente
peronistas. Estaba bien preparada y tenía fundamentos para ser opositora a ese
movimiento.
Este fue
otro de sus legados que inconscientemente nos dejó.
Al recordar algunos aspectos de la vida de mi madre
les he mostrado mi “superyó”, según la Psicología. Es decir, lo que todos
llevamos heredados de nuestros padres y de la cultura que recibimos.
Un ejemplo de lucha, típico de las mujeres de la época.Dejaron un legado que algunos por suerte supimos entender.
ResponderEliminarMuy bueno. Un abrazo.
Nora, como decís "inconscientemente", sin darnos cuanta a veces, los hijos somos receptores de esos legados y muchas veces reflejo de nuestros padres. Me encantó tu relato!
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