martes, 28 de octubre de 2014

El legado de mi madre

Por Nora Nicolau

Cierto día al regresar de la escuela y entrar a casa escuché a mi madre comentar asombrada sobre el “El loco Berni”, su compañero de los bailes juveniles. Él se había casado por segunda vez. No entendí por qué le había impresionado tanto esa noticia. Al pasar los años me enteré por familiares y amigos que el joven Berni pasaba sus vacaciones en Roldán. En esa localidad estaba afincada la familia de inmigrantes suizos franceses en la cual había nacido mi madre. Antonio Berni (1905-1981) iba de visita a casa de familiares, y se conocieron en las kermeses y otras fiestas que se realizaban en el pueblo. Elena, mi madre, no pasaba desapercibida porque su belleza física y espiritual hacía atractiva su figura y fascinaba al ya incipiente artista plástico. Su tez muy blanca, los cabellos muy rubios ondulados y unos luminosos ojos celestes encendían su mirada y su alma.
Mi madre era muy expresiva, se comunicaba muy bien con las personas y era muy alegre. Vivió su infancia y juventud en la chacra de sus padres y cursó hasta cuarto grado. En la familia, era la penúltima hija del matrimonio y conoció cinco hermanos, aunque mi abuela dio a luz nueve hijos. Como era muy frecuente en aquellos años, dos niños habían fallecido muy pequeños y otra hermana de veinte años se había suicidado, según cuenta la tradición familiar, por temor al cometa Halley anunciado antes y aparecido en 1910.
Poco supe sobre la vida de mi madre, comentado por ella o por mi padre, porque como hijos de inmigrantes no estaban acostumbrados a contar nada de su personalidad ni de sus antepasados. Además, la fotografía era poco usada.
Daba la impresión de que era una persona muy feliz. Era protegida especialmente por su hermano mayor y supo disfrutar de la vida dura del campo. Más difícil fue su vida matrimonial, aquí en Rosario, donde demostró gran fortaleza e inteligencia. Tuvo que acostumbrarse a la vida de ciudad; a otra familia, la de mi padre, con costumbres y nacionalidades distintas a las suyas. Mi abuelo paterno era español de Mallorca y su esposa argentina, descendiente de italianos. Además compartían la vivienda que estaba unida al negocio familiar abierto todo el día, hasta los domingos a la mañana, en los primeros años de su matrimonio. Mi madre se fue integrando al barrio y, con esa sencillez y transparencia de la gente del campo, era reconocida y muy apreciada.
La primera década de su vida en Rosario, con dos niñas que pudo dar a luz en el comienzo de su adultez, entre los treinta y cuarenta años, fue construyendo con mi padre una familia muy trabajadora, rodeada de parientes y en comunicación con muchas personas durante el día.
En relación con mi padre es curioso saber que habían nacido en el mismo año con un mes de diferencia y fallecieron en el mismo año, con un mes de diferencia. Estuvieron siempre juntos, porque trabajaban en el negocio familiar contiguo a la casa paterna.
Cuando nosotras, mi hermana y yo, éramos aún niñas, mi padre enfermó y todo fue cambiando. Ella cuidó a su esposo durante diecisiete años, día y noche y cuando iba ingresando a la tercera edad, con sesenta y dos años, falleció un mes antes que mi padre.
Nunca perdió sus buenas maneras y su don de gente. Jamás comentó fuera de su casa sus pesares, que eran muchos. Ni los familiares sabían las penurias que fue pasando. El negocio se cerró y nadie trabajaba en la familia, porque a mi padre le prohibieron hacer trabajo físico y mental.
Allí, apareció su fortaleza.
Tuvo que hacer trámites desconocidos para ella en las reparticiones oficiales, ordenar toda la familia y acompañar la enfermedad de su esposo junto con mis operaciones de columna, que se sucedieron en dos años de sufrimiento intenso.
Otra imagen que tengo muy presente de mi niñez era su interés por la educación. Se levantaba a las seis de la mañana y comenzaba a despertarnos para ir a la escuela siempre silbando o tarareando y, mientras yo desayunaba, ella leía el diario que llegaba todos los días a casa. Hoy, yo soy adicta a la lectura de los diarios. Acompañó nuestras tareas escolares con el temor de no saber y nos dejó marcado su interés por conocer y aprender.
No participaba en política, pero sufrió la interferencia de la misma en su vida cotidiana porque estábamos controlados y perseguidos por la “jefa de manzana” peronista que estaba diariamente hablando por teléfono en nuestro negocio. A mi madre le interesaba la lectura del Boletín de las sesiones de la Cámara de Diputados, que recibía puntualmente por correo.
En las reuniones familiares discutía de política acaloradamente con un cuñado, aquí en Rosario, y con su hermano mayor, en Roldán, porque eran fanáticamente peronistas. Estaba bien preparada y tenía fundamentos para ser opositora a ese movimiento.
Este fue otro de sus legados que inconscientemente nos dejó.  
Al recordar algunos aspectos de la vida de mi madre les he mostrado mi “superyó”, según la Psicología. Es decir, lo que todos llevamos heredados de nuestros padres y de la cultura que recibimos. 

2 comentarios:

  1. Un ejemplo de lucha, típico de las mujeres de la época.Dejaron un legado que algunos por suerte supimos entender.
    Muy bueno. Un abrazo.

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  2. Nora, como decís "inconscientemente", sin darnos cuanta a veces, los hijos somos receptores de esos legados y muchas veces reflejo de nuestros padres. Me encantó tu relato!

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