Por Carmen G.
Estuvo bueno eso de empezar a trabajar en la administración,
porque así pude ser arte y parte, y llegué a conocer intimidades que, de haber
estado desde el comienzo en la biblioteca, jamás hubiera sido posible. Tampoco
habría crecido en mí ese sentimiento tan fuerte de pertenencia. ¡Allí estaba
“la cocina” de la Vigil!
Insólitamente, vivíamos y crecíamos gracias al alto rédito
que obteníamos de la “Gran rifa de la Biblioteca Constancio Cecilio Vigil”.
Allá, enfrente, cuando todavía estaba en la vecinal, las rifas eran modestas:
motos, algún electrodoméstico, un tele.
Pero al cruzar la calle las necesidades eran mayores y las rifas pasaron a ser
mucho más ambiciosas. Se comenzó con rifas que duraban un año, con sorteos semanales
que incluían autos Fiat 600, tocadiscos, muebles, libros, etcétera; mensuales
con Renault l2, etcétera, etcétera; y un premio final con departamentos, autos,
lanchas, viajes, todo de “alta gama”. Luego las rifas pasaron a tener una
vigencia de dos años. Se vendía en toda la provincia de Santa Fe y en muchas
otras; incluso, intervino en su venta Argentores, asociación con asiento en
Buenos Aires, que reunía a los actores de la República Argentina. Durante
varios años tuvimos tres bonos en vigencia al mismo tiempo, ya que mientras
terminaba el primero, empezaba la venta del tercero, que incluía premios
previos a los de los sorteos oficiales; y el segundo tenía un año más de
carrera.
Transitábamos una Argentina complicada. Sometida por
gobiernos de facto y con parte del pueblo, entre los que figuraban obreros,
estudiantes e intelectuales, organizando una respuesta popular, formando e
integrando, muy calladamente, fuerzas revolucionarias. El grueso de la
población estaba como al margen. La gente confiaba en la Vigil, que jugaba limpio; y, así, la rifa, exenta de impuestos, se
convirtió en “la gallina de los huevos de oro”.
Al tiempo de estar en la Recepción, me trasladaron a una
sección que llamábamos Cobranza Interior. Allí, los vendedores y cobradores de
todo el interior rendían semanalmente las rifas vendidas y las cuotas cobradas.
Éramos cuatro personas trabajando doce horas diarias, recibiendo dinero
permanentemente. Traten de imaginar. ¡Seguro que se quedan cortos!
Desde siempre y por siempre la prioridad número uno fue
invertir en educación y cultura. Por eso, la biblioteca, el jardín de infantes,
las escuelas primaria y secundaria, la universidad popular y la editorial
fueron los primeros emprendimientos. Nombres como los hermanos Carmen y Mario
López Dabat, Rafael Ielpi, Rubén Naranjo, Alicia Calp, entre muchos otros,
pusieron al servicio de esa maravillosa obra sus conocimientos pedagógicos,
literarios, artísticos. ¡Todos queríamos ser parte!
Y seguíamos creciendo. Ya teníamos la media manzana: el edificio
de la esquina donde funcionaba la universidad popular, las salas de IBM. Sí, ya
podíamos computarizar con esos equipos enormes, recién llegados de los Estados
Unidos, los movimientos de los bonos. Perforadoras, verificadoras,
clasificadoras y otras, cada una cumplía sus funciones por separado. Nuevos
puestos de trabajo. También allí, la escuela secundaria que marcaba vanguardia,
con su cuerpo de tutores por cada curso, su Gabinete Psicopedagógico, al igual
que la primaria, que junto al Jardín ya funcionaban en otro predio adquirido,
que era la manzana de Alem, Gálvez, Ayacucho y Virasoro, solo a dos cuadras. Un
poco más tarde la herrería se haría presente en el lugar.
La cantidad de empleados crecía rápidamente, era en su
mayoría personal joven y había muchas mujeres con niños por venir. Es entonces
que se pergeña la Guardería Materno Infantil, que tiene su sitio junto al
jardincito y la primaria; y fue señera para otras que recién comenzaban a
avistarse en la ciudad. Una sala dormitorio, con cunas, camitas y catrecitos.
Salas de juegos, una guardera cada tres bebes y una cada cinco deambuladores.
Médico pediatra, fonoaudiología, una ecónoma y esas “guarderas” que cuidaban de
nuestros niños como propios.
Las escuelas, ambas, fueron reconocidas por la Provincia, ya
que respondían a las currículas oficiales en sus planes de estudio. Pero la Vigil te daba la yapa: gabinete,
comedor, tutores. Por lo tanto, siguieron siendo solventadas económicamente por
La Biblioteca.
¡Ah!, me ofrecieron el cargo de secretaria de la Comisión
Directiva. Tentador, pero no era mi objetivo. Ya había terminado la carrera y
no encontraba la forma de pasar a Biblioteca. Por supuesto, rechacé esa
propuesta. El presidente, una persona excelente y brillante, supo entenderme y
al poco tiempo estaba concretando mi sueño. Claro que no fue tan fácil. Como
pasaba el tiempo y no se daba y me seguían manteniendo en el sector de Cobranzas,
cuando la Biblioteca llamó a concurso para cubrir cargos, junté mis pocos
papeles y me presenté. De alguna forma alcanzaría ni objetivo.
En la próxima les cuento.
Tremenda historia amiga... Un poco extensa.
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