Por Ana María Miquel
Hace unos días escribí sobre la residencia corporal del alma
humana. Y si sigo pensando en el tema, es porque veo que realmente la mayoría
de las cosas a veces tienen alma.
Eso no quiere decir que dentro del grupo de los humanos
existan personas sin jardín interior y sin alma. Eso lo dejé comprobado en la
pintura que hice. Realmente crecen como si fueran yuyos, las personas caños.
Las llamo así porque es como si uno quisiera tirar algún contenido dentro de ellas,
pero todo sigue de largo, nada les queda y nada retienen, ni en la cabeza, ni
en el alma, ni en la psiquis, ni en el tiempo.
Pero volvamos a esta alma de la que les quería hablar hoy: El
alma de una casa.
Hay casas que aunque estén habitadas, son casas vacías,
parecidas a las personas caño. Nunca hay nadie. La casa o lo mal llamado hogar
es tomado por sus residentes como un hotel, donde solo están en la noche cuando
alguien viene a dormir.
Pero están esas otras casas que tienen alma y son las casas
habitadas con seres humanos. Allí viven los sentidos y bulle la vida. Cada
objeto es un recuerdo o tiene una anécdota, donde al amanecer se comienzan a
abrir las ventanas para que entre el día, el sol, la brisa y renueve las
energías. Al atardecer, se van cerrando ventanas y encendiendo luces. Con el
transcurrir de las horas del día, la casa tiene distintos olores: tostadas, un
estofado, un guiso, un asado, lavandina, jazmines, azahares, ropa perfumada en
los tendederos. También tiene ruidos de un lavarropas, un exprimidor, una olla
a presión, una máquina de coser, una escoba, música, voces, llantos y risas de
niños, discusiones de adultos. También tiene sensaciones térmicas de frío o
calor. ¡Esa es una casa con vida! ¡Esa casa tiene alma!
Pero esa alma está materializada en alguien, que permite que
se pueda hacer ese derroche de sentidos y de vida. Ese alguien es la madre. La
mujer de la casa.
Gracias a ella, que está pendiente de todos los moradores y
de sus necesidades, es que los hijos pueden estudiar tranquilos, encontrar su
ropa al día, recibir a sus amigos, saborear una comida. Llegar de la calle y
poder hablar con alguien. Y el proveedor de la casa, podemos llamarlo compañero
de la madre, va a ser atendido como un rey, también con alguien que le estará satisfaciendo
sus necesidades a cada instante. Es el proveedor porque trae el sustento a la
casa. Pero no es el alma de la casa. Se conforma con su rol de trabajar fuera
del hogar y listo. A cambio de eso debe ser mimado, cuidado y atendido como si
fuera el señor feudal que llega a su castillo. Es por eso que entonces tiene
tiempo material para dedicarse, si quiere, a las cosas que le gustan: mirar un
partido de fútbol, leer un libro, ver una película y tantas cosas más.
Pero la mujer, no tiene acceso a esas gratificaciones.
Aunque trabaje fuera de su hogar y también traiga un sustento a veces más
importante que el del hombre, igual debe cumplir con sus funciones de Alma del
Hogar. Por eso, no puede dejar en manos de nadie la cocina, la ropa, la
limpieza, la mano tendida, la dulzura, la sonrisa, los oídos atentos a los
reclamos, controlar la salud de los que la rodean, un sinfín de tareas en las
cuales nadie la puede reemplazar. Y todas las hace bien; pero ¿a qué precio?
Simplemente olvidándose de ella y sus necesidades para abocarse de lleno a los
que la rodean. Ella come lo que sobra, se viste con lo que encuentra a mano, se
traga las lágrimas más de una vez, no va al médico porque no tiene tiempo, se
da un baño y sale a la calle hasta con el pelo mojado. Si quiere encontrarse
con una amiga, hace malabares para dejar todo organizado en la casa para que no
se note su ausencia. Si va a un cine, no elige la película, acepta la que le
ofrecen. Si salen de viaje o vacaciones, igual, acepta lo que le ofrecen.
En la actualidad, siguen existiendo este tipo de
mujeres-alma del hogar. ¿Y por qué siguen existiendo? Porque, por más que hayan
luchado por sus derechos y la igualdad frente al sexo opuesto, no pueden perder
su esencia que es la de el transcurrir de los días y la de dar vida. Y dan vida
a manos llenas, no solo al parir un hijo. También cuando sirven un plato de
comida, entregan una camisa planchada, dan un remedio en su horario y permiten
que todos quieran llegar a la casa porque ella les hará placentera la estadía. ¡Aunque
nunca nadie se pregunte a qué precio!
Felicito a esas mujeres con todo mi corazón,
porque cumplen con los mandatos impartidos por la naturaleza. Pero no las
felicito por el día de la madre. Las felicito todos los días y durante toda la
vida. Y lo único que les deseo, es que en algún momento alguno de los
integrantes del hogar le agradezca su existencia, su estar presente y siempre
lista para cubrir las necesidades de los miembros de su familia.
Te escuche cuando lo leíste, pero más allá de las bromas por el contenido (feminista) es un excelente alegato por la posición de la mujer en el hogar.
ResponderEliminarQuerida Ana María: Qué bien señalada la posición de la mujer- alma del hogar... la que posterga sus sueños detras los sueños de su familia, la que no se cansa y está siempre disponible. Bella mujer, pero qué bueno que no se olvide de perseguir sus propios anhelos.
ResponderEliminarFelicitaciones por este relato.
Susana Olivera
A los dos les doy las gracias por los comentarios, pero les digo, que en algún momento la vida nos recompensa y podemos hacer las cosas que nos gustan. Por ejemplo: escribir y pintar. Gracias a los dos. Son un estímulo para seguir.Ana María.
ResponderEliminarSiempre me gusta escuchar tus relatos. Hoy estuve en mi casa del pueblo, la veía luminosa y me acorde de lo que escribiste sobre el alma de las cosas. Pienso yo que las mujeres tenemos también nuestras gratificaciones de nuestros esposos o hijos o amigos. Si bien somos el alma del hogar, en mi caso particular conté y cuento con mucha ayuda.Me encanto.
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