Por Paquita Pascual
Mi nostálgica personalidad me invita a
transitar por los recuerdos. Yo me resisto. Conozco el camino; hay pasajes
pedregosos que tuve que transitar, hoy los puedo eludir, pero son la base de mi
hoy… ¡y del ahora!
Me habían instalado en un país ajeno del que
solo sabía que teníamos la misma lengua; pero nadie me habló de los modismos dialógicos.
Aún resaltan frescas en mis pupilas las
imágenes de aquella escena, cuando muy decididas con mi hermana ingresamos a un
comercio para comprar un par de calcetines.
El empleado que nos atendió no nos comprendía y
nos hizo repetir varias veces nuestro pedido. Al ver la dificultad que éste
tenía, se acercó un compañero para ayudarlo y después otro… y otro… y otro. Y,
de pronto, nos vimos rodeadas de jóvenes que nos hacían preguntas: ¿qué de dónde
son?, ¿con quién viven? ¡Ya se habían olvidado de lo que fuimos a comprar!
También nosotras. Todo lo que queríamos era salir de allí y refrescar nuestra
cara, que nos ardía como un tizón encendido.
Estas escenas se repetían muchas veces. Cada
vez que debíamos hacer compras, salíamos de casa, con todo el ímpetu que nos
daba nuestra juventud; pero al entrar en los comercios nuestro coraje cedía. Y
todos sabemos que ¡cuando el coraje cede, la vergüenza se agiganta!
Debíamos aprender los “benditos modismos”, pero
¿de quién? No conocíamos a nadie. Al escuchar un tango en el que la voz del
cantor se estaba difundiendo a través del éter, ¡nos dimos cuenta! ¡Eso era! Debíamos
prestarle más atención a la radio, sobre todo a las letras del tango.
Y, así, cambiamos nuestra “chabala” por mina; “pebeta”
por percanta. Nuestro departamento era el “bulín” o “cotorro”. Papá pasó a ser
un “chabón”, porque no nos dejaba salir solas. Poco a poco nos fuimos entendiendo
más con la gente. Ya no nos poníamos coloradas cuando entrábamos en los
negocios.
Pero hubo alguien que alertó a papá: “¿Usted
sabe don Aurelio que sus hijas están hablando en lunfardo?”. Nos habíamos
convertido en unas arrabaleras. ¿Cuánto duró aquello?
Meditando años después entendí que la gente no se burlaba de nosotras,
simplemente querían escuchar nuestro castizo acento madrileño.
Paquita, yo soy una de esas a las que les encanta escuchar tu acento madrileño. Soy nieta de andaluces que jamás perdieron "el tú", ni el acento y de niña, cuando comencé la escuela yo conservaba "modismos" de ellos que la gente no entendía.
ResponderEliminar