Por Celia Novelli
Crecí en el barrio República de la Sexta, en un caserón
antiguo típico de la época. Una puerta de madera de dos hojas, que siempre
estaba sin llave, custodiada por dos balcones a sus costados, daba acceso al
zaguán. Luego, venía la puerta cancel que conducía a un hall espacioso. A
continuación, el patio central, un espacio amplio, luminoso, poblado de
plantas, al cual daban todas las habitaciones de la casa. La cocina estaba en
la parte de atrás y se abría al patio del fondo, donde mi abuela “Doña Celia”
tenía un pequeño gallinero con gallinas ponedoras, cluecas, patos. Allí, venía
a parar todo bicho que caminaba. Hasta un pavo llegó un día, para sorpresa mía
y de mi hermana, al cual emborracharon antes de sacrificar para la Nochebuena.
Allí, pasé mi infancia y gran parte de mi adolescencia. Los
recuerdos de esa casa vienen con frecuencia a mi memoria.
¡Cómo olvidar los
carnavales que pasamos allí con mis amigas del barrio! Nos juntábamos a la hora
de la siesta y nos armábamos, con la complicidad de la tía Clotilde, con pomos,
bombitas de agua, baldes, y así esperábamos a la temida barrita del “Mono
Tamba”, un grupo de mocosos, autores de innumerables fechorías y travesuras del
barrio. Este pequeño malón avanzaba desde la esquina de la calle Viamonte,
munido hasta los dientes de toda clase de armas acuáticas. ¡Qué adrenalina nos
generaba su proximidad! En un santiamén comenzaba la batalla. Las bombitas de
agua volaban por los aires y se estrellaban en las espaldas, extremidades y
cabezas desprevenidas. Los baldazos caían cual cascadas violentas sobre
nuestros cuerpos. Los pomos eran las armas más suaves, las menos temidas.
Terminábamos empapadas y vencidas, con la piel a veces dolorida por las
bombitas que se habían estrellado con violencia sobre nuestros cuerpos. El
zaguán y la vereda de mi casa quedaban salpicados de pequeñas motitas
multicolores de goma, que daban cuenta de la batalla que allí había tenido
lugar. Rápido, limpiábamos los vestigios de la lucha para que los mayores no
nos retaran y comenzábamos a comentar, entre risas, caras de asombro y a veces
bronca, los pormenores del encuentro carnavalesco.
En esa época las familias también acostumbraban a disfrazar
a los pequeños de la casa con disfraces caseros o alquilados. A la tardecita
salían a lucir sus atuendos por el barrio. Estos eran de lo más variados. Cowboys, piratas, payasos, bailarinas,
princesas, gitanas, recorrían orgullosos las calles del barrio, las niñas con
las caras maquilladas y destellando el brillo de las lentejuelas de sus trajes.
También se solían ver por las calles pequeñas murgas que marchaban al compás de
sonoras cacerolas, tambores y silbatos, integradas por los bulliciosos niños
del barrio.
Los corsos se organizaban en las avenidas. Recuerdo
uno en la Avenida Pellegrini. Con nuestros ojos de niños nos maravillábamos con
el desfile lento de las carrozas al
compás de la música carioca. Serpentinas, papel picado, lanzaperfumes, todo era válido para pasar un momento de algarabía y
excitación. Los problemas y las rutinas desaparecían y todos, grandes y chicos,
disfrutábamos de esa época del año, breve, que no volvería a repetirse hasta el
año siguiente.
Me encantó y recuerdo con nostalgia los disfraces que nos organizábamos con mi hermano, ya sin la intervención de mi mamá. Un abrazo, Ana María.
ResponderEliminarMe encantó tu relato,Recuerdos tan vivos en nuestros corazones. Saludos Ana Inés.-
EliminarTal como vos lo contaste eran los carnavales de mi infancia... Las batallas con los varones... El "pan con pan" si por ahí mojabas a alguna chica, los corsos...
ResponderEliminarQué buen recuerdo...
Susana
Que lindo recuerdo Celia, aunque así como lo pasábamos tan bien en esas batallas, donde más de una señorita terminaba en la zanja cubierta de barro, una que otra reyerta entre hombres celosos y también mujeres, era una odisea para quienes tenían que ir a trabajar en horas de la tarde, para llegar a un negocio u oficina empapados.
ResponderEliminarAún recuerdo la magnificencia de loa corsos de Carballo en el parque de la Independencia.
Gracias por el recuerdo.
Un abrazo.