Por Celia Novelli
Mi casa era el punto de reunión de mis amigos del barrio.
Como era un caserón antiguo y muy amplio, nos podíamos concentrar allí sin que
los adultos interfirieran demasiado en nuestras charlas.
Generalmente, nos juntábamos en el hall de entrada, un
recinto bastante amplio. Recuerdo que estaba amoblado con unos sillones y
algunas sillas de líneas muy simples de color marrón y una mesa rectangular no
muy grande en el centro. A ese hall, también daba una habitación pequeña que
llamábamos “el cuartito”. El cuartito daba a la calle y allí nos reuníamos
cuando queríamos mayor intimidad o para escuchar música y ensayar los pasos de
baile de moda, al compás de los temas que sonaban en el antiguo combinado de mi
papá.
Un día, Margarita, la mayor del grupo, cayó con la noticia
de un nuevo juego, que estaba haciendo furor entre los adolescentes, por lo
osado y riesgoso: “el juego de la copa”. Nos explicó que era “creer o reventar”,
pero que con una copa invertida y varias personas a su alrededor se podía
invocar a los espíritus del más allá y conseguir de ellos mensajes sobre el
futuro. Que sí, que no, que era peligroso, que no teníamos que meternos con los
muertos; pero Margarita nos tranquilizó diciendo que sus amigas del colegio lo
venían haciendo desde hacía rato y que no les había pasado nada; por el
contrario, las respuestas obtenidas de esos seres astrales habían sido
increíbles.
Finalmente, nos convenció y una noche decidimos llevarlo a
cabo. Cortamos cuadraditos de papel de más o menos tres centímetros de lado y
escribimos en ellos las letras del abecedario, los números del 0 al 10 y el
“sí” y el “no”. Dispusimos los papelitos en forma de círculo sobre la mesa del
hall y en el centro colocamos una copa invertida. Margarita dio la orden y
todos colocamos nuestros dedos índices sobre la base de la copa. Nadie debía
hacer el menor movimiento, ni empujarla, ella sola se movería cuando el
espíritu acudiera al llamado. Todos en silencio esperamos y “la Marga” hizo la
invocación: “Si hay algún espíritu aquí, que la copa vaya al sí”.
Durante los primeros minutos nada pasó. De pronto, la copa
impulsada por no sé qué fuerza extraña, empezó a girar como loca alrededor del
círculo de papelitos. Algunos nos aterrorizamos e instantáneamente retiramos el
dedo; pero ante la insistencia de “La Marga” volvimos al juego. Entonces
Margarita, con voz firme y autoritaria, le pidió al espíritu que se
identificara. Inmediatamente la copa empezó a dirigirse hacia las letras y así
uniéndolas una a una supimos su nombre…
Recuerdo que una vez se nos presentó el espíritu del “Che
Guevara”, o por lo menos dijo llamarse así, el ánima que había acudido a
nuestro llamado. En ese momento (todos teníamos entre 14 y 16 años) no sabíamos
muy bien quién era ese personaje, así que cuando terminó el juego acudimos al
diccionario en busca de datos. Y grande fue nuestro asombro cuando corroboramos
que ese hombre había existido y que los datos que nos había brindado coincidían
con los datos biográficos que aparecían en la entrada de la enciclopedia.
Fue pasando el tiempo y se nos hizo costumbre practicar ese
juego. Nos fascinaba hacer preguntas sobre nuestro futuro a esos seres no
corpóreos que se nos presentaban: si nos íbamos a casar con el chico que en ese
momento nos gustaba, cuántos hijos íbamos a tener, si alguna vez seríamos
ricos… En fin, queríamos que los espíritus nos develaran todo acerca de nuestro
incierto futuro.
Mi tía Vicenta, una dulce y sabia viejita, hermana de mi
abuela, que vivía en mi casa y que se trasladaba con un bastón cuyo andar
reconocíamos a la distancia, descubrió un día nuestro juego. Después de varias
advertencias, sobre el peligro que representaba el mismo nos sentenció: “Cuando
yo parta al otro mundo, voy a venir una noche, mientras estén jugando y los
correré con mi bastón”. Por supuesto, no le hicimos caso y seguimos en la
nuestra.
Pasó el tiempo y la tía Vicenta, con su soltería a cuestas,
murió una gris mañana de invierno. Por un tiempo, quizás por la impresión que
nos causó su partida, no practicamos el juego de la copa.
Pero, como con el correr del tiempo todo se olvida, una
noche tormentosa decidimos retomar nuestra práctica. Recuerdo los relámpagos de
esa noche, que se colaban por las ventanas, iluminando el hall, los truenos
ensordecedores y una copiosa lluvia después. Iniciamos el juego, en ese entorno
tenebroso. En medio de la sesión, la lluvia todavía caía intensamente,
estábamos todos en silencio esperando las respuestas que nos llegaran del más
allá, cuando de pronto, en el cuartito de al lado, escuchamos dos golpes secos,
uno detrás del otro. ¡Eran los bastonazos! “¡La tía Vicenta!”, gritamos despavoridos
y salimos disparadas, hacia el patio, sin importarnos la lluvia, en busca de
mis padres. En la desesperación por escapar, tiramos sillas, sillones, la copa
quedó hecha añicos y los papelitos, todos desparramados por el piso. Era
Vicenta que nos venía a advertir que esas cosas no se hacen, que a los muertos
había que dejarlos en paz.
Después de esa noche, nunca más volvimos a jugar al juego de
la copa. Tiempo más tarde, nos enteramos del riesgo que habíamos corrido.
Cuando se estrenó la película “El exorcista”, la protagonista, casualmente
había sido poseída por un espíritu maligno a causa de un juego similar, el
tablero güija, que practicaba en el
sótano de su casa. Luego supimos que los espíritus que se presentaban con más
facilidad, durante esas sesiones, eran los llamados “espíritus bajos”, es decir
los que estaban más cerca de este plano físico, por ser los que todavía no se
habían elevado totalmente, quizás porque sus acciones aquí en la tierra no
habían sido muy buenas. Por eso, a veces, provocaban trastornos psíquicos
graves en las personas más débiles, especialmente en los adolescentes que se
metían con ellos.
No recuerdo si sus predicciones se cumplieron,
creo que la mayoría de las veces esos seres del más allá nos tomaban el pelo y
se reían de nosotros. Pero lo importante es que aprendimos una lección que
nunca olvidaremos: “no molestar a los muertos” y que es mejor no anticiparse al
futuro, dejar que este nos sorprenda, para bien o para mal, porque en
definitiva esa es la vida.
hace desde el martes que no puedo dormir ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ con esta historia ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminarQué bien contada esta historia tuya. En mi época también se hablaba del juego de la copa, pero nunca nos atrevimos a practicarlo por las cosas que se decían sobre él. Hay veces que tenés que creer a la fuerza!!!
ResponderEliminarSusana Olivera
Coincido con Susana, se escuchan tantas cosas con respecto a ese juego... Nunca lo practiqué y a esta edad menos, a ver si aparece un espíritu y me dice: vos ya estás a punto para venir con nosotros! Ja...Ja...
ResponderEliminarMe encantó. Cariños. Ana María.
Interesante relato Celia, yo no creo en las brujas, pero que las hay, las hay...
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo sí lo jugué y fue fatídico. Tal vez las coincidencias de la vida. Pero nunca más quise hacerlo!
ResponderEliminarYo soy "la marga", del relato......es todo real.!!!!!!
ResponderEliminarMuy divertido tu relato!
ResponderEliminarSoy testigo. Fue tal como lo contó.
ResponderEliminarel bastón de la Vicenta,¡ cómo olvidarlo! Ana Inés.