martes, 9 de septiembre de 2014

Otra historia en la vereda

Por Susana Oliveira

—¿A pesar del vientito saldremos hoy?
—¿No quedamos en escuchar la historia del Hugo? Los chicos agarraron y buscaron almohadones y hojas de papel de diario para sentarse en la vereda…
—Está bastante fresco, Gildo-. ¿No te parece?

Se escuchaban diálogos como los anteriores entre los vecinos sentados cada uno en la puerta de su casa. Una luna redonda y blanca se dejaba entrever entre las tupidas ramas de los plátanos, pero de cuando en cuando se ocultaba entre nubarrones negros y el viento arremolinaba las hojas por todas partes. Era como si el clima estuviera acompañando la historia de aparecidos. Me causaba gracia ver el interés de los chicos por los cuentos “de terror” como los llamaban ellos y el momentáneo olvido de la pelota.

—Doña Regina preparó una fuente de buñuelos de manzana…
—Alguien traerá el mate… ¿o sería mejor limonada? Hoy corté un montón ya maduros del limonero. A propósito, Estela, ¿querés algunos? La Nelly ya me encargó…
—Sí, antes de entrar te los paso a buscar. No hace mucho calor… me parece que sería mejor mate…
—Che, casi solo nos falta el fogón, nos falta…
—Ya se han juntado varios vecinos… parece que la reunión será frente a la casa de Hugo, pero el matrimonio todavía no ha salido…
—Andá a tocarle el timbre, Gildo…
—¿Por qué yo? Vayan ustedes que están mandandomé… Yo ya estoy ubicado… cerca de los buñuelos… Este lugar es regio, regio.
—Ehhh, ahí salen… buenas noches… ¿Por qué tan tarde? Todo está listo, solo los esperábamos a ustedes, Hugo y María… sus chicos ya están sentaditos acá…
—La culpa es mía… me atrasé con los platos…
—Bueno, che, dejensé de chamuyar y empecemos… Doña Regina, vaya pasando los buñuelos… Che, dame un verde.
—Esperá, Gildo que todavía no empezamos.


“Lo que les voy a contar pasó hace exactamente diez años en esta misma casa donde vivimos. Todavía no le habíamos hecho los dormitorios arriba –era por 1960– acababa de nacer María Julia y, por ese entonces, nos bastaba un solo dormitorio”.

—Claro, ustedes no perdieron tiempo: cuatro más después de María Julia… ¿No se habían comprado televisor todavía, no se habían comprado? ¿O con el televisor y todo? Menos mal que cuando estaban de filo no pasó nada… si no…
—Gildo, callate y escuchá…

“Sí. Era el primer día que traíamos a la nena a casa. Ustedes se acuerdan que tuvo algunos problemitas, porque nació con muy poco peso y tuvo que estar más de quince días en incubadora. Pero ya había alcanzado casi los tres kilos y sus pulmoncitos habían madurado, así que llenos de alegría llegamos a casa.
Mi suegra había preparado una bienvenida hermosa: globos de colores, carteles, un vinito, flores, algunos sandwichitos. Nos esperaban nuestros hermanos y sobrinos que querían abrazar a la nena… Todo muy lindo, pero la verdad es que no veíamos la hora de que todos se fueran. Queríamos quedarnos solos con nuestra hijita ya sana y bien.
Nos sentíamos tan felices por la fiesta sorpresa, por la nena, por nuestra familia… por todo, pero… pero queríamos estar solos”.

—Ahí no más querían hacerle un hermanito a María Julia, querían… No mientan… ¿Cuánto le lleva Emanuel a la nena?
—¡Gildo, te callás de una vez!
Usté manda, Doña Regina… No me tutee… Sus buñuelitos están regios… mmm ¿Hay otro?

“Llegó el momento. Los tres en nuestra casa. Éramos ya una familia. Todos ustedes saben lo que es llegar a casa con el primer hijo y un bolsón de sueños. Nos abrazábamos y abrazábamos a la nena. La llevamos a la cocina porque íbamos a calentar la leche para la mamadera. Les conté que hubo que agregarle mamadera para que recuperara peso, el pecho no era suficiente. La ventana de la cocina estaba un poco entreabierta, hacía calor. Era una noche hermosa, cálida con una luna enorme y se sentía el aroma del jazmín de lluvia que estaba todo florecido. Era principios de noviembre. Yo la tenía en brazos y no podía parar mis manos que le acariciaban las orejitas, la cabeza, la pancita…
De repente, de repente una luz muy potente entró por la ventana. Yo retrocedí asombrado. ¿Qué está haciendo María? ¿Un incendio? La luz iluminaba pero no quemaba. Era una luz redonda, se movía por toda la cocina y se hacía alargada como si tuviera una cola. A veces, la cola estaba horizontal, otras, vertical. María me miraba azorada, con la mamadera lista en su mano. La luz dio una vuelta por toda la cocina, se detuvo frente a mí, yo retrocedí cubriendo a la nena y, después de eso, se esfumó como si las sombras la hubieran tragado al colarse por el extractor de aire. Estábamos llenos de preguntas. ¿Qué fue eso? No hay tormenta… No fue un rayo. No hay fuego.
—¿Vos viste lo que yo vi?
Lo habíamos visto los dos. ¿Por qué se detuvo frente a la nena?
Nunca pudimos responder ninguna de las preguntas, tampoco tuvimos claro cuánto tiempo duró la luz con nosotros, pueden haber sido segundos, pero también largos minutos. Sí, podemos decirles que no tuvimos temor, solo una sorpresa muy grande ante ese fenómeno inexplicable.”

—¿Volvió esa luz cuando hicieron los otros chicos? Oigan, ¿ustedes fueron a la “Pitman” para aprender a hacer chicos? La luz se fue, ¿no? Pero… el fuego no se les apagó, ¿verdad? Estaba en ustedes. Solo tenían que ir a la cocina y ¡otro chico!
—¡Gildo!

2 comentarios:

  1. Me encantaron los diálogos y las luces blancas dicen que son buenos augurios. Espero que así haya sido. Hermoso.Ana María.

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  2. Traté de reproducir la manera de hablar que teníamos en nuestro barrio. Sin lugar a dudas, esa luz fue de buen augurio,
    Besos
    Susana Olivera

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