Por Ana María Miquel
Yo creo que todos tenemos un “jardín interior”; es decir,
dentro de nuestro cuerpo, mente, espíritu y psiquis, hay un lugar especial, que
yo lo llamo: “jardín interior”. Para mí, ese jardín interior está ubicado donde
se encuentra el Alma. El jardín interior es la casa o la residencia del Alma.
Es lo que nos hace ser lo que somos; porque allí residen todas las cosas que
nos hacen bien y nos gratifican o que nos golpean y nos hacen mal: el amor, la
lectura, la pintura, los sueños, las frustraciones, los enojos, el dolor, la
pasión y la fe.
Pero resulta que ese jardín, según las personas, puede estar
en distintas condiciones. Puede ser humilde, pero estar muy iluminado y limpio.
Puede estar lleno de flores, que su dueño protege y cuida diariamente. Puede
ser una selva llena de telas de araña y alimañas. Puede ser un desierto. Puede
ser un témpano de hielo. Puede ser un lugar tapialado de tal manera que nadie
pueda llegar. Puede ser una hermosa y fértil llanura con fácil acceso.
Sea lo que sea y esté en las condiciones en que esté, ese
jardín es privado, íntimo, solamente de su propietario y nadie tiene llegada a
él, a no ser que el propietario dé la autorización o, sin querer, alguien
descubra la llave e ingrese sin ser llamado.
Cuando esto último ocurre, ¡qué desastre! Uno queda
desamparado, desnudo, con todos sus secretos, gustos, necesidades, ilusiones,
proyectos, tristezas, desencantos y sueños a la vista del intruso.
Lo más lamentable de todo es que el propietario, a lo mejor
sin querer, sin proponérselo le dio acceso a otra persona o esa otra persona
estaba al acecho para saber en qué momento meterse en el jardín interior del
otro. Por supuesto que no llega a darse cuenta de lo trágico y nefasto de su
intromisión. O, a lo mejor, lo sabe y no le importa.
Pero el dueño del jardín interior que fue invadido se tira
en el piso a llorar su pena y decide levantar grandes paredes para que nadie
pueda llegar a su esencia, a su intimidad, a sus sueños.
Para los budistas, hay personas que simbolizan puentes,
entre uno y otro ser humano. Para los que no somos budistas, directamente somos
unos ilusos por abrir la puerta a quien no corresponde.
Cuánta razón hay en tu texto. Cómo a veces vemos avasallada nuestra interioridad por haberla abierto a alguien no adecuado. Yo siento lo mismo pero no me imaginaba cómo hacer para manifestarlo. Qué buena descripción usando la metáfora de los jardines interiores. Qué bien mostrados los distintos "tipos" de jardines...Me encantó.
ResponderEliminarSusana Olivera
Como dice Susana, excelente metáfora. Para mi que siempre estoy abierto a todo y me doy de lleno, suele pasar que alguien robe algo de esa esencia que me caracteriza, pero se que los más me la retribuyen con amistad y amor.
ResponderEliminarMuy bello amiga.
Un abrazo.