Por Carmen G.
“…hay recuerdos que no quiero olvidar,
hay aromas que me quiero llevar…”
Fito Páez
Como ya conté, el cambio de barrio trajo para mí una nueva
vida. De no tener amigos a llenarme de ellos. De no moverme de casa más allá
que a lo de “Guegui”, a poder invitar libremente a mis amigos o ir sin problema
a sus casas, pasear por el barrio…
Nuevas costumbres, “recuerdos que no quiero olvidar”, como
el de descubrir la pequeña biblioteca del barrio, funcionando en un reducido
habitáculo cedido por la vecinal, en la que los catálogos estaban dispuestos
sobre unas mesas, las estanterías, pocas, con libros casi todos de nivel
primario y secundario y una sola bibliotecaria, de medio tiempo y a cargo de
todas las tareas y lo más importante: una comisión directiva, formada por un
puñado de muchachos con algunos años más que yo y con la gran ilusión de
transformar esa realidad en un complejo que se llamaría “Biblioteca Constancio
Cecilio Vigil” y que, desde ese lugar, ni ellos pudieron llegar a imaginar la
dimensión educativa, social y cultural que con el tiempo, el esfuerzo y la
solidaridad alcanzaría a tener.
Frotaron la lámpara con creatividad, trabajo sin denuedo,
muchas ilusiones, mucho amor, convicciones, y el Duende salió gigante, generoso
y dispuesto a colaborar con ese objetivo.
Yo, primero, miré; luego, observé y, por fin, pude ver y, a
partir de entonces, me propuse firmemente formar parte de esa isla que se
estaba formando en medio del barrio La Tablada.
Cursé mi secundaria usando sus libros y, antes de
finalizarla, la biblioteca inauguraba su emblemático primer edificio en Alem
3078.
Un día, como tantos otros, concurrí a la vecinal en busca de
libros y encontré sus puertas cerradas. Giré sobre mis talones y allí, justo
enfrente, pero más hacia la esquina de Gaboto se erguía, sin chapas que lo
ocultaran el imponente nuevo edificio, de tres plantas, con su frente casi por
completo vidriado, salpicado con algunas placas de mampostería con adornos en
relieve y color. Crucé. Al entrar seguía la transparencia. Un patio central con
puertas de vidrio y lleno de verde, el blanco de las paredes contrastando con
las maderas lustrosas del mostrador y de los ficheros, muebles con cajoneras,
donde ahora se ordenaban los catálogos. Hacia la derecha se insinuaba
suavemente una rampa que permitía el acceso a discapacitados a la planta alta
y. que a la vez, sería usada para subir a las salitas por los niños del Jardín
de Infantes que también se trasladaba allí. Pasabas el mostrador y los montalibros y las escaleras te llevaban
a las salas de consulta y lectura.
De pequeña, uno de
mis aromas preferidos era el que se destilaba de los libros nuevos, cuando los
tomaba entre mis manos y, como un fuelle, hacía caer unas tras otras las hojas
manteniéndolo cerca de mi nariz. “Hay aromas que me quiero llevar”.
Subí la escalera,
elegí una de las dos puertas que se enfrentaban en el descanso del primer piso
y entré. ¡Miles y miles de hojas perfumadas! Aspirando su aroma me fui
deslizando entre las estanterías, por largos pasillos, con los libros al
alcance de mi mano. Mis ojos asombrados por la magnitud del paisaje impensado.
De pronto, una voz interrumpe mi encantamiento. Es la bibliotecaria de la sala
que me ofrece su ayuda. No la necesito, tampoco la quiero. La doy las gracias.
Mientras se va, me quedo mirándola y siento que me encantaría estar en su
lugar.
En 1967 cursé el
último año de la carrera de Bibliotecología. En febrero de ese mismo año me
ofrecen la posibilidad de entrar a trabajar en “La Vigil”, pero en el
departamento de Administración, porque para la biblioteca tenías que tener el
título y concursar el cargo. ¡Por supuesto que acepté!, luego vería…
Queda mucho por contar, seguiré en la próxima
saga.
Un sueño cumplido Carmen, entrar a ese mundo donde está todo, donde sueños se apilan en estanterías con colores y letras de molde. Me recuerda cundo niño pude entrar por vez primera a ese mundo donde devoré con unción tantas historias, en las islas junto a bucaneros, en la selva con Tarzán, en los cielos con aquellos aviones que deseaba pilotear.Tantos personajes e historias vividas mientras mi madre me retaba por estar tanto tiempo leyendo. Hermoso amiga.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tenías muy claro lo que querías ser "cuando fueras grande". Qué hermoso trabajo el tuyo en una biblioteca. Felicitaciones por tu recuerdo
ResponderEliminarSusana Olivera
Muchas gracias chicos, pero ésto sigue y se van a enterar de muchas cosas. ¡Gracias!
ResponderEliminarMuy bueno Carmen!
ResponderEliminar¡Hermosa profesión! Te felicito por llevarla a cabo con tanta pasión.
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