Por Norma Pagani
En un relato anterior les conté
mis vivencias sobre la casa donde viví los primeros veinte años de mi vida. En
estas líneas les comentaré sobre mi vivienda actual en Cañada Seca.
Siempre tuve la certeza de que me
pasa factura por haberla dejado cerrada cuando me vine a Rosario. El trato era
estar quince días en cada lugar. La inseguridad y la atención a las nietas no
permitió cumplir esto y vamos cada tanto.
Diez años pasaron desde nuestra
mudanza.
Cada vez que regreso me encuentro
con las persianas bajas, el pasto crecido y la luz cortada; y eso me produce
mucha pena, ya que la veo desprotegida, solitaria como diciéndome: “¿Por qué me
dejaste?”
Apenas ingresamos y se inunda de
la luz natural que le dan sus ventanales yo siento que ella comienza a vivir.
Al principio, al llegar, después
de ventilarla y a
searla, tomaba mi bicicleta y salía a visitar a mis amigas o a mi mamá, cuando vivía, o a caminar por la plaza. Ahora, ya no salgo tanto, me encanta disfrutarla, sentarme junto a la chimenea, que devora troncos en invierno, mientras leo un libro o veo la tele y tomo mates o café. Cuando me canso, recorro el patio, charlo con algún vecino u observo los árboles y el jazmín de un cuarto de siglo que aún sigue en pie o me pongo a seleccionar fotos o a revolver cajas buscando recuerdos o imagino la mesa del comedor llena de papeles cuando era maestra o las aburridas planillas de mi época de directora.
searla, tomaba mi bicicleta y salía a visitar a mis amigas o a mi mamá, cuando vivía, o a caminar por la plaza. Ahora, ya no salgo tanto, me encanta disfrutarla, sentarme junto a la chimenea, que devora troncos en invierno, mientras leo un libro o veo la tele y tomo mates o café. Cuando me canso, recorro el patio, charlo con algún vecino u observo los árboles y el jazmín de un cuarto de siglo que aún sigue en pie o me pongo a seleccionar fotos o a revolver cajas buscando recuerdos o imagino la mesa del comedor llena de papeles cuando era maestra o las aburridas planillas de mi época de directora.
Ese fin de semana, ocurrió algo
especial. Después de casi dos años, fue toda mi familia. ¡Cuánto bullicio,
anécdotas y alegría se respiraba!
Mis hijas disfrutaban de “su
casa” buscaban fotos y juguetes, que mostraban a sus hijas, o el bebé recorría
el amplio living en su andador, que irradiaba colores, tirando juguetes o
llamando nuestra atención.
Pedían sus comidas favoritas y
desarmaban las camas para hacer una pijamada en el living con los leños al rojo
vivo y la tele a todo volumen. Por unas horas volvían a ser adolescentes y
olvidaban las responsabilidades dejadas en Rosario. Abrían aparadores y roperos
buscando algo para llevarse como hacen siempre que vienen. Descubrían objetos
que anteriormente ni siquiera los hubieran tenido en cuenta.
Mis nietas, niñas de ciudad
miraban con asombro y disfrutaban de los relatos que escuchaban. Antes de
almorzar llegaron Ceci y Marianela, compañeras de Laura, la menor de mis hijas,
de primaria y secundaria en las escuelas del pueblo.
Hablaban las tres al mismo tiempo recordando
anécdotas vividas. Empezaron a contar lo que hacían, cuando nosotros salíamos
de viaje y quedaban a cargo de la casa, con Lucre, Caro, Gabi y Marcos, el
amigo varón del grupo que todas adoraban.
Este con su honda punk, cabellos
despeinados, cinto de cadenas, que a veces sacaba de la motosierra de su papá y
se la ponía colgando en la cintura y collares diversos de soga y metal, sus
jean desflecados con agujeros como lo indicaba la moda y su campera haciendo
juego. Era todo un personaje que la madre de una de las chicas pensaba: “no sé qué
le ven, están todo el día con el”.
Un día tomando mates con el grupo
y participando de sus relatos me di cuenta de la fascinación que producía por
su narración algo exagerada, pero era cariñoso y amigo fiel. Era el hermano
varón para la mayoría de ellas, solo mujeres.
Asi les surgieron los recuerdos y
contaron que hacían la “previa” los viernes y sábados cuando íban al boliche de
Rufino antes de esperar la combi que venía de otro pueblo, Santa Regina, o
alguna local, ya que en el pueblo eran escasos los bailables. Le habían puesto
“casa de Gran hermano” por el reality
de Telefe que veían sentados en el suelo junto a la tele. Nos enteramos que
llegaban varones y mujeres cargados de bebida y comida y que a veces hacían
asado y tortas, hasta que un día, una de las chicas se limpió las manos en una
cortina azul, de la cocina, se asustaron y se terminaron las horneadas ya que
no podían sacar las manchas de harina.
Algo que me asombró y me llevó a
buscar en el mueble un plato de porcelana guardado desde hace varios años que
yo tenia colgado en la pared y al comprar otro adorno lo saque. Ese dia me
enteré que lo rompió Valeria y que lo pegaron con cuidado. En ese momento me di
cuenta con que prolijidad lo habían restaurado.
Contaban sus juegos en la casita
que mi esposo les había hecho con tablas, techo de chapa y puertas de tela en
el patio donde tenían una heladeria. Descubrí que mi cuchara para servir
helados no se oxidó por el agua salada, sino porque las niñas la dejaron con
barro.Hoy lo comentan con cariño pero en ese momento no abrieron la boca.
¡Cuántos perfumes y biyú perdíamos las madres y hermanas
mayores! ya que las señoritas simulaban ser modelos famosas. Laura, Valeria
Massa; Marianela, Claudia Schiffer; y Ceci, Nicole Neumann.
Contaban cómo ayudaban a Laura a
lavar los platos y a la salida de la escuela tomaban mates en el porche. La
señal de que estaban en la casa eran Tom, Cachila yThiara las mascotas de cada
una que esperaban en la puerta de entrada, entre bicicletas con ruedas ovaladas
por el peso de dos o tres.
Solo Puchito, mi perrito, dormía
junto a la estufa entre risas y cuentos.
Se fueron de casa las tres amigas
a tomar mates en la plaza, pero yo segui inmersa en mis recuerdos y pensé en
otra asidua visita a la casa en su niñez y adolescencia, Leandro, un vecino que
jugaba con Laura y todas las mañanas la pasaba a buscar para ir a la escuela.
Se sentían sus pasos y el suave “Mari”, para no despertarnos.
Recordé a Bettina, compañera y
amiga de Verónica, otra de mis hijas. Ambas cuidaban a María Laura, diez años
menor y al nono perdido en sus tinieblas de la edad.
Como han cambiado los tiempos. Una niña de
escasos años a cargo de una bebe y un anciano que no se podía descuidar porque
se escapaba o se ponía violento por su enfermedad.
Hoy me pregunto si le daría semejante
responsabilidad a mi nieta. En ese momento no dudamos en hacerlo.
Fui a la habitación de Andrea, la mayor, la
que estrenó la casa con su cumpleaños, la que también recibió amigas, la que la
dejo primero para venir a Rosario a estudiar,la que volvía en el Casilda y
vuelve siempre a visitarla disfrutando cada rincón, cada recuerdo.
Pienso que la casa volvió a vivir
y seguramente se habrá sentido feliz recordando voces, escuchando ruidos,
viendo mi asombro al enterarme de las picardías de mis hijas y sus amigas, al
mirar el plato pegado, absorbiendo olores de comidas y perfumes conocidos,
viendo a sus niñas mujeres y madres con sus hijos, a Sofía que se largó a
caminar en su extenso living, a Lorenzo dando sus primeros pasos en el andador
y Avril filmando todo con sus cuatro años, diciendo tiernamente: “Este auto es
un piuyot”, refiriéndose al Peugeot,
y que en ese momento nos causó tanta gracia.
A ambas les cuesta entender que
pueden circular libremente o dejar la bici
en la vereda o que no aparece el colectivo en la esquina, porque el trayecto
más largo es de seis cuadras, que no hay casi alarmas o que todos se conocen y
saludan. A nosotros se nos ve felices por estar todos juntos reviviendo
momentos, disfrutando del sol maravilloso al que no opacan edificios, de la
tranquilidad de estar con puertas abiertas, de poder recorrer el patio sin
mirar para atrás, de tener a la familia reunida.
Norma, habrá que volver más seguido, es bueno para ustedes, pero para la casa es como recuperar su alma!.
ResponderEliminar¡Cuantas vivencias guarda tu casa! que lindo poder recordar esos momentos de "vida", además de disfrutar de un momento actual donde la seguridad y la tranquilidad son un lujo muy preciado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Luis siempre dedicas parte de tu tiempo para leer los trabajos y escribir reflexionando sobre cada uno-
EliminarCómo me gustaría que todos pudiéramos volver a vivir en esa tranquilidad, tanto las charlas en la vereda como cuenta Susana o dejar las bicicletas en la entrada. Es decir, vivir como se debe, sin temores. Me encantó tu relato. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarNorma me encanta este relato tan cercano para mí. Además me alegré mucho que sigas haciendo cosas que te gustan, este emprendimiento de la UNR está genial.
ResponderEliminarhermoso ma!!! nos hiciste volver el tiempo atras!!! cuanta gente linda, historias y momentos pasaron por esa casita.. que lindo hoy poder contar y recordar una infancia sencilla, segura, placentera... Cuanta luz entra por esas ventanas... luz que nos permitio jugar, soñar, hacer tareas, mandarnos macanas, pelearnos, divertirnos y hasta el dia de hoy recordar y reirnos... Los pasillos por los que entraba el lei o el abuelo poroto... nunca existio la puerta de adelante... no existia llave, ni candado para la bici.....GRACIAS!!! No dejes de escribir!!! lo haces muy bien!!! Te quiero!!!!!
ResponderEliminarhermoso norma!!! que lindo sentirse parte de este relato!!! y que lindo es saber que seguimos todas juntas desde tan chiquitas!!!
ResponderEliminarme encanto...
marianela
Gracias a todos por tan lindos comentarios. Por un lado me encantaría vivir en Cañada, por su tranquilidad y disfrutar de esa casa con tanta luz y su extenso terreno donde podría hacer una huerta que en otro momento de mi vida , ni siquiera lo pensé, andar en bici, hacer el taller con Noe en el Centro de Jubilados y después tomar mates con primas o mis compañeras de la escuela o cenar con amigos. Por el otro en Rosario están las hijas,yernos y nietos a quienes recibo con gusto y mimo y salir con amigos Ahora comparto estos talleres o cursos de la UNR que disfruto y me dan muchas satisfacciones. Tratare de seguir compartiendo ambos lugares y darle gracias a Dios por tenerlos.
ResponderEliminarLes quiero comentar algo a las NIÑAS que pegaron el plato. Le saque la foto y despues al basurero.
ResponderEliminarQué bello es retornar a la casa donde comenzó nuestra vida, donde nacieron nuestros hijos, y vivimos nuetros años jóvenes... Qué bueno que todavía haya lugares en los que se pueda olvidar la cerradura.
ResponderEliminarHermoso recuerdo.Comparto tu amor por esa, la primera casa.
Susana