Por Carmen G.
La sonrisa se dibuja sola en mi rostro. Me desplazo por una
vereda inundada de sol que entibia mi cuerpo. Mis ojos recorren el panorama. El
cielo límpido, del mejor celeste, los aromas a retamas, a azahares, a jazmines,
la anuncian. Tengo la suerte de vivir en un barrio donde los espacios son más
amplios, la brisa se siente en la cara, en el pelo y no molesta. Se percibe
algarabía, juventud. Es el renacimiento de los brotes en la vegetación yerma que
nos dejó el invierno. Sí, es ella, ¡bienvenida primavera!
Mientras camino, recuerdo en especial una primavera ya
lejana en el tiempo. Tendría yo entre 16 y 17 añitos, a punto de terminar mis
estudios secundarios, década del 60.
Para entonces, en el barrio tenías todo para solucionar las
compras sin necesidad de ir al súper;
porque no existían, ni tampoco eso de ir al centro. Almacenes, baratillos,
zapaterías, relojerías, tiendas, todo al alcance de la mano. Cada barrio tenía
su propio centro, que se extendía a lo largo de una calle en la cual se
sucedían, unos cercanos a otros, los diferentes comercios. Además existían la
“Asociaciones de Comerciantes”, por ejemplo, en mi barrio era la “Asociación de
comerciantes de calle Necochea”.
Para festejar la llegada de la primavera, la Asociación
organizaba un desfile de “carrozas”, cada una representando a un negocio,
adornadas con flores y otras alegorías y una o dos niñas, empleadas del mismo,
que competirían al finalizar los festejos, por el reinado de esa primavera.
Como dije, yo estudiaba. También, como dije, todo al alcance
de la mano, cuando se trataba de comprar telas para confeccionar un vestido o
una pollera, mi Ita y yo siempre íbamos a la “Tienda La Nieve”, de Necochea y
Amenábar, de la que éramos clientas. Esa tienda, la más grande del lugar, era
atendida por sus dueños y dos hijos varones. Es así como fuimos con mi abuela a
comprar unas telas y Nieves, la dueña, entre charla y charla, nos sugiere la
posibilidad de incluirme en su carroza representando a la tienda. A la Ita no
le causó mucha gracia y a mí me tomó totalmente de sorpresa, pero me gustó la
idea. Quedamos en contestarle.
Otra cualidad de los barrios, en esa época, era que todos
nos conocíamos. El sentarse en la vereda, cruzarse a hablar con las vecinas,
creaban “las redes sociales” del momento, que funcionaban con la tecnología del
boca en boca, con una rapidez inusitada y todos nos enterábamos de todo. Fue
así como al día siguiente me vi involucrada en una “Guerra por la Corona”.
Claro, yo no era empleada de la tienda, condición sine qua non y, cuando se conoció que la
representaría, se me vino “el malón” encima; es decir, a la puerta de casa.
Hasta allí se llegó una delegación de dos mamás y tres chicas, una con llanto
incluido, la empleada de “Tienda La Negrita”. Vinieron a exigirme la renuncia,
cosa que no sucedería, porque yo no había aceptado todavía. Corrillos, dimes y
diretes, la cuestión fue que la cosa no pasó a mayores. La idea me había
gustado, porque la tomé como un halago personal, pero no me entusiasmaba mucho
y menos aun después de lo sucedido. Por supuesto, la respuesta fue un “no”,
acompañado de los fundamentos y las disculpas del caso.
La Reina de esa primavera fue la empleada de “La Negrita”,
la que lloraba, y por esas casualidades de la vida su nombre era Carmen; o sea,
tocaya mía.
Y ahora viene lo mejor. Durante años me quitó el saludo, a
pesar de que dos de sus hijos coincidieron en la escuela primaria con mis
hijas.
…y pasaron muchas primaveras…
En otra, hace unos seis o siete años, mi amiga Stella nos
invitó a una cena en beneficio de la parroquia de enfrente de su casa, en el
barrio. Mucha gente, mucho ruido, algarabía, fideos caseros de por medio y,
como en todas las “cenas a beneficio”, las infaltables rifas. ¡No va que me
gano el primer premio!, y entre los hurras de mi mesa me paro y me encamino
apurada, entre felicitaciones y risas, hacia el final del salón a recibirlo. En
eso escucho decir a la persona que me lo entregaría: “Voy a tener el placer de
entregarle este premio a una antigua y querida amiga”. Levanto la mirada
sorprendida y quien así se refería era Carmen, mi tocaya y otrora cuasi
contrincante de la corona, que me esperaba con una sonrisa, un abrazo y un beso
conciliador.
¡Qué locas primaveras!
me encantó Carmen ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminarBueno, el tiempo le hizo suavizar su enojo a tu tocaya, injustificado por otra parte... Qué buenas esas reuniones de barrio...
ResponderEliminarCariños
Susana Olivera
Con seguridad, "le Negrita" lloraba de vergüenza o impotencia cuando te fue a ver para hacerte desistir. Pero me gustó el final, es como ir cerrando círculos. Besos. Ana María.
ResponderEliminar"La reina sin corona la perdonó al final". ¡Que tema para un cuento!! me encantó Carmen, pero me hizo pensar...
ResponderEliminar¿Tan bonita eras que no competir contigo? (Es broma no lo tomes a mal.)
Un abrazo.
Luis, nunca me consideré "bonita", sí sabía que era una "piba que se las traía", pero la cosa no pasaba por ahí, pasaba porque yo no tenía los "derechos adquiridos para estar allí representando a un lugar donde yo no trabajaba. Igual y sin hacerme "la cholula", te digo que en mi vida tengo "dos reinados" y "un Imperio", ¿tan fulera no sería?
EliminarMe encanta tu humildad. Bien amiga!
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