Por Susana Oliveira
La cara se le llena del sol de la mañana temprano: esa
ventana mira al este. Se sienten gorjeos agudos de los pájaros que vuelan en
círculos por el espacio. Planean con las alas extendidas y se arrojan en picadas
temerarias. A veces se tiran contra la ventana. ¿Tendrán el nido por allí?
Otros pasan a una velocidad increíble dejando en el cielo una estela azul. O
hacen interminables y ondulantes rondas. Parecen… sí, parecen golondrinas. Han
llegado las golondrinas. Dicen que siempre vuelven al nido que dejaron la
temporada anterior. Tal vez sea verdad. Poco importa. Pero sí su llegada. Basta
de escarcha, de frío, de viento. De encierro.
¿Ha llegado la primavera también? Será hora de abrir las
ventanas, correr los pesados cortinados y dejar lugar al sol, a la luz, a la
vida.
En el piso alto se abrirán los ventanales y se quitarán los
visillos tejidos con primor al crochet. Se lavarán y almidonarán. El tiempo
está más templado y seco. No será pesado el trabajo. Ella lo sabe.
Y, tras la puerta cancel, un espejo ovalado refleja el piso
de mármol blanco y negro. Muestra, además, una estilizada e inquieta figura
femenina vestida con un chemise
blanco, con un moño enlazado bajo la barbilla. Tiene la mirada clara, serena. Y
manos hermosas. El perchero sostiene el sombrero y el chal del hombre que está
en su estudio. Ella sonríe al verlos negando con su cabeza. Felipe… querido
Felipe.
Deberá preparar el té
para él antes de que las sombras oscurezcan las ventanas. ¿Dónde lo servirá?
Seguramente en la sala de música. Es pequeña y cálida. En la mesita redonda, en
un rincón, tapada con el cobertor, hay un ramo de fresias, que son tan
perfumadas; sobre el piano, uno de marimoñas y sobre el aparador tras una
hilera de estatuitas de porcelana, unas alverjillas. Sin dudas. Ha llegado la
primavera.
El servicio de té. Una mesa redonda, pequeña con unas patas
talladas en forma de garras de león, un mantel azul bordado con arabescos
blancos y ribeteado con una puntilla gruesa, que ella tejió hace mucho tiempo…
y la vajilla de porcelana blanca, transparente, con un fino borde dorado.
Entra la luz por las ventanas abiertas, junto con un aire
tibio que mece las cortinas suavemente como grandes alas blancas.
Ha preparado algunas
exquisiteces para la hora del té: mermelada de frutillas, (dicen que las
primeras son las más dulces), natillas, scones,
una tarta de manzanas. A Felipe le encantan y ha calentado litros de agua,
porque también él es un enamorado del té.
Sobre un sillón, donde duerme apaciblemente Platón, un
enorme gato blanco, hay una cesta llena de ovillos de lana de todos colores:
teje una manta para cubrir las piernas del anciano para que se abrigue cuando
trabaja tanto tiempo sentado en su estudio. Está traduciendo del francés no
sabe bien qué libro y para qué o para quién lo hace.
Lo importante es que ha llegado la primavera. El servicio de
té está ubicado en una bandeja sobre el aparador que tiene dos altas columnas
con tallas que representan feroces guerreros vikingos.
¿Llamará a Felipe otra vez? Se enfriará el agua. Lo llamará,
porque seguramente puede interrumpir su trabajo un momento, luego lo continúa:
“Felipe, Felipe, está el té. Mirá, hay flores de primavera… Estamos otra vez en
primavera, querido. Se huele el perfume de las flores en el aire tibio”.
Siempre la emocionó la llegada de la primavera.
Suena el timbre. Seguramente serán los chicos de Martínez
que vienen a buscar las confituras que sobraron de la semana pasada. Son tres
hermanitos, delgados, morenos. También se llevan prendas tejidas, en desuso o
alguna hecha especialmente para ellos. Tejer… su pasión y su entretenimiento.
Pero útil… cajones llenos de mantas, de chalecos, de medias, de mañanitas. Le
encantan las mañanitas, especialmente si se sujetan con moños. Además, está la
repostería. Cuando los hijos eran pequeños, les hacía tantos dulces. Las
alacenas estaban llenas de frascos rotulados con nombres y fechas.
Falta hoy, falta el bullicio de los cuatro hijos corriendo
por la casona, riendo, bajando las escaleras por el pasamano, arrebatándose los
dulces, las canciones infantiles, las retahílas… Han crecido, han crecido tan
rápido, han partido. Tienen sus propios hogares y sus propios hijos. La casa,
tan querida, con tantos recuerdos felices, ahora tan grande, tan silenciosa,
tan ordenada. Tan llena de hábitos. De sereno amor.
Pero ha llegado la primavera. Vendrán los paseos lentos por
el Bulevar, el reposo disfrutando del sol en los bancos blancos adornados con
cabezas de quimeras.
Deberá buscar en los
armarios y en los arcones ropa más fresca, más colorida. Y guardar las frazadas
más pesadas y los acolchados.
Si. Ha llegado la primavera. Ha llegado la
primavera otra vez. Una vez más.
Susana, tus relatos son tan bien descriptos, que el lector siente que está viviendo en ese momento y en ese lugar. Me encantó y sobre todo la paz que irradia. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarGracias, Ana María. Me encantan tus comentarios. Un abrazo
ResponderEliminarSusana
Susana, tu estilo me transporta, no imagino estar leyendo en este blog, quizás si en un poemario de alguien ilustre y famosa, esas que suelo leer en páginas europeas, donde la magia de las letras nos transportan a un paraíso idílico.
ResponderEliminarHermoso relato amiga, es un placer leerte.
Un abrazo.
Su, me encantan tus relatos. Esta remembranza tuya con tan bellas descripciones me suenan a un valcesito peruano!
ResponderEliminarGracias compañeritos escritores. Gracias por leer mis escritos y también comentarlos. Gracias a José que nos lee a todos y además nos corrige.
ResponderEliminarSusana Olivera
Que lindo escribis!!
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