viernes, 12 de septiembre de 2014

Recuerdos de una década

Por Luis Zandri

Los hechos que voy a relatar ocurrieron entre los años 1968 y 1978.
El 4 de enero de 1968 me casé, después de un largo noviazgo, ya que cuando comenzó tenía apenas 16 años y era conveniente terminar los estudios secundarios, conseguir un buen trabajo, hacer planes para la vivienda y todos sus contenidos y demás detalles que implican una decisión tan importante en la vida de una persona. Mi novia ya trabajaba, ya que había realizado un curso de corte y confección del Sistema Teniente, muy en boga en esa época; y a sus 15 años comenzó a dar clases sobre el tema y también a desempeñarse como modista, haciendo diversos tipos de prendas.
No pasó mucho tiempo hasta que una amiga de ambos, Ana María era su nombre, le dijo a ella que se casaba y que le tenía que confeccionar el traje de novia. “¿Qué?, ¿estás loca?”, le respondió, ya que hasta ese momento no había hecho ninguno. “¡Vos me lo prometiste así que ahora tenés que cumplir!”.
Y cumplió con creces, ya que según su opinión fue el mejor traje de novia que hizo en su vida, ya que eso le dio pie para animarse y dedicarse posteriormente a lo que llaman “alta costura”; es decir, vestidos de novias y de fiestas, convirtiéndose con el tiempo en una excelente profesional hasta la actualidad.
Viajamos de luna de miel a Bariloche. Después de un largo recorrido en ómnibus de más de 30 horas, ya que en esos tiempos desde Piedra del Águila en adelante la ruta era de ripio y además cuando llegamos al río Limay –que nace en el lago Nahuel Huapi, confluye con el río Neuquén y da lugar al nacimiento al río Negro, con un recorrido total de 617 kilómetros– había que cruzarlo con el colectivo montado sobre una balsa traccionada a mano por medio de cables de acero y, desde allí. nos quedaban todavía por recorrer más de 200 kilómetros.
Nos alojamos en el hotel Roma, un excelente hotel contratado por la obra social del Seguro, gremio al cual pertenezco. Una nota graciosa, si se quiere, fue que en la primera noche me quedé encerrado en el baño con el picaporte de la puerta en la mano al intentar abrirla. ¡Me moría de vergüenza! Mi esposa tuvo que llamar a un camarero para que solucionara el inconveniente, divirtiéndose ambos a mi costa.
Una de las excursiones programadas que realizamos era la del Circuito Grande; duraba todo el día y en su recorrido se visitaba la isla Victoria con almuerzo incluido. Después de comer estábamos descansando en el césped varias parejas de mieleros en las cercanías de la hermosa cabaña que hacía las veces de comedor, cuando de pronto vimos que se acercaba un grupo de jinetes a caballo. Nos causó una gran sorpresa ver que el que encabezaba el grupo era el general Juan Carlos Onganía, quien en ese momento era el presidente de nuestro país. Después nos enteramos que en esos lugares hay una residencia presidencial.
Se apearon de los caballos, y él se acercó a saludarnos, deseándonos bienaventuranzas. Algunas parejas se acercaron a estrecharle la mano, nosotros no lo hicimos ya que yo siempre sentí un pleno rechazo hacia los militares. Luego el grupo volvió a montar y se retiraron por donde habían venido.
Recuerdo que cuando estuve en el servicio militar en el año 1965, en la Cuarta Compañía de Vigilancia, ubicada en la Fábrica Militar de Armas en Fray Luis Beltrán, en una discusión que tuve con un sargento ayudante, que yo tenía entre ceja y ceja, le dije en un rapto de enojo que los militares no servían para nada y que si a él yo le sacaba el uniforme y lo vestía de civil y lo largaba a la calle no iba a saber qué hacer.
Para mi sorpresa en lugar de castigarme con un arresto por mis palabras, me respondió: “Tenés razón, no sabría que hacer, fuera de esto, no sirvo para nada”.
En esos años, yo guardaba el auto en una amplia playa de estacionamiento a dos cuadras de mi casa, en la calle Reconquista al 1700, a cuyo frente había una panadería, siendo su dueño quien alquilaba el galpón a terceros para su explotación.
Eran dos muchachos los que alquilaban la playa. Uno era de baja estatura, robusto y morocho, del cual no recuerdo su nombre, el otro era Carlos, también morocho, alto y con bigotes. Yo veía que casi todos los días se reunían en el fondo del local con un grupo de entre 10 a 20 personas, tomando mates y charlando en voz baja. Integraba el grupo una chica muy linda conocida por mí, prima de una amiga.
Esas reuniones despertaban mi curiosidad, pero nunca le pregunté nada a ella, hasta que un día hubo una razzia y allí nos enteramos que eran militantes montoneros. La gente decía que a los dos muchachos los habían matado. Después de varios años, un día me crucé en la Avenida Alberdi con el más bajito de ellos. Nos miramos pero no sé si me reconoció o no quiso hacerlo y yo tampoco le dije nada.
Más adelante, en el año 1978, cuando se estaba jugando el Mundial de Fútbol, vino a la casa de mis suegros un pariente de ellos que estaba en la base aérea de Paraná. Lo habían asignado como custodio en el aeródromo de Rosario porque la Selección tenía que viajar a Buenos Aires, después de haber jugado los tres partidos de clasificación aquí, en la cancha de Rosario Central, dándome el gusto de presenciar el primer partido, 2 a 0 con Polonia, y el tercero, 6 a 0 contra Perú.
Este hombre me invitó si quería acompañarlo al aeropuerto para ver a los jugadores. No dudé en aceptar y allá nos fuimos. Cuando llegamos él me ubicó en un lugar donde esperan los pasajeros para abordar el avión y me dijo que no me moviera de allí. Al rato pasó a mi lado un militar muy alto y, cuando veo su rostro, reconozco al general Galtieri, que en ese momento era el jefe del Segundo Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario. Nadie podía imaginar en ese momento todo lo que iba a pasar después cuando asumió la Presidencia de la Nación.
Luego aparecieron los jugadores, dirigiéndose a la pista para abordar el avión que los transportaría hacia Buenos Aires. Ahí ya no pude contenerme, corrí hasta las cercanías del avión y conseguí que seis de ellos me firmaran su autógrafo: Tarantini, Ardiles, Houseman, Kempes, Pasarella y Luque.
No son gratos recuerdos mis encuentros con los militares que mencioné en este relato y tampoco lo vivido en el servicio militar, ya que para mí significó atrasarme un año en mis estudios. A lo largo de mi vida he cambiado ideas, posturas y formas de proceder en distintas cosas, siempre tratando de mejorar interiormente pero mis pensamientos y postura respecto a los militares sigue inalterable: no sirven para nada.



2 comentarios:

  1. Sigue siendo Bariloche un lugar muy elegido por los mieleros... Es tan hermoso...yo también hice la excursión que vos decís. Afortunadamente, los mieleros de hoy no se van a encontrar con Onganía!
    Cariños
    Susana Olivera

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  2. Buen relato Luis, fue una época dura sin dudas. Sigo pensando que hiciste con el picaporte...
    Un abrazo.

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