Por Susana Oliveira
… las tardías notas que no
leerán los pocos días
que me quedan…
(Jorge Luis Borges, “Las cosas”)
Cuando tuvimos que vender la casa de mis abuelos paternos
después de la muerte de ambos y después de haber estado cerrada por años, me
traje un viejo arcón de madera tallada lleno de cartas que estaban borrándose
con el paso del tiempo. Entonces, de esto hace unos diez años, traté de
leerlas, de ordenarlas, de descifrarlas… Era un trabajo realmente grande, había
algunas que se deshacían al tocarlas; en otras, no entendía la letra. Decidí
que cuando me jubilara me ocuparía de esa parte de nuestra historia familiar.
Olvidé las cartas, a pesar de que el arcón está en un lugar bien visible en mi
casa. Y hoy, gracias a Borges, y a mi intención de recobrar el pasado y
dejárselo a los más jóvenes, las he sacado del olvido.
Transcribo algunas.
Mi abuelo se llamaba José María Aguirre.
Agosto, 25 de 1892, Hacienda de San Pedro
Sr. José María Aguirre
Mi inolvidable hijo:
Ayer tuve el gusto de recibir tu cartita después de tantos
años que no tenía noticias de ti, así que me apresuro a contestarte.
Mucho he sentido los infortunios de tu vida y espero que
esas peripecias que has sufrido te enseñen a hacer el bien, a ser un hombre honrado,
juicioso y trabajador.
Nosotros hace dos años que nos vinimos a la Hacienda de San
Pedro por el trabajo de González. Tu cartita me la trajo tu hermana Delfina que
quedó en la casa de Santiago. Te ruego que toda la correspondencia me la mandes
a la Hacienda.
Tu carta… No te puedo decir la alegría al tenerla en mis
manos… No la podía abrir, temblaba toda. ¿Y si eran malas noticias? Hijo
¿cuánto hace que partiste? ¿cuánto, que no tengo noticias tuyas? No sabía si
estabas en Chile, si habías cruzado a Mendoza, si estabas sano y bien.
Negro querido, cuando empecé a escribir, me propuse no
hacerte ningún reproche. Perdóname. Aquí termino.
No me decís nada de tu pellizco. Debe estar hecha una
señorita. ¿Cinco años ya? Dame noticias de ella. Tu cartita guarda silencio.
Me pides permiso para seguir llamándome Madre… siempre en mi
recuerdo, en mi añoranza y en mis oraciones te seguí llamando Hijo. Eres mi
hijo bien amado, a pesar de tu partida que me dolió tanto. Nunca dejé de
llamarte hijo, hijito, siempre, siempre soñado y siempre esperando tu regreso.
Sí, deseo que me escribas lo más pronto posible y…no sólo
que me contestes sino que me digas que vendrás a verme.
Recibe un cariñoso abrazo de tu vieja enferma y que ya para
nada sirve.
María A. de González
Diciembre 14, de 1893. Hacienda de San Pedro
Sr. José María Aguirre
Mi negro querido:
Hemos recibido tu encomienda. ¡Qué alegría! ¡Cómo hemos
saboreado tu rica encomienda! Ya nos habíamos olvidado del sabor de la fruta. Ayer
ocupamos las últimas naranjas en unos helados para el viejo porque era el día
de su santo…
Bueno, al recibir tus otras cartitas anteriores no le dije a
González que había tenido noticias tuyas, tenía miedo de que reaccionara mal,
pero era tanta la alegría de todos cuando llegó el paquete con tantas cosas
ricas que ya le conté todo de vos.
Se puso contento al saber que estás bien y progresando con
tu taller. Tal vez tengas un tiempo libre y te puedas hacer un viaje con tu
Sarita… debe estar tan hermosa ese pellizco, sobre todo si se parece a vos, mi
querido.
González me dijo que te invitara a venir. Dice que está todo
olvidado y que él te siente su hijo y que siempre te ha sentido así a pesar de
que no lleves su apellido.
Tu verdadero padre –aunque nunca te reconoció- ha dejado en
su testamento un dinero para vos y también una finca en San Pedro. Yo no me
entiendo de esas cosas pero González ha prometido llevar el testamento a un
abogado y hacerlo cumplir. “Ese muchacho tiene que disponer de lo que le pertenece”,
me ha dicho el viejo. Así que no bien tenga noticias, te escribiré.
Te prohíbo preocuparte por mi salud, estoy mucho mejor… El
clima seco de la Hacienda me ha hecho muy bien, y ya casi no tengo problemas
con mis viejos pulmones. Tal vez, me traen algunos problemas mis viejos ojos,
pero todavía puedo leer tus cartitas.
Tu afectísima.
María Aguirre de
González
Febrero, 25 de 1894, Hacienda de San Pedro.
Sr. José María Aguirre.
Mi querido hijo:
Hace unos pocos días recibí una carta tuya desde Alto Verde,
provincia argentina de Tucumán pero me decías que no te escribiera allí porque
estarías por poco tiempo. Que volverías a mudarte, esta vez a Rosario, que creo
que es más importante que Alto Verde. Y seguramente mejor para tu fábrica de
maniquíes.
Por favor no me dejes sin noticias tuyas, escríbeme en
cuanto te ubiques en Rosario. De todas formas te mando ésta a la dirección que
me das en Alto Verde.
Tengo muchas noticias para vos. González se entrevistó con
el abogado por lo del testamento de tu padre y parece que todo está encaminado,
pero tendrías que hacerte un viajecito acá, a Chile, para hacer toda la
documentación. No me parece bien que no quieras aceptar lo que te corresponde.
Él no se ocupó de vos en vida pero el dinero y la finca pueden ayudarte para
encausar tu destino y el de Sarita.
Muchas veces pienso que no debiste escapar con el bebé
después de la muerte de la mamá en el parto, que no te la podían quitar los
familiares de la mamá por más que fuera gente muy importante (vos eras el padre
y también tenías solvencia) y que además debiste hacer frente al enojo de
González porque no habías hecho las cosas bien, no te habías casado y repetías
así tu propia historia. Tendrías que haber solucionado las cosas acá, en tu
Chile, donde todos te amamos. Acá podríamos haberte ayudado, haberte dado
trabajo y casa para vos y tu pellizco y no que fueras a ganarte la vida sólo
con tus manos hábiles en un país extranjero. ¡Qué diferente hubiera sido todo
para mí! Hubiera disfrutado de vos, mi querido, y de mi nieta. ¡Cómo ansío
conocerla! ¿Podré llegar a verla antes de quedar ciega?
Otra noticia importante es el próximo casamiento de Delfina.
Se casa con el sobrino menor del viejo; le lleva unos cuantos años pero no
tantos como para no poder ser feliz con él. Todos estamos contentos… ¡Qué daría
porque pudieras venir a la boda! Pero sé que estás con un montón de planes para
organizar tu vida en Rosario.
Recibe un saludo de todos y un abrazo de tu madre,
María Aguirre de
González
Abril 27 de 1895, Hacienda de San Pedro
Sr. José María Aguirre
Querido, amado, inolvidable hijo:
Me perdonarás la letra… casi no veo y esta es la última
carta que te escribo. Delfina, que está viviendo con nosotros en la Hacienda
después de su boda, me prometió que ella escribiría lo que yo le dictara. Será
así.
El tiempo ha pasado y no hemos encontrado solución. Sabés
que me haría muy feliz poder dar cumplimiento al testamento. Me dice el viejo
que habría una manera de terminar la documentación sin que vengas a Chile,
donde está tu familia. Me explica que se tendría que hacer por poder, con un
abogado de Rosario. Veré que te aclaren cómo es eso… Pero ¡qué bueno sería que
te hagas un viajecito pronto!
Qué feliz me hizo saber que has conocido en Rosario a una
bella mujer de la que te has enamorado y con quien te vas a casar…González cree
que era hora que formaras un hogar y que eso lo pone muy contento. Me decís que
tiene quince años… ¡qué joven! Vos, treinta y dos, si saco bien la cuenta.
Basta con lo que me decís, que es cristiana, muy buena, muy trabajadora y muy
hermosa y que además, ama a tu pellizco. Sé cómo has luchado por esa niña…Tu
matrimonio era lo que te faltaba para rehacer tu vida, tendrás otros hijos y
podrás criarlos a todos junto a Sarita. Ahora más que nunca debes recibir lo
que te corresponde para poder organizar tus cosas.
Me gustaría conocer a Isabel, tu prometida. ¿Sería posible
que me mandaras una foto de los tres? Debes estar tan hermoso con bigotes, como
me cuentas que te has dejado… Y Sarita… me la imagino con sus largas trenzas
negras. Pero tiene que ser muy pronto, la ceguera avanza tan rápido…
Tengo una ilusión en mi vida… poder verte a vos, a tu futura
esposa y a mi nieta… Dios me ayude a lograrlo.
Amado hijo, siempre, siempre estaré con vos
María Aguirre de González
Hay muchas otras cartas y con ellas algún día completaré la
historia de José María, Isabel, Sarita y los siete hijos que tuvieron, entre
ellos, Carlos, mi padre.
Susana, qué hermosa historia la de estas cartas y tener el placer de haberlas visto y tocado. Cuando leiste en clase me quedé asombrada con el encabezamiento de las cartas, tan respetuoso y distante, para luego en el cuerpo de las mismas encontrarse con toda la ternura de una madre. Hermoso! Ana María.
ResponderEliminarSusana, te felicito por haber conservado esas cartas. La mayoría de las personas se dashacen de estas cosas considerándolas "papeles viejos" y sin embargo qué importantes son a la hora de reconstruir y poder entender ciertas historias familiares!
ResponderEliminarGracias, Ana María y Carmen por comentar mi historia familiar. Historia que ustedes han conocido casi al mismo tiempo que yo.
ResponderEliminarUn abrazo a las dos
Susana Olivera
Siempre nos sorprendes amiga, tres cartas que cuentan el drama de una madre a través de la distancia, que nos recuerda lo que era recibir cada tanto una que con pocas letras decían tantas cosas y dejaban ese sabor agridulce a la espera de una nueva que siempre tardaba una eternidad...
ResponderEliminarSe oprime el pecho al leerlas, que bueno conocer tu origen.
Un abrazo.