Norma Azucena Cofré
La lectura no fue una tarea fácil para mí. Mis padres no
podían ocuparse, dedicarme tiempo; y mis hermanas mayores, que tenían solo dos
y cuatro años más que yo, no se daban cuenta de mi necesidad. Era solo la
maestra, que me hacía pasar al frente y no estoy segura de que nos escuchara,
porque de la vergüenza que me daba leer me salteaba media página y no me decía
nada.
Leer no era algo que me entusiasmara tanto como para
disfrutar, me costaba expresar la palabra entera: “mi ma má me mi ma”. Me
sentía incómoda, grande, ya que por razones familiares comencé primer grado
cumpliendo ocho años. La superioridad de mis compañero, por ser menores que yo
y saber leer, me hacían sentir ridícula.
Cuando descubrí que había lecturas atrapantes como
“Patoruzú” y “Patorucito” y toda su gente, me escondía de mamá, disfrutaba de
cada acción, personalizándola en mi mente. No recuerdo cómo adquiría las
revistas. Seguro que me las prestaban, no creo haber comprado una, pero… cuando
tenía una en mis manos, no la soltaba hasta que terminaba de leerla.
Respecto de los libros, vivía la historia como si los
actores de la misma estuvieran frente a mí: con “Don Quijote de la Mancha” veía
al flaco luchando contra los molinos de viento; a “Martín Fierro”, como un gaucho
honesto y de ley.
Nunca me gustó leer sobre temas que tuviera que memorizar,
sí, los que podía imaginar, analizar y descubrir. De Aritmética, me encantaba
leer problemas. Eran un desafío, tenía que buscarle solución.
Pasaron los años y la inseguridad en mi lectura era
terrible, buscaba la forma de leer si sentir que titubeaba, leía la revista
“Selecciones”, de la que me gustaban mucho sus temas. Trataba de leer en voz
alta para, para sentirme segura. Si iba a misa, leía aunque sentía que temblaba
mi voz. El padre me decía que siguiera haciéndolo que él también tenía algunos
errores y seguía adelante.
Mi lucha por lograr seguridad en la lectura fue grande, pero
no me dejé vencer. Leo bastante, generalmente de noche. Antes que un programa
de televisión prefiero un libro. No necesito pastillas para dormir, ya que
cuando siento que los párpados comienzan a caer, cierro el libro y duermo
plácidamente.
“Aprender a leer” no fue un placer, fue una necesidad y un
desafío.
“Aprender a leer” me dio la oportunidad de saber, conocer,
sentir, amar, disfrutar.
¡Ser
libre!
Normita, existe un tiempo para todo, no te tenés que sentir mal por eso. Ahora estás recuperando el tiempo anterior. Cariños. Ana.
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