miércoles, 6 de mayo de 2015

La tachada y otras yerbas

Juan José Mocciaro

El indio creado en los talleres ferroviarios
En 1963 ingresé al ferrocarril como aprendiz electricista, al Talleres Pérez, localidad a pocos kilómetros de Rosario; y me encontré con una tradición tan vieja como el mismo ferrocarril, la tachada de mate cocido. En los talleres, esa infusión se realiza dentro de un tarro de durazno con un alambre como manija y lo que no podía faltar un fierro largo con un gancho en la punta para poder acercarlo a la fragua.
Lo tomaba a la llegada para contrarrestar el frío de la seis de la mañana y en los 45 minutos de descanso. Era el momento de los temas más filosos: futbol y mujeres.
Había sociedades creadas para tomar la tachada en grupo. Ahí el tarro era otra medida más grande, pero solían durar muy poco esos grupos. El fracaso se debía a que uno no quería ir a buscar el agua cuando le tocaba su turno, el otro se olvidaba de traer la yerba y el azúcar, todo eso era motivo de discordia y enemistades.
Tachadas de grandes dimensiones son la que hacen las cuadrillas de vías y obras, que trabajan a la vera de las vías, con una zorra que los traslada al lugar de trabajo con palas, picos y barretas, a la hora del descanso y siempre al aire libre. Es un deleite esa verde infusión acompañada por un pedazo de pan.
Los que estaban en condición de jubilarse por su edad avanzada contaban que, en la época en que los ferrocarriles estaban a cargo de los ingleses, al tiempo de estar en nuestras tierras, más de uno de ellos cambió el tradicional té por la yerba mate.
Otros elementos que “salieron” de los talleres eran las placas recordatorias para los fieles difuntos que están debajo de la loza fría de los cementerios. Ahí están enclavadas en tumbas y panteones, inconfundibles por su elaboración, realizadas de bronce y pulidas por las hábiles manos ferroviarias. También en los hogares se guarda como de colección ceniceros y el indio con la lanza.
El original "chorizo al caño"
También la gastronomía estaba a la orden del día, pero había que inventar implementos para despistar a los capataces y no ser sancionado por cocinar en horas de trabajo. El más popular era “chorizos al caño”, que consistía en un caño de 4 pulgadas con tapa roscada, donde se introducían los chorizos. Se tapa y al fuego. No había ningún olor.
¡Era un verdadero crimen perfecto!


2 comentarios:

  1. Siempre está el ingenio... Muy bueno eso del caño para hacerse un choricito. Buen recuerdo tuyo del ferrocarril.

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  2. Juan José, me encantó cuando lo leiste vos y más cuando lo he leído yo. Ja..Ja... El Profe. habrá cocinado los "chorizos al caño"?. Felicitaciones! Ana María.

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