Enzo Burgos
Pasco 1537. La vieja placa de bronce decía: Escuela n° 59
“Arcelia Delgado de Arias”. De golpe y sin darnos cuenta, desapareció allá por
1980. La mudaron a otro sitio y ni el nombre le quedó ¡Chau, doña Arcelia! ¿A
quién interesaba una educadora?
La mudaron a Mitre 1650 pasó a llamarse “Teniente Coronel
Juan C. Sánchez”. ¡Vaya cambio!
Fue una vieja y ejemplar escuela pública, donde estudió casi
todo el barrio, desde Libertad Lamarque a mi esposa e hijos, y desde Lito
Bayardo a mis mejores amigos.
Quisiera que mi amiga la Vida, me regalara un día, tan solo
un día, para volver a la entrañable “mata chanchos”, que tenía dos entradas, la
cuales se prolongaban en largos patios, que se unían en el fondo en un gran
patio cuadrado, donde los días de fiesta patria cantábamos el Himno a todo
pulmón, con orgullo y la cabeza levantada.
Quisiera un día más para volver a escuchar el sonido de la
campana de bronce, tañida por alguna de aquellas porteras, que eran como tías
para los escolares. Si habrán consolado a alguno de los más chicos, cuando los
acompañaban a su casa, envueltos en un aroma insoportable, porque no se habían
“aguantado”.
Un día más para embelesarme con un elemental teatro de
títeres y aquella obra archirepetida,
“Juancito el vigilante”; o con Rosarito Laitano, compañerita inolvidable,
cantando “El sombrero cordobés”.
Un bendito día para volver a ver a mi maestra de primer
grado, mi novia primera, aunque ella nunca se enteró. Ese mismo día le pediría
perdón a aquella vieja docente, que enseñaba Canto y Música y a quien tanto
hicimos renegar.
Un día para volver a aquellos recreos para jugar al lopa, mientras las chicas se hacían
trampas jugando al blanco y negro,
con las figuritas “flamantes” escondidas entre las hojas del libro “Apis”.
Quisiera un día para volver a concurrir al Taller de Carpintería,
allá en calle Laprida casi Cochabamba, frente a la Plaza López, para poder
terminar aquella tabla de lavar hecha con palos de escobas, que le quedé
debiendo a mi madre.
Quisiera un día para agarrarme a los sopapos, a la vuelta de la escuela con mi compañero de banco, por
culpa de la rubia del otro quinto. La misma que hizo que en mitad del pupitre y
con la punta del compás, marcáramos una línea para dividir nuestros sectores,
ya que las relaciones estaban rotas.
Quisiera tan solo un día para que mi madre me ayudase a
llenar mi cartera con el cuaderno único, la caja de lápices, el lápiz gordo
azul y rojo, un semicírculo de lata, el libro de lectura “Alegre Taller”; y, si
nos faltaba algo, volar al negocio del manco Sartori, librero del barrio; o, en
caso contrario, salir un ratito antes y comprarle a don Juan, al lado de la
escuela y el vuelto gastarlo en turrón rosa, blanco y praliné, que vendía aquel
turco grandote en un cucurucho de papel en la puerta de la escuela.
Quisiera tener un día más para volver a mojar la pluma
cucharita en el tintero enlozado y escribir:
Composición. Tema: La Escuela.
La escuela era nuestro segundo hogar y mi maestra...
¡Pero, mirá que cosa rara! Después de tantos años, yo, que
en cada composición sacaba un muy bien diez, ahora no puedo hilvanar ni una
frase. Debe ser que este tema de la escuela me mata.
Y bué… abandono. No escribo más. Total, lo de mis lágrimas,
solo lo sabemos mi pañuelo y yo.
Muchas veces uno usa el pañuelo al recordar. No está mal llorar de emoción: bien hecho Enzo. Me encantó la repetición "Quisiera un día mas..." Me pareció muy poética y muy sentida. Felicitaciones
ResponderEliminarSusana
Muy bueno y muy sentido el relato. Felicitaciones. Ana María.
ResponderEliminarLa matachanchos, cuantos recuerdos revivi con el relato cada uno de los rincones de mi escuela primaria,Porota una portera,el piano en el salon de musica que unia los dos patios,muy lindo Enzo, felicitaciones
ResponderEliminarSolo hice mí pre-escolar allí. (Primer aula al frente)... pero conservo el recuerdo que era una peripecia llegar hasta el final del pasillo al patio del fondo
ResponderEliminarJugábamos en nuestro pasillo y nunca pudimos llegar al pasillo de los grandes de 7mo.