Enzo Burgos
Pertenezco a una generación que no conoció el jardín de infantes,
ni siquiera el primero inferior. La cosa era de primero a sexto. Hasta los
seis, siete años estábamos bajo la pollera de mamá. Eran aquellas madres
divinas, que ya eran cocineras, planchadoras, lavanderas o modistas, así que
también podían lucirse como jardineras.
Por eso, nuestro primer día de clase era inolvidable,
irrepetible. Todo era nuevo, todo por descubrir. Pero la suerte estaba de mi
lado, porque mi maestra primera fue Luisa Lorenzo, la señorita Tita. Era linda,
buena, joven; y me enamoré de ella. Fue mi primer amor, aunque ella nunca se
enteró.
Al año siguiente, el destino me hizo una mueca horrible.
Ella volvió a tener primero y aquel segundo grado, mixto por supuesto, lo tomó
la señorita Carranza. Un cambio total. Ni buena ni mala, pero era mayor que mi
madre. Pasé a tercero y sucedió casi lo mismo: la señorita Juanita Munné. Todo
seguía igual, porque yo era un buen alumno pero no excelente, digamos para
mitad de la tabla.
Y llegó el cuarto grado y me tocó la Collazo. Conviene
aclarar que todas las maestras eran señoritas, cualquiera fuera su edad, y no la seño como ahora. Ejemplo: señorita
Tita, señorita Carranza, señorita Juanita. Pero cuando la docente era brava,
desaparecía el rótulo de señorita y aparecía
el artículo descalificador: la Collazo, la Ciafardini.
Debo confesar, no sé porque, pero a la Collazo le tenía
miedo. Quizás por su fama o su estampa. ¡Qué sé yo! Pero fue un año malo, casi
doloroso. Y me quedé de grado. Una vergüenza, pero lo merecía. No hice nada
bien.
Por fortuna, ahí reapareció mi buena suerte. Repetí cuarto,
pero recuperé a la señorita Tita.
Al comienzo, no me sentí bien, porque según leía en la
Libreta de Calificaciones, de Luisa Lorenzo, pasó a ser Luisa L. De Saggesse. Sí,
¡se casó! Y no me tuvo en cuenta. Pero no me importaba nada. Ya había comenzado
a cambiar mensajes y miraditas con algunas compañeritas y la señorita Tita,
sentimentalmente, pasó a ser un pedazo de mi vida, nada más. Pero me quedaban
por delante tres años: cuarto, quinto y sexto junto a mi maestra inolvidable.
El chico enamorado de su maestra... Qué lindo. Yo me enamoré también pero de un profesor y no era tan pequeña. Hermoso tu recuerdo. Tuviste suerte al tenerla y disfrutarla tantos años...
ResponderEliminarSusana
Muy simpática la historia. Para mí que te quedaste de grado para reencontrarte con la Srta. Tita. Ja..Ja...Ana María. Esta vez pondré bien el dedito.
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