3- El
primer hogar
“Casa
Muñoz…
donde
un peso
vale
dos”.
¿”Valen dos” mis recuerdos, José?
A veces me duele la memoria a pesar de
ser memoria de momentos felices.
El primer televisor en blanco y negro
que compró Jorge, mi marido, fue una sorpresa, lo trajo envuelto en papel
madera. Era algo más grande que una caja de zapatos.
—¡Adiviná qué tengo acá!
—Te compraste zapatos,
pero la caja es demasiado grande… ¡Ah, un televisor!
—¿Dónde te parece que lo
pongamos? Tiene que ser en un lugar donde lo podamos ver siempre. Además, hay
que ubicar el transformador…
Teníamos televisor, José.
Es la nostalgia, que duele como puede
doler la espalda, o el cuello, o la cintura. Son palabras del pasado, retazos
de diálogos metidos en los dobleces del olvido.
—Mamá, ¿cómo no tenés WhatsApp?
—¿WhatsApp? No, mi
celular no lo admite, tiene más de diez años…
—Pero, comprate otro. Es
necesario que tengas WhatsApp.
¿Necesario, José?
Necesario, ¿para qué? Me sobra el
crédito de mi celular y hago llamadas compulsivas para gastarlo cuando se
acerca la fecha de recarga.
—Mamá, te has quedado en
el tiempo.
Me he quedado en el tiempo, José.
Me he quedado en mi cama “camera”, llamábamos
así a nuestra cama grande, con sábanas blancas, blanquísimas por el Azul, (suplemento
que venía en forma de cajita cuadrada que agregábamos al último enjuague).
Sábanas bordadas, duras por el almidón, y la colcha también blanca, tejida al
crochet por mis tías.
Me he quedado en nuestro primer auto,
un Fiat 600 azul, chapa RAD 6856. Fiat de dos puertas en el que Jorge debía
poner muy atrás el asiento porque no le cabían sus largas piernas y sus pies
enormes calzados con zapatos negros acordonados.
Me he quedado en sus lecciones para
enseñarme a manejarlo, en sus explicaciones interminables sobre cómo
estacionar.
Jorge, poniendo cajones para simular
dos autos y allí tenía yo que meter el Fiat.
¡Se impacientaba!
Yo era, (soy), torpe, José. Qué me
importaba estacionar. Yo quería sentir a Jorge a mi lado, sentir su tibieza,
abrigarme con sus palabras que a veces no escuchaba para sentir solamente el
sonido de la voz, rozar su mano puesta en el cambio de marcha…
—Mamá, hacé una
transferencia de banco a banco. No andés por la calle con dinero.
—¿Transferencia?
—Te has quedado en el
tiempo, mamá.
“
He pintado mi casita
Y
la verja del jardín,
pero
antes de pintarla
he
consultado a Martín”.
Pinturerías Martín. Pintamos nuestra
casita, José, ante de casarnos. Discutíamos sobre los colores:
—Mejor blanco, toda la
casa blanca, incluso las aberturas. Así, parecen más grandes las habitaciones.
—Me gustan colores más
fuertes… Un celeste para la pared del respaldo de la cama. A lo mejor, en el
comedor alguna paredcita de color. Y todo lo demás, blanco, Jorge.
“Pinturas
Colorín
de
pinturas el campeón
y
así queda consagrado
el
mágico pincelito
y
colorín colorado”.
Usamos pinturas Colorín, José.
Pintamos celeste la pared del respaldo
de la cama y beige subido la que estaba detrás del trinchante, un mueble
antiguo que nos regalaban mis padres y que había pertenecido a los abuelos
paternos. Y nada más, porque la casita solo tenía dos habitaciones, cocina y
baño. En un rincón del comedor, el Winco,
el tocadiscos. Y en otro, sobre una mesita, el televisor en blanco y negro.
—Jorge, ¿dónde metemos la Remington ? Tu máquina de
escribir es enorme. Y vos la usás todos los días.
—No te preocupes. La guardamos
en la parte de abajo del trinchante y cuando yo la necesite, la saco… También
ponemos allí los papeles.
Poco tiempo después –por 1968– compramos
el lavarropas, tenía rodillo a manija para estrujar la ropa y había que
enjuagar a mano. Otro problema: ¿Dónde ubicarlo? Tenía que estar cerca de una
rejilla para desagotarlo… Lo pusimos en la cocina, José, porque tenía más
espacio y además estaba la pileta para enjuagar la ropa. Con el lavarropas ya
no fue necesaria la tabla de lavar… Usaba jabón en polvo “Rinso”; y para lavar
las prendas más delicadas que no se ponían en el lavarropas, jabón en panes “Sunlight”
(sunli). Para los bebés con piel delicada, jabón “La perdiz”.
—Jorge, no te pongas
gomina en el pelo. Dejalo suelto. Te queda más lindo. Además es más moderno.
—Queda más prolijo así
pegado.
—Parecés Carlos Gardel
en rubio… Papá usaba hace años gomina “Brancato” o “Glostora” y no le dejaban
el pelo tan duro…
Ahora sí que usa “el pelo suelto”…
pelado como está…
Jorge se peinaba con raya al costado y
el pelo hacia atrás, en ambos lados.
Jorge se compró un traje negro y una
camisa con gemelos en casa Muñoz para nuestra boda.
La primera ilusión, la primera vez, duele
el recuerdo, José… es que implica que fue, que ya no está, que es sólo memoria
arrancada de alguna parte para contar estas cosas… añoranza de tiempos ya
vividos.
No me importa haberme quedado en la
época de mi niñez, de mi juventud, de mi primera vez para tantas cosas, de la
llavecita para abrir la lata de paté foie (pronunciábamos patefuá), del “Eau de Cologne Atkinson”, de los fósforos
“Rancherita”, de mis amores.
Soy obsoleta.
¿Soy obsoleta? Voy a buscar la palabra
en el diccionario…
Sí, soy obsoleta ¿y qué? No me molesta.
Basta por hoy, José. Basta de
nostalgia.
Te dolía la memoria, que te olvidaste de poner tu nombre? !Por favor decime quién sos, tu texto me fascinó, es muy creativo y tremendamente profundo! POR FAVOR DECIME QUIÉN SOS!!!!!!!!!
ResponderEliminarSusana Olivera... Es verdad!!! Hasta eso se esconde en alguna parte de la memoria. Mi nombre... Cariños
ResponderEliminarSusana
Yo también busqué el nombre y no lo encontré, pero me jugué que eras vos, Susana. Insisto, tus diálogos y descripciones son hermosas. Felicitaciones. Ana María.
ResponderEliminarMe emocioné con tus relatos. Muy vívida la forma de narrar. Felicitaciones!. Teresita.
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