Haydeé Sessarego
Voy a tocar uno de los temas que tanto se piden en nuestros encuentros
semanales: el fútbol. Este relato transcurre a comienzos la década del 70.
En diciembre de 1970,
Central se jugaba la final contra Boca en Buenos Aires en cancha de River. Era
la primera vez en la historia profesional canaya.
Aclaro que buena
parte de esta historia me fue contada por Juan, mi compañero de vida. En la
mañana temprano, partieron en un Fiat 600, hacia la entonces Capital Federal.
Fueron Carlitos dueño de la “máquina”, Fito, Juan y Piru. Me
interesa recordarlos porque dos de ellos ya no están entre nosotros.
Luego de varias horas de ruta, que además estaba saturada
por la hinchada canaya, ya que era de
mano única, almorzaron una Coca y un chori
y ¡a sufrir! contra el equipo mejor posicionado y rival difícil.
En el estadio ambas hinchadas entonaban sus cánticos
típicos, pero no había agresiones que pasaran de un insulto o cargada del
contrario.
Central empezó ganando y a los 34 minutos del segundo tiempo
Boca empató. Fueron a tiempo suplementario y el local hizo un gol que definió
el partido. Esto fue así, porque instantáneamente la hinchada, que se dice “la
mitad más uno del país2, invadió el campo de juego y no dejó terminar la contienda.
Hubo una clara intención del árbitro de dejar a Boca, como el campeón de 1970.
Mi novio, Juan y Hugo, el de mi hermana menor, Adriana, eran
fanáticos canayones. Pero… hete aquí
que mi padre y mi hermano mayor, Charlie, eran fanas de Boca.
Mi padre era oriundo de Villa María, Córdoba. Estuvo pupilo
en un colegio primario de curas y uno de sus maestros, le regaló, allá por los
años 1920 y pico, un ejemplar de la revista “El Gráfico” para que se quedara
quieto y no molestara con sus travesuras. Así, sumado a que su familia era de
origen genovés, se hizo hincha del equipo xeneize.
Charlando con mi marido, me contaba una vez más en estos
días que, pese al resultado adverso y arbitrario, no hubo agresiones en el
estadio ni a la salida. Solo rostros tristes contra otros rostros exultantes.
Mi hermano no fue porque en medicina como en otras
facultades de la UNR, se rendía ¡hasta en enero! Transcurría la penúltima dictadura
militar, que finalizó el 25 de mayo de 1973.
Este partido se disputó el 21 de diciembre1970.
El 22 nuestros novios irían a casa de mis padres. Cómo
olvidar los ruegos de Adriana y míos pidiéndoles a papá y Charlie que “no
cargaran a los chicos”. Llegaron muy tristes como más de la mitad de la ciudad.
¡ Estuvieron” ahí” de salir campeones!
¡Inolvidable!: la ciudad adornada de azul y amarillo, a
rayas verticales se entristeció y todas las banderas, banderines, luces de esos
colores se fueron descolgando de a poco en esos días.
Pasó un año y Central llega a la semifinal, pero esta vez
contra el clásico rival local, Newell’s Old Boys, otra vez en cancha de River.
¿Qué canaya y/o leproso no iba a concurrir a ese
convite? ¡Todos y más también aunque no fueran de las escuadras rivales!
Aquí una anécdota particular: el Carlitos, dueño del Fiat
600, no iba. ¿Cómo llegar al “Monumental”?
Olguita, novia de Fito, nuestros mejores y más íntimos
amigos, que nos dejaron muy temprano, él en 1998 y ella en 2002, sacó
subrepticiamente la llave del auto de su padre, un Fiat 1500, que habían
apodado muy graciosamente como… ¡lamento no recordarlo y no contar ya con las
fuentes originales! Todo el grupete
lo empujó por avenida Belgrano. Aproximadamente una cuadra más adelante, lo
arrancaron para que padre y madre nos escucharan. Desde allí, ¡camino a Buenos
Aires! El “ingeniero”, padre, notó el faltante varias horas después. Se enojó
un poco, pero como era un hombre excepcional comprendió enseguida y creo que no
dijo nada.
La ruta 9 era un desfile interminable desde la madrugada de
coches, colectivos, camiones y todo vehículo que sirviera para llegar, además
del infaltable ¡tren en donde viajaban hasta arriba de los techos de los
vagones!
Ya en la cancha colmada, recuerdo verla por televisión,
desde ya en blanco y negro, tampoco pasaron de cargadas, algún insulto y también
algunos puñetazos. Nada mucho más grave.
Central vence con la famosa palomita de Aldo Pedro Poy el 19 de diciembre de 1971. Rosario
estalló en una alegría y algarabía ¡inolvidables! muy acordes a esos tiempos.
El 20 por la noche la ciudad con la hinchada, simpatizantes,
como quien esto relata, fue una ¡fiesta canaya
y peronista! Sin que nadie sienta que esto es partidario, porque al menos de mi
parte ya no lo es, la consigna como cántico subidos a camiones, chatas, etcétera
fue: “Qué lindo, que lindo que va a ser, Central campeón del mundo, Perón que
va a volver”. Me interesa remarcar esto, porque se inscribe en esa década tan
politizada y de militancia de la que los nombrados fuimos protagonistas,
proviniendo casi todos de hogares gorilas.
En este contexto político social, Central salía campeón por
primera vez. Para muchos fanáticos, cundía el entusiasmo y la alegría. La
violencia empezó más adelante pero no fue precisamente futbolística.
Roberto Fontanarrosa, nuestro recordado “Negro”, inmortalizó
esta final en su cuento: “19 de diciembre de 1971”. Para quiénes no lo leyeron
lo recomiendo porque es, sencillamente ¡desopilante!
En esos tiempos, salvo excepciones por accidentes como el de
la famosa tragedia de la, “Puerta 12” al término de un partido entre River y
Boca en junio de 1968, ir a las canchas era una fiesta sin mayores riesgos.
Agrego como broche final, una rareza muy loable para esos
tiempos. Piru era gay y concurría a Central junto a los muchachos y chicas que tanto
lo quisimos siempre. Cuando nuestro equipo hacía un gol, él gritaba como todos
los centralistas. Por qué negarlo, nuestro querido amigo era amanerado y los
hombres de la popu en donde estábamos
se daban vuelta y lo miraban. Nunca pasaron de dicho gesto, pese a que los
tiempos eran de mucha discriminación relativos a las orientaciones sexuales de
las personas.
Finalmente Central nunca salió campeón del mundo. Perón sí
volvió. Pero eso es harina de otro costal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario