Enzo Burgos
Estas rechonchas ecológicas son la
versión pobre de las pelotas de fútbol, especie de parientes carenciados que no
tienen lugar en el árbol genealógico del balompié argentino.
Muchos pretenden olvidarlas, pero
existieron ocupando un lugar en la cultura popular. Y siguen estando. Yo en
casa tengo muchas y ya les cuento mi historia:
Fabriqué un par para mis nietos.
Como sobraban materiales y estaba embalado, confeccioné varias más y las llevé
a los festejos del Día del Niño en Plaza de la Libertad para regalar a los
chicos y, además, algo de materiales para elaborar algunas más.
Entonces sucedió lo increíble. A
todos –grandes y chicos– les pareció una idea estupenda; y surgió esta idea
descabellada.
Inicié la campaña para conseguir
materia prima. Con los trapos no tuve problemas ya que una fábrica de
confecciones me entregaba bolsas con retazos. Con las medias sucedió lo
increíble. Coloqué carteles en negocios del barrio pidiendo medias viejas.
Sonaba alocado pero la respuesta fue muy buena, aunque todo se aceleró cuando
el doctor Luis Novaresio me efectuó una entrevista radial sobre este extraño
berretín. La repercusión la percibí en el acto. La nota terminó a las nueve y
pasado el medio día el teléfono de mi hogar seguía sonando. Fue como si en la
gente se hubiera despertado ese duende callejero que dormitaba en lo más
profundo de sus almas.
Para tener una idea cabe consignar
que en 2008 fueron 150 pelotas, pero al año siguiente llegaron a 1.000. A veces
más, a veces menos, hasta que llegó el momento culminante, el 24 de noviembre
de 2012 donde se vivió “la catarata de pelotas”: nada menos que 2.000 cayendo
por las escalinatas de Parque España. Ahí se cumplía el sueño del pibe, un pibe
con mucho más de siete décadas en su mochila.
Comienzan a reclamar mi presencia
de escuelas y allá voy con mis pelotas, material para enseñar y poder charlar
con los locos bajitos, aprovechando para contar alguno de mis cuentos
infantiles. Aseguro que charlar con un chico es una experiencia irrepetible.
Aprendí tanto de los mocosos que considero a estos encuentro lo mejor que me
dejaron las pelotas de trapo. Recuerdo las escuela del “Padre Claret” y “Juana
Manso”, Pando, un comedor guardería de Italia 2051, otra escuela de Villa Gobernador
Gálvez; y, como broche de oro, una visita invitado por las autoridades de la
Municipalidad de El Trébol, con charlas el viernes 9 de agosto en una escuela y
el sábado un stand preparado en la plaza (era la fiesta de pueblo) donde estuve
trabajando con un grupo de “chicas” del Taller Adultos Mayores “El chalecito
verde”. Luego, el regreso a Rosario, muerto de cansancio, pero contento como
perro con dos colas. Hasta mi bastón se cansó.
Como se puede ver, las rechonchas
ecológicas son el mejor regalo que me dio mi amiga la Vida, por eso ahora solo
pienso en volver a fabricarlas.
¿Después?
¡Qué importa del después!
Doble felicitaciones!!! Por la descripción y por la obra realizada. Excelente!
ResponderEliminarQué buena idea. Y qué éxito tuviste. Me encantó tu historia.
ResponderEliminarSusana Olivera