Teresita
Giuliano
Mi mamá decía que ella había cumplido con la Patria. Le dio tres hijos
varones. Los tres hicieron el servicio militar obligatorio, la colimba.
Cuando escucho a señoras y señores con aires de
moralistas pedir que vuelva el servicio militar porque allí los jóvenes se
“enderezaban”, aprendían a “valorar” lo que tenían, a “obedecer”, a respetar a
los mayores, y otras yerbas (de mate cocido), pienso que: a) no tienen memoria
o b) no han tenido hijos, nietos, hermanos, sobrinos que pasaron por esa
situación.
Mi mamá tenía razón. Cumplió. Con creces, con
lágrimas, con angustia, con zozobra.
También con la alegría y el alivio de ver
regresar a sus hijos sanos y salvos.
También con la desdicha de otras madres que no fueron
tan afortunadas como ella.
Y mis hermanos también cumplieron…
Omar
El mayor. El primero de la familia en ir al
servicio. Le tocó por sorteo Rosario, Batallón de Comunicaciones 121. Bueno, no
estaba tan lejos, eso daba cierto consuelo, podía volver a casa cada vez que le
daban franco. Pero… era el año 1978: conflicto con Chile por el canal del
Beagle.
Y, mientras el almirante Massera enviaba tropas
a la frontera y en las ciudades del sur argentino se realizaban ejercicios de
oscurecimiento para prepararnos para un cercano enfrentamiento bélico, a los
conscriptos los amenazaban con enviarlos al sur y las familias penábamos.
¡Mediación Papal!, Cardenal Antonio Samoré,
venerado y convertido en santo por mi madre desde su llegada.
Una tregua, podíamos contar con cierta
tranquilidad. Pero a Omar no le daban la baja, le retuvieron la libreta ¡dos
años!, convertido en reservista, de prepo,
nomás.
Eduardo
El siguiente, ahí nomás, al toque. Sorteo.
Todos pegados a la radio, esperando algún milagro, que por supuesto no
existió.¡Marina!, destino Buenos Aires y la Guerra de las Malvinas acechando, dolorosamente
concretada.
Vivir con un solo pensamiento, noche y día… vivir
con el miedo royendo las entrañas de una manera que nunca habíamos sentido.
Juan Pablo II vino a Buenos Aires y hacia allí
fue mi mamá. Le parecía que, si podía estar cerca, verlo o tocarlo, tenía más
chance de convencer a Dios de que frene esa locura llamada guerra.
Claro,
no lo logró. Tocar al Papa, digo. No pudo tocarlo… ni verlo. Ni de lejos. Solo
vio gente, gente, gente. ¡Ella sí que fue a Roma y no vio al Papa!
Mi hermano no llegó a participar directamente
en el conflicto bélico, pero como toda su generación, aún lo carga en su
mochila.
También estuvo dos años.
Andrés
El menor… ¡parecía tan chiquito!. Le tocó en
Crespo, Entre Ríos. Años 1983-1984.
La democracia en Argentina asomaba presurosa,
desafiante y a la vez medrosa. En ese período de confusión y descubrimientos,
el presidente Raúl Alfonsín pretende una desmilitarización y, como había tantas
cosas urgentes y graves que resolver, los batallones de reclutas quedan a la
deriva, casi diría que en el olvido, especialmente los del interior.
Con cada vez más bajo presupuesto, los soldados
no tenían ni para comer. (Andrés cuenta que se había hecho amigo del cocinero,
que le procuraba alguna ración extra, porque estaban siempre hambrientos, y en
una ocasión se hizo un sándwich de ¡arroz!)
Los mandaban seguido a casa y, aunque la
distancia no era corta, él se las ingeniaba para llegar, haciendo dedo en las
rutas, generalmente. A veces, llegaba con algún compañero que no tenía recursos
para ir a su hogar.
En la cocina, mi mamá desarrollaba una
actividad frenética. Había que alimentarlos.
Creo que estuvo alrededor de seis meses y luego
ya no supieron qué hacer con ellos.
Le dieron de baja pronto.
El relato precedente está escrito con la mirada
y los sentimientos de hermana.
Seguramente, ellos contarían otras cosas, otras
vivencias. Anécdotas para reír y otras para llorar.
También callarían muchas cosas, de las que
raspan el alma y es mejor no ponerlas en palabras para no revivirlas.
Pero de lo que estoy segura es que no fue la
mejor época de sus vidas.
Festejamos cuando levantaron el servicio militar
obligatorio.
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ResponderEliminarNo habiendo encontrado un correo-e para enviarle una anécdota de personas que onocieron la colimbra y tuvieron algo para relatar. Decidí escribirlo en mi blog www.anecdotasantroposoficas.blogspot.com.ar y lleva el título "Al justo le llueve en la tumba" adaggio que deviene del alemán. Cordiales saludos. Tatiana Czerniczyniec, viuda de Schneider ninaczerni@gmail.com
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