miércoles, 20 de mayo de 2015

La colimba ¿no es la guerra?

Teresita Giuliano

Mi mamá decía que ella había cumplido con la Patria. Le dio tres hijos varones. Los tres hicieron el servicio militar obligatorio, la colimba.
Cuando escucho a señoras y señores con aires de moralistas pedir que vuelva el servicio militar porque allí los jóvenes se “enderezaban”, aprendían a “valorar” lo que tenían, a “obedecer”, a respetar a los mayores, y otras yerbas (de mate cocido), pienso que: a) no tienen memoria o b) no han tenido hijos, nietos, hermanos, sobrinos que pasaron por esa situación.
Mi mamá tenía razón. Cumplió. Con creces, con lágrimas, con angustia, con zozobra.
También con la alegría y el alivio de ver regresar a sus hijos sanos y salvos.
También con la desdicha de otras madres que no fueron tan afortunadas como ella.
Y mis hermanos también cumplieron…

Omar

El mayor. El primero de la familia en ir al servicio. Le tocó por sorteo Rosario, Batallón de Comunicaciones 121. Bueno, no estaba tan lejos, eso daba cierto consuelo, podía volver a casa cada vez que le daban franco. Pero… era el año 1978: conflicto con Chile por el canal del Beagle.
Y, mientras el almirante Massera enviaba tropas a la frontera y en las ciudades del sur argentino se realizaban ejercicios de oscurecimiento para prepararnos para un cercano enfrentamiento bélico, a los conscriptos los amenazaban con enviarlos al sur y las familias penábamos.
¡Mediación Papal!, Cardenal Antonio Samoré, venerado y convertido en santo por mi madre desde su llegada.
Una tregua, podíamos contar con cierta tranquilidad. Pero a Omar no le daban la baja, le retuvieron la libreta ¡dos años!, convertido en reservista, de prepo, nomás.

Eduardo

El siguiente, ahí nomás, al toque. Sorteo. Todos pegados a la radio, esperando algún milagro, que por supuesto no existió.¡Marina!, destino Buenos Aires y la Guerra de las Malvinas acechando, dolorosamente concretada.
Vivir con un solo pensamiento, noche y día… vivir con el miedo royendo las entrañas de una manera que nunca habíamos sentido.
Juan Pablo II vino a Buenos Aires y hacia allí fue mi mamá. Le parecía que, si podía estar cerca, verlo o tocarlo, tenía más chance de convencer a Dios de que frene esa locura llamada guerra.
 Claro, no lo logró. Tocar al Papa, digo. No pudo tocarlo… ni verlo. Ni de lejos. Solo vio gente, gente, gente. ¡Ella sí que fue a Roma y no vio al Papa!
Mi hermano no llegó a participar directamente en el conflicto bélico, pero como toda su generación, aún lo carga en su mochila.
También estuvo dos años.

Andrés

El menor… ¡parecía tan chiquito!. Le tocó en Crespo, Entre Ríos. Años 1983-1984.
La democracia en Argentina asomaba presurosa, desafiante y a la vez medrosa. En ese período de confusión y descubrimientos, el presidente Raúl Alfonsín pretende una desmilitarización y, como había tantas cosas urgentes y graves que resolver, los batallones de reclutas quedan a la deriva, casi diría que en el olvido, especialmente los del interior.
Con cada vez más bajo presupuesto, los soldados no tenían ni para comer. (Andrés cuenta que se había hecho amigo del cocinero, que le procuraba alguna ración extra, porque estaban siempre hambrientos, y en una ocasión se hizo un sándwich de ¡arroz!)
Los mandaban seguido a casa y, aunque la distancia no era corta, él se las ingeniaba para llegar, haciendo dedo en las rutas, generalmente. A veces, llegaba con algún compañero que no tenía recursos para ir a su hogar.
En la cocina, mi mamá desarrollaba una actividad frenética. Había que alimentarlos.
Creo que estuvo alrededor de seis meses y luego ya no supieron qué hacer con ellos.
Le dieron de baja pronto.

El relato precedente está escrito con la mirada y los sentimientos de hermana.
Seguramente, ellos contarían otras cosas, otras vivencias. Anécdotas para reír y otras para llorar.
También callarían muchas cosas, de las que raspan el alma y es mejor no ponerlas en palabras para no revivirlas.
Pero de lo que estoy segura es que no fue la mejor época de sus vidas.
Festejamos cuando levantaron el servicio militar obligatorio.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. No habiendo encontrado un correo-e para enviarle una anécdota de personas que onocieron la colimbra y tuvieron algo para relatar. Decidí escribirlo en mi blog www.anecdotasantroposoficas.blogspot.com.ar y lleva el título "Al justo le llueve en la tumba" adaggio que deviene del alemán. Cordiales saludos. Tatiana Czerniczyniec, viuda de Schneider ninaczerni@gmail.com

    ResponderEliminar