jueves, 14 de mayo de 2015

Carnavales de antaño

Alberto Nicolorich

Estábamos en los albores del año 67, en San Lorenzo, ciudad en que me críe, que queda a 30 kilómetros al norte de Rosario por ruta 11, en la época en que se festejaban los carnavales en la avenida San Martín, cortando ambas manos, que estaban separadas por un cantero al medio, que terminaba en cinco o seis cuadras y añosos naranjos vestían las veredas a lo largo de la calle.
A la tarde comenzaban a verse los movimientos de gente para asistir a los hermosos espectáculos. Había carrozas de distintos barrios y comparsas con mucho colorido. Por esos años estaba de novio y tenía un pequeño Heinkel, un autito de tres ruedas que es realidad eran cuatro. Lo que pasa es que las dos de atrás estaban tan juntas que parecían una. Mi “ratón”, como lo llamábamos, era de color verde y tenía una franja plateada que lo cruzaba de adelante a atrás, un techo negro de lona que se levantaba para un poco de entrada de aire en verano. Se nos ocurrió disfrazarlo y anotarnos como carroza y así fue.
Dijimos “vamos a disfrazarlo como ratón” y así empezó todo el trabajo. Le hicimos una galera alta de cartulina negra con alas anchas y una cinta rodeando su base y la colocamos sobre la capota de lona con la finalidad de que, cuando pasáramos por el palco, pudiéramos moverla para saludar.
 Con la galera puesta, teníamos que continuar su armado y comenzaron a surgir ideas. Preparamos un par de ojos grandes blancos con el centro negro y los pegamos en el parabrisas, luego las manos, de cartulina color natural y las pusimos en los faroles delanteros. Al limpiaparabrisas lo abrimos y le pusimos una trompa con un pompón en la punta que al prender el motorcito del limpiaparabrisas se movía. Hicimos también una boca que ocupaba todo el portón delantero y de la que salía una lengua larga que llegaba al suelo.
Ya estaba casi listo y nos faltaba el pelo que lo hicimos con lana de color y las orejas se las pintamos en los vidrio laterales y, así, lo terminamos para salir.
La idea de los organizadores era que había que pasar cinco veces por frente al palco. Llegó la hora, le dimos al autito marcha, nos pusimos unas caretas y partimos.
 En ese momento vivía muy cerca del lugar y salimos con nuestro “ratón”. Las primeras tres vueltas estuvieron muy bien. Luego, empezaron las peripecias, pues el ratón se empacó, se paró y no quiso saber más nada de arrancar. Y, como suele pasar, siempre encontramos un buen samaritano que nos remolcó por una vuelta y cuando se enfrió arrancó y lo liberamos.
Hasta ahí, todo bien. Dimos media vuelta y se paró a 50 metros del palco. Lo bueno fue que el intendente y algunos amigos que nos seguían comenzaron a empujarnos y, por suerte, pudimos pasar por el palco y cumplir las condiciones anunciadas: cinco vueltas.
Conclusión: cuando entregaron los premios, grande fue nuestra sorpresa, porque salimos segundos y nos ganamos cinco mil pesos, que nos sirvieron para comprar cosas para nuestro próximo casamiento.

Después, al baile y a disfrutar… más que felices con el triunfo obtenido.

2 comentarios:

  1. Me hizo reír el percance... A veces los autos parecen que tienen vida propia para embromarlo a uno. Suerte que ganaron a pesar de todo y pudieron aprovechar el premio para iniciar su nueva vida... Muy fresco y simpático el relato.
    susana

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  2. Me encantó y cómo no iban a ganar un premio! Si ese coche era una ternura. Cariños a los dos. Ana María.

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