martes, 19 de mayo de 2015

Un lugar en mi barrio: la escuela primaria

Iris Fernández

Cursé la primaria en la Escuela n 79 “República del Paraguay”, zona sur, a la vuelta de mi casa. Retengo la escena en el patio de la escuela, acurrucadas como “pollos mojados”, en un ángulo del espacio libre donde hacíamos gimnasia las chicas, separadas del patio grande, donde los varones con el profesor desarrollaban su clase. Todas las semanas infaltablemente ocurría lo mismo, muertas de vergüenza, con una actitud huidiza y esquiva a la mirada de los chicos, corríamos al ángulo protector, hasta que sonaba el silbato de la profesora, que nos convocaba a iniciar el trote por todo el perímetro del interior de la escuela. Comenzábamos a trotar con nuestros bombachudos negros (en mi caso confeccionado por mi mamá) y el rompe vientos blanco como nieve. Se escuchaban risitas, silbidos y expresiones chistosas de los chicos hacia nosotras. A decir verdad, no nos gustaba al comienzo y si nos gustaba lo que ocurría a medida que pasaba el tiempo, porque nuestras repuestas eran más de coquetería que de enojo.
Concluí el nivel primario, los siete años con la misma maestra, la señora María Lina de Castro, una persona mayor, muy blanca, muy alta y robusta. Vivía en el centro y estaba separada. Había tenido una hija discapacitada, que había fallecido hacía varios años. Recuerdo que próximo al Día de los Muertos nos pedía que le alcanzáramos flores de nuestros jardines para llevarle. No era linda, pero había algo que me atraía, su forma de hablar, sus manos blancas, con uñas largas, rojas relucientes. Cuando escribía en el pizarrón, la parte superior del brazo, se le movía flácida. No sé qué representaba para mí, pero pensaba que tal vez cuando fuera grande me ocurriría lo mismo y me entusiasmaba pensarme igual.
Durante los siete años permanecieron cristalizados los lugares de los alumnos. El mejor, Víctor Hugo, abanderado durante todo ese tiempo y en todos los actos de la escuela; luego, el escolta Francisco, quien por pequeña diferencia en los promedios tuvo que resignarse a ser segundo. Luego, estaba el mejor compañero, en este caso era una chica, María Cristina, muy aplicada; y la “ganchuda”, Liliana Vázquez, hija de un militar. Su tía la llevaba y la iba a buscar en bicicleta, que tenía en la rueda trasera una red que protegía su pollera pantalón. Hacía una diferencia tan manifiesta que generaba mucha bronca entre el resto de las chicas. Yo trataba de no juntarme con ella. Mi amiga preferida era María Cristina.
Con relación a mí, la maestra me decía que era su “gatita mimosa”, no sé qué significaba para ella, pero yo me sentía cómoda en ese lugar. No tuve problema con el aprendizaje, mi maestra prefería Matemáticas. Nos daba dos horas todos los días. A mí me gustaba, porque coincidía con el pensamiento y valoración de mi padre sobre las llamadas ciencias duras. Lengua, especialmente redacción, nos daba muy esporádicamente, cuya única motivación para poder escribir era, hoy redacción, tema: “Un viaje”. Me acuerdo que empezaba a escribir y no podía terminar, se convertía en un escrito aburridísimo.
Elijo describir una escena entre muchas otras que recuerdo, porque me impactó de manera especial y cuando me hice adulta varias veces me retornó.
Ese día en la materia que si mal no recuerdo, estaba relacionada con Instrucción Cívica, preparó una clase práctica. Teníamos que votar. Dividió el pizarrón indicando los cargos de: presidente, vice, senadores, diputados… Luego, nos dio la consigna. Debíamos elegirnos entre nosotros quién ocuparía cada uno de esos cargos; mientras ella anotaba con cruces nuestra votación, que era a voz cantada. Por supuesto, las cruces para la presidencia y la vicepresidencia la obtuvieron Víctor Hugo y Francisco y así sucesivamente coincidió con el mismo orden escolar. También estaban los “burros” y los que tenían “mala conducta”. Diris, alto, morocho, erguido, cara risueña, se sentaba al final, en el último banco. Siempre atento a lo que ocurría en el aula. Era el cómico, vago, listo para aprovechar la ocasión, para hacer un chiste oportuno y provocar risas reprimidas entre sus compañeros. Ese comportamiento le costaba permanecer parado en el pasillo o ir a la dirección. Ese día electoral, se puso de pie, serio, comenzó a leer el papel que había preparado con los nombres que debían ocupar los distintos lugares. Como presidente eligió a Tomasito, tímido, vergonzoso, con bajos promedios. Como vice a Barreiro, alto, delgado, no participativo, había repetido en dos oportunidades los primeros años, época en la que había fallecido su mamá. Como ministro de Economía a Caiola, distraído, irresponsable, no le gustaba Matemáticas y jamás cumplió con las tareas; y, así, completó su lista. La maestra no pudo mandarlo afuera, ni retarlo, porque estábamos votando. Hubo risas por debajo pero nadie dijo nada, incluso, la maestra. Yo sentí lástima, vergüenza, no sé…

Creo que más allá de repetir el intento como tantas otras veces de hacer un chiste, sin saberlo rompió un orden estereotipado, donde todos estábamos anclados. 

3 comentarios:

  1. Probablemente, sin proponérselo, rompió la etiqueta que se les había puesto a los compañeros. O tal vez se lo propuso. Muy bueno tu relato.
    Susana

    ResponderEliminar
  2. IRIS, como estuve sentada atrás no escuché bién tu relato. Acabo de leerlo y esa anécdota que contás y que no podés describir la sensación que te dejó en su momento, creo que fue de desconcierto, porque "Diris" se atrevió a dasafiar a romper con los moldes. Desaió a TODOS, INCLUSO A LA MAESTRA.. excelente recuerdo!

    ResponderEliminar