Paquita Pascual
Podría haberme
inventado una, pero yo no necesito inventar nada.
Hace tres años que lo
estoy sufriendo y relatarlo me servirá de catarsis.
Apareció en mi barrio
de repente un día de verano; alta, discretamente vestida, su cabello cortado carré, denotaba una apariencia normal,
con ciertos rasgos polacos o, tal vez, alemanes. Su edad, indefinida.
Siempre activa no
aparentaba más de cuarenta años.
Siempre me intrigó la
necesidad de congraciarse con los vecinos
Especialmente conmigo.
Con su casa a cuestas
metida en bolsas de plástico se aparece todas las mañanas, donde una vez
elegido el portal donde deposita sus pertenencias barre toda la vereda de la
cuadra, limpia persianas y rejas.
Una vez terminada esa
tarea cose o teje sentadita en el suelo. A veces, escribe y. cuando le pregunto
“¿a quién escribes?”, ella me responde: “A Dios”.
Su figura se está
deteriorando día a día. Ya no tiene aquel cabello brillante cortado a lo carré. Hoy, su cabeza parece una bola de
billar.
Alguien me dijo que
esos cortes lo hace la policía, que de noche hace otra vida…
Su blanca piel, que
otrora lucía anacarada, hoy está ajada y marchita. Su boca, sin dientes, ya no
pueden disfrutar de los alimentos que algunos vecinos le acercan.
Quisiera llegar a ella
y ofrecerle mi ayuda, pero su orgullo me lo impide. Niega dormir en la calle y
yo sé que lo hace.
Cuando le pregunto
“¿qué estás cosiendo?”, me responde: “¡Me compre un pantalón y me queda largo!”.
O: “Me compré medias y las guardo para salir”.
Yo que me digo
cristiana no hago nada por ella más que alcanzarle algún alimento u alguna ropa
abrigada, pero no la traigo a mi casa ni la siento a mi mesa
Ni le brindo una cama.
Cuando a la noche, al
abrigo de mi hogar, su recuerdo me atormenta, le pido a Dios la envuelva en su
calor; y, a la mañana siguiente, cuando salgo a la calle, busco
desesperadamente su figura, para sentir que Dios me ha escuchado…
Pero yo sigo sin hacer nada por ella.
Hay veces que quisiéramos dar más de lo que damos, pero las circunstancias de la vida nos lo impide. No te sientas mal. Ella ya tenía su destino. Cariños. Ana.
ResponderEliminarMe hizo llorar compartir esta historia. Me duele tu dolor y tu impotencia por ayudarla. Es un ser hermoso, sin lugar a dudas. Y muy fuerte. Hermoso texto.
ResponderEliminarSusana Olivera
Este relato me produce el mismo dolor que cuando te escuche leerlo.
ResponderEliminarUn relato muy duro y humano de alguien que no se rinde.
Un abrazo amiga.