miércoles, 6 de mayo de 2015

El fútbol (*)

José Mario Lombardo

“La Madreselva”, barrio villeguense, tenía la fortuna de llamarse precisamente “La Madreselva”, nombre de enredadera que definía ese lugar de casuchas blancas, patios arbolados, baldíos pelados a puro picado futbolero, almacén, boliche, embarcadero, ferrocarril, paso a nivel y sodería. Es una enredadera el barrio, un tejido, una trama que dibuja la vida. Es afortunado tener un barrio con nombre de enredadera.
Allá por mil novecientos cincuenta y tantos, teníamos un buen equipo de fútbol que disputaba sus partidos como local en el patio de los Sienra. Allí, resultábamos imbatibles, porque cuando íbamos ganando el tiempo transcurría con notable velocidad; pero si estábamos p
erdiendo, el partido parecía no terminar nunca, dando la sensación de que en ambos casos el tiempo se convertía en nuestro aliado. Cumplo en aclarar que ese “tiempo” era controlado por el infalible reloj despertador de la familia dueña de casa. No era el único barrio que disponía de ese tipo de medidores horarios un tanto parciales. Una vez cruzamos la vía para jugarle un partido a Ferro, un cuadro de la “Villa Ciclón” y, como íbamos ganando, el partido no se pudo terminar por falta de luz. Claro, en esa oportunidad, “Don Tanicho”, verdadero cacique de aquel barrio, tenía el reloj en la tribuna y se hacía el desentendido. La cosa fue que, cuando oscureció, ya hacía como sesenta minutos que estábamos jugando el segundo tiempo y así fue como la penumbra diluyó el resultado final.
En una oportunidad, nos invitaron de una estancia cercana a “Piedritas” para disputar un partido amistoso con asado incluido. “Piedritas” es una localidad que se encuentra a unos treinta kilómetros de Villegas en el camino a Rufino por la ruta 33. Contentos de poder trascender nuestros contornos villeguenses, contratamos un camión y organizamos el viaje con pelota, árbitro, delegado, camisetas, botiquín y banderín al tono.
En la mañana de aquel domingo, nos reunimos en la esquina de Molinari, frente a lo de Caiazza, cerca del paso a nivel que conduce al hospital. Sería tedioso nombrar a los integrantes del equipo, pero allí estábamos los quince o dieciséis jugadores, ansiosos de partir rumbo a la gloria.
Con el camión, junto al conductor –que era el dueño– llegó el encargado de conseguir la movilidad. Digamos que el camión pudo haber sido un viejo Ford cuarenta que tenía la cabina un tanto despintada, un motor venido a menos y una virgencita de Lujan sobre el tablero que supongo sería parte del milagro, porque el camión llegó, detuvo su marcha, esperó que el equipo tomara posición en la caja y, tras un leve temblor de embragues desgastados, se puso en marcha apuntando su trompa decididamente hacia Piedritas. En realidad, la caja del camión no era caja porque carecía de barandas. Más bien, convengamos que viajábamos en el fondo de la caja, pero sin caja; es decir, sin barandas… no sé si me explico.
No obstante, parecía que la cosa funcionaba, el vehículo evidentemente era noble y toda su nobleza la exponía en ese esfuerzo que, aunque a nosotros nos pareciese el último, su conductor, conocedor al fin de vaya a saber cuántos vericuetos mecánicos, manejaba convencido que no.
Así nos fue tragando la tierra, esa tupida polvareda de finísimo limo que se levantaba en la Ruta 33 en los tiempos en donde hacía verdadero honor a su apelativo de “Ruta del Desierto”. Después, cuando la asfaltaron, le pusieron ese nombre: “ruta del Desierto”. Pero antes… ¡antes había que ver los guadales! Había una zona, pasando la Estancia “La Ema” y un poco antes de llegar a la tranquera de “La Blanca Manca” que era un mar de limo donde los autos parecían flotar y más de uno, si pretendía apresurar la marcha, quedaba mirando para el otro lado al costado del camino.
Fuimos dejando atrás Villegas. Pasamos la curva, “La Ema” y justamente en ese lugar, antes de llegar a “La Blanca Manca”, allí donde se formó esa inmensa laguna en la inundaciones de los ochenta, cuando ya habíamos desechado temores de ignorantes de la mecánica, cuando ya presentíamos la cercanía de Piedritas, cuando comenzábamos a repasar tácticas para preparar el equipo practicando flexiones de precalentamiento mientras imaginábamos el asado final, justamente en ese momento percibimos como reaparecía aquel tenue temblor de embragues, mermaba la velocidad, se aplacaba la polvareda y fatalmente nuestra nave naufragaba en el mar de limo del que ya les hablé. Listo, final, caput, el camión no quería más.
El camionero se bajó y desgranando una serie de palabrotas se deslizó bajo el camión. Todo el equipo, ansioso, optó por imitarlo. El panorama bajo el camión era sombrío. Nos miramos, el camionero nos miró y nosotros también. En el suelo, junto a una de las ruedas traseras había unas cuatro o cinco tuercas desparramadas que echaban humo.
—Es el diferencial -nos dijo- No podemos seguir…
Caminamos hacia “La Ema” y pedimos permiso para pedir auxilio por teléfono. Después, algunos hicieron dedo, otros regresaron caminando y algunos nos quedamos a la sombra de los eucaliptus en la entrada de la estancia esperando vaya a saber qué. El camionero, a lo lejos, era un poste más del alambrado que fumaba esperando ayuda.
Como a las cuatro de la tarde apareció Legorburu en bicicleta. Venía de Piedritas todos los domingos. Iba a tercero del Industrial y de allí nos conocíamos.
—Vamos que te llevo dijo …
Y allá fuimos los dos lidiando con el camino dándole a los pedales un rato cada uno.
Como en aquella oportunidad no sé si llegamos a justificar nuestra ausencia del campo de juego, aprovecho ahora, unos cuantos años después, para disculpar al equipo de “La Madreselva” por no haberse hecho presente en aquel lugar aledaño a Piedritas.
Las razones expuestas, ruego sean consideradas como de “fuerza mayor”.

(*) El presente relato, que he modificado levemente, fue publicado el 11 de abril de 1995 en el diario “Actualidad” de General Villegas
        
                          



2 comentarios:

  1. Muy poético el primer párrafo... barrio con nombre de enredadera... se siente el perfume de esas flores. Después el relato es muy gracioso, especialmente con eso de las tuercas desparramadas...
    También puede haber poesía en el fútbo, ¿verdad?

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  2. Me encanto el relato. La querida ruta 33. Para nosotros los que vivimos junto a ella "ES UN CAMINO"pero como vos decis es la ruta del desierto y donde no se paga peaje los vecinos deben cortarla para que arreglen los baches.Esto ocurre hoy, desde Rufino a Villegas. Voy cada 15 dias.
    Volviendo al futbol, que distinto al de ahora. Lo importante era conseguir el transporte gratis, comer el asado y pasarlo bien.Por ahi habia algunas discusiones que no pasaban a mayores.

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