Tercer parte
Carmen Gastaldi
En el invierno de 1963 se cruzaron nuestros caminos, en el
cumpleaños de quince de una amiga mía. Para entonces, el abuelo, que tenía 23
años, todavía jugaba en Central Córdoba, pero como ya les dije el club pagaba
poco, como podía y cuando podía. Semana por medio había que trasladar al
plantel a Buenos Aires, afrontar los gastos del equipo, los técnicos, el
estadio, etcétera, etcétera, sin perspectiva a corto plazo de que eso se
revirtiera.
Al abuelo le venían ofreciendo jugar en las “ligas del
interior” y, finalmente, terminó accediendo y estuvo allí por unos cuantos
años, para culminar su carrera futbolística en los torneos internos del Club
Atlético Provincial.
La cancha sigue estando en el mismo lugar; sigue siendo
visitada cada partido por su fervorosa hinchada y por otros. De casa, en las
tardecitas, se escuchan los gritos de ¡goooool!, que quedan como perdurando en
el aire.
El entorno ya no es el mismo. No más yuyos, no más
“campitos”. En estos terrenos se yergue, desde hace unos pocos años, el parque
“Hipólito de Yrigoyen”. Pocos años, pero suficientes, para que los arbolitos
que se fueron plantando hoy luzcan bellos esbeltos y frondosos. Senderos,
césped, juegos para niños, pororeros
y, ahora, una calesita. Están la plaza y el monumento en honor al “Che”; otra
placita, enfrentada con la escuela de su mismo nombre “Constancio C. Vigil” y
algunas más que no recuerdo.
La cancha en el medio.
Gente caminando, trotando, familias con sus niños
disfrutando del sol y del aire.
¿Recuerdan que les hablé de “la gloria”?
Con el abuelo, ya sea por mandados o simplemente porque nos
gusta caminar el barrio, salimos a recorrerlo, siempre y hasta el día de hoy
solemos escuchar: “¡Hola, Motoneta!”, una palmada, un abrazo, un recuerdo o tal
vez: “¡Buby, el mejor wing derecho de Rosario! Vamos, Buby, vamos a darle una
mano a Central Córdoba”.
Hinchas, herencia de abuelos a hijos y nietos que, aún
amando a otras camisetas, son simpatizantes del glorioso Córdoba; tal vez, porque al ser un club “chico”, de barrio, con un
estadio humilde, sigue pintando un fútbol de otros tiempos, casi de “campito”.
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