Por Luis
A. Molina
Hoy miro
este frasco y me retrotraigo a aquellos años cincuenta, donde no comprábamos
dulce. El presupuesto no daba para tanto; pero mi madre me regalaba ese placer,
que para un goloso era una fiesta.
El
azúcar, aparte de escasear, era cara, la batata no lo era tanto por eso era la
preferida, la pelábamos, tras lavarla y cortar en dados iba derecho al agua de
cal, donde luego de una noche quedaban armados para después de ser cocinados y
convertirse en dados dulces en almíbar, toda una delicia. Además, cocinaba con
leche todos lo posible que podía sabiendo que me lo devoraría, así ocurría con
la polenta, maicena, sémola, arroz y hasta mazamorra. Todo casero.
El budín
de pan era, y lo sigue siendo, mi favorito; pero me costaba esperar para
probarlo y eso dolía, porque cobraba
por pellizcarlo. Como en la cara exterior se notaba al instante, probé en el
agujero interior y tampoco tuve suerte; pero mi perseverancia dio sus frutos y
así fue como mi madre se enteró cuando ya era grande de mi eficaz manera de
robar.
Lo daba
vuelta con mucho cuidado, al estar patas para arriba le cortaba una tajada de
su base, quedaba un centímetro más bajo pero no se notaba, mientras yo me
regodeaba con su sabor.
¡Que
linda época! Mis bolsillos siempre estaban ocupados, pasas de higo o pelones
traídos de la casa de los abuelos en Córdoba, donde eran secados sobre el techo
de paja de la vivienda. Esta se encontraba en una soledad donde solo había
piedras gigantes, que con sus más de tres metros de altura eran inalcanzables
para mis pocos años. Recuerdo que todos se levantaban muy temprano a desayunar
para luego ocuparse de las manadas de cabras y ovejas, que debían llevar a
pastar cuidando que los zorros y pumas no hicieran estragos. A eso de las diez,
asaban choclos que eran como un copetín antes de almuerzo a mediodía. A la
noche, se encerraban los animales en corrales de piedra circulares. Las
gallinas se subían a los ombúes y allí dormían.
Era una
delicia comer quesillos que la abuela preparaba cuando no tejía en el telar que
estaba detrás de la casa. Lo habían confeccionado con madera de los árboles del
lugar, la lana tras la esquila, se escardaba, y la convertían en hilo, horas
pasaban con el huso, que giraba incesante mientras crecía el ovillo que luego
sería teñido y finalmente convertido en una prenda.
Recuerdo
que nos juntamos cinco generaciones desde la tatarabuela hasta yo que no
contaba con más de tres o cuatro años.
Llegar a
ese lugar era una odisea, solo circulaba un colectivo dos o tres veces a la
semana. Salía de la ciudad de Córdoba hasta Chilecito en La Rioja, camino de
tierra desde Villa de Soto, pasando por la cuesta de La Higuera, donde bordeaba
el precipicio. Algunas veces viajamos en la mensajería, que era una especie de
estanciera que transportaba el correo y algún pasajero ocasional. Nos dejaba en
el camino y de allí a caminar, mi pobre madre cargaba los bolsos un centenar de
metros y tenía que volver a buscarme porque no quería caminar. No sé cuánto
tardó en recorrer más de una legua que nos separaba de la casa.
Para
tener agua había que bajar hasta el rio, distante a unos trecientos metros y
traer en baldes, a su lado se encontraba un pozo de balde para sacar agua para
beber, aquel rio discurría entre las piedras rumoroso y lento; más cuando se
volvía bravío rugía en su torrente arrastrando todo cuanto encontrara a su
paso, era rio de montaña.
Para
comprar provisiones lo hacían a caballo, ya que el vecino más cercano se
encontraba a un legua. Por la noche, el silencio era tan grande que a gritos
podían escucharlos los vecinos, por supuesto eso fue cuando hubo una desgracia
familiar.
Allí, se
podía ver el cielo, no había luz ni ningún otro signo de civilización, vivían y
eran centenarios, con la paz como compañía. Hasta solían decir que escuchaban
las guitarras de La Salamanca o alguna bruja que pasaba por el lugar. Era gente
muy supersticiosa.
No sé qué
tiene que ver esto con el dulce; pero por un momento volé y regresé en el
tiempo hasta aquel lugar que no comprendía. Claro, era chico de ciudad.
Dejo
sobre la mesa el frasco y tomo un lápiz para dejar sobre la hoja este recuerdo…
Cierro
los ojos y paladeo aquel dulce que las manos de mi madre me supieron regalar…
Luis, realmente para mi fue una sorpresa esta narración del dulce, ya que te hacía realmente un chico de ciudad. Pero te despachaste con una hermosa historia de costumbres familiares de otro lugar. Me gustó mucho. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarEl contacto con la naturaleza en los primeros años de tu vida y el recuerdo de los dulces caseros que tanto te gustaban y te gustan más la receta del dulce denotan, una vez más que los recuerdos de la familia quedan gravados a fuego y nos marcan
ResponderEliminarcomo personas. Hermoso Luis tu relato.
Gracias chicas.
ResponderEliminarAna Maria, sigo siendo un chico de ciudad que tuvo la suerte de disfrutar mucho el campo, no solo de niño, también hace unos diez años.
Luis te entiendo tanto!, cuántas veces me sucede a mí, con un objeto, con una música, con un aroma, retroceder, buscar de donde proviene ese recuerdo y dejarme mecer por la ternura y el calor de los buenos recuerdos. Bello, muy bello tu recuerdo! CARMEN G.
ResponderEliminarGracias Carmen, comencé con un frasco y volé en el tiempo, sólo fue un disparador cual si fuera un sueño.
ResponderEliminarVolver a la infancia,a esa época de afectos tan fuertes, de recuerdos calientes que no se olvidan. La cocina, las manos de la madre regalando dulce trabajo a sus hijos... ¡Qué hermoso recuerdo!
ResponderEliminarSusana Olivera
Gracias Susana, este taller no hizo volver a esa época irrepetible.
ResponderEliminarQue hermosos recuerdos Luis ,disfruté mucho tu relato tan dulce !
ResponderEliminarMaria Rosa Fraerman
Muy bueno tu relato tocayo! Que raro que no sos gordo con lo goloso que eras y sos. A vos te pasò con esos lugares lo mismo que a mì con el campo, quedamos prendados de ellos para toda la vida.
ResponderEliminarLuis me encanto tu relato. Me llevaste a un lugar de ensueño, entre ríos, cuestas y sabores de los dulces que seguramente serian exquisitos. Te imagino saltando entre las piedras con el frasquito y el pan casero calentito que haría tu abuela .Bárbaro.
ResponderEliminar