El primer
arbolito de Navidad
Por
Elena Itatí Risso (Firmat, 1943)
En
nuestra infancia no faltó música, juegos, alegría, estudio, amigos. No había
medios económicos, pero mi mamá decía siempre ante nuestros requerimientos: “Con
plata cualquiera es vivo”. Entonces, no se compraba nada. Todo se hacía en casa
y al menor costo.
Todo
era estrictamente artesanal, ropas, juguetes, material de estudio sacado del “Billiken”.
Pocos libros, pero mucho estudio.
El
primer arbolito de Navidad que yo recuerdo fue, por cierto, hecho por mi mamá y
mis hermanos, mientras mi papá estaba cortando el pelo en la peluquería.
Fue
hecho con palos de escoba cruzados, en tamaños de mayor a menor y firmemente
atados a un palo central, clavado a su vez en un tarro con arena para que quede
bien firme
Era
todo recubierto con tiras de papel crepe verde, que tenían flequitos cortados,
trabajo que hacíamos los dos menores; mientras mis hermanas y mi mamá iban
recubriendo prolijamente los palos de escoba hasta que todo quedara bien verde.
¿Globos
comprados? De ninguna manera. En casa había mucho algodón, porque mi papá era
peluquero y lo usaba para rodear el cuello de los clientes antes de cubrirlos
con el paño blanco, de manera que nadie quedara con incómodos pelitos.
Entonces,
hacíamos bolitas grandes de algodón de distintos tamaños y los envolvíamos con
papel de celofán de diferentes colores vistosos.
Luego,
con cajas de dentífricos o de jabones –que venían en cajas– hacíamos simulacros
de regalos, prolijamente envueltos y adornados con moños de colores.
Ya
teníamos nuestro árbol y sus adornos. Faltaban las estrellas brillantes y el
cometa de la punta.
En
un mortero molíamos vidrio muy pequeñito y rebozábamos estrellas de cartón de
diferentes tamaños previamente pintadas con engrudo hecho con anterioridad.
Ya
nuestro árbol de un metro y medio brillaba y estaba lleno de colores
¿Cómo
poner velitas sin riesgo? En palitos de la ropa, de madera, pintados de
colores, pegábamos una tapita de una gaseosa de esa época llamada “Chinchibirra”.
Afirmábamos el palito a la punta de alguna rama y en ese platillo poníamos la
velita.
No
faltaba la nieve, entonces con pequeños copitos de algodón esparcido quedaba el
arbolito nevado.
Debajo
siempre había modestos regalos para todos.
Nunca
faltaba en Nochebuena el lechón cocinado en la panadería del vecino, el pan
dulce hecho por mi mamá y todas las vituallas que se acostumbran para esa
ocasión.
Seguramente
habrán estado primos y tíos; y, seguramente, todos cantamos mientras mi papá
tocaba el acordeón, o el bandoneón o la guitarra.
Genial, cuánta imaginación y creatividad! Felicitaciones. Es hermoso poder escribir y compartir tantas historias, no?
ResponderEliminarCuanto amor adornaba ese árbol. Que hermoso recuerdo y cuanta creatividad.
ResponderEliminarGracias por compartir. Un abrazo.
¡Cuanto ingenio, cuanta creatividad y cuanto trabajo! Tan organizado, tan pensado y sobre todo "tan lleno de amor" . Me encantó tu relato! CARMEN G.
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