Por Susana O.
Tuve la suerte de tener una
abuela que me contaba historias…
Se dejaba bañar por la nostalgia mientras
cosía… Para mirarle sus ojos –hermosos ojos grises, algo
tristes–, yo debía agachar la cabeza, y llevarla casi hasta sus rodillas. Me
encantaba su voz suave, sus cejas marcadas, sus manos laboriosas, las agujas
enhebradas pegadas a su pecho con los largos hilos que colgaban hasta la
cintura, los paños que estiraba con sus dos manos en el regazo.
Mis doce años me hacían imaginar
un mundo de maravillas metido en sus palabras.
“Mi papá llegó a la Argentina en 1860 –relató
en una oportunidad–. Venía de Castilla la Vieja con sus padres María y
Miguel, unos tíos y unas primas. Entonces él tenía catorce años. Debían viajar desde
Buenos Aires hasta Tucumán. Allí los esperaba un pariente que les había
prometido trabajo.
Contaba papá que el viaje había
sido terrible. Había llovido torrencialmente y los caminos estaban anegados. La
carreta en la que viajaban se había tenido que detener porque las huellas
embarradas demasiado profundas, no le permitían avanzar. Además varias carretas
habían tenido desperfectos. Y recién comenzaba la travesía. Al principio todos
estaban de buen humor porque sentían que lo peor ya había pasado: ¡la Aduana de Buenos Aires!
Pero no sabían que el viaje iba a ser una pesadilla.
Corría el mes de abril; la
lluvia había traído un cambio de temperatura muy grande, el frío los había
sorprendido y a pesar de ser pleno otoño, el clima de invierno había enfermado
a Mamá María. Fiebre alta, delirio, sin los medicamentos actuales y las
carretas detenidas en medio de la nada… campos y campos y pastizales y lluvia y
barro… Un cielo gris bajo, pesado parecía aplastar las cosas y las personas.
Además, siempre estaba la amenaza de los asaltos a la tropa de carretas. Así
que también los helaba el miedo.
La enferma, las provisiones que
habían empezado a escasear. Pero lo peor era que el agua casi se les había
acabado. Y era lo único que tenían para bajar la fiebre. Paños empapados en
agua sobre la frente, en las muñecas, en el vientre y los tobillos. Decidieron juntar
agua de lluvia, también usaban el agua de los charcos para eso.
Comenzaron a compartir la comida
con las otras carretas, a racionar el agua y las porciones. Pero ya hacía más
de un mes que el avance se había hecho penoso por las condiciones del tiempo.
Llegó un momento en el que no había más comida.
Se acercaba la Pascua de Resurrección. Era
exactamente Viernes Santo. Se había organizado una misa fuera de las carretas
para honrar a Dios y pedir por ellos, por salud y alimentos.
Mamá María ya estaba mejor, se levantaba y
participaba de las actividades diarias. Pero el hambre apretaba”.
Me causa angustia no saber cómo
mejoró la bisabuela, qué le dieron, cómo siguió su salud en el resto de la
travesía, o cómo los recibieron los parientes de Tucumán, cómo fue su vida
allá, por qué vinieron a Rosario: no tengo a quien preguntar. Con horror me doy
cuenta de que soy la más vieja de la familia. En mí morirá la historia de los
orígenes.
Sigue el relato de mi abuela:
“Mientras el grupo estaba
rezando, un pavo enorme pasó casi a ras del suelo. Papá buscó su escopeta,
otros hicieron lo mismo y lograron cazarlo.
—¡Es
un milagro! ¡Lo manda el Crucificado!– gritaban.
La fiesta fue enorme… por un
tiempo estaban salvados. Después, ya se vería.
Enseguida se preparó el fuego y
asaron el pavo. Debieron proteger las llamas del viento y la lluvia. Para eso
juntaron dos carretas e hicieron pantallas con mantas y cueros.
Finalmente, repartieron las
raciones entre todos. Me imagino cómo celebrarían el regalo!
Pero Mamá María… con toda su
energía recobrada dijo:
¡No! ¡No! No se come carne en
Viernes Santo. Está prohibido!!
Y pues, no se comió carne… No se
comió nada. Por lo menos, hicieron ayuno y abstinencia papá y su familia. Es
decir, continuaron su prolongado ayuno no sé por cuánto tiempo más.
El
resto de los viajeros hizo honor a ese regalo de
Por supuesto muy bello algunas lagrimas corrieron de una persona cercana a vos, muy cercana tanto como el amor de hermanos que nos unirá siempre en este hilo que contaste de esta trama que es la vida, por supuesto el encanto de la primera vez en todo no tienen parangon, besos y orgullosa de vos.
ResponderEliminarCuca
Gracias por leer mi texto y comentarlo. Nos vemos en clase.
EliminarQuiero saber más de la historia, no dejes de buscar. Qué fue de ellos, qué los siguió movilizando. Un abrazo enorme y felicitaciones.
ResponderEliminarGracias !!! Muy difícil investigar. Creo que la historia sólo será continuada por mi imaginación.
EliminarCariños
Sin palabras, te escuche en clase pero no había leído tu historia.
ResponderEliminarUna lección de vida.