Por María Rosa Fraerman
Rebeca era su nombre y, un día de 1930, con
tan solo treinta y nueve años partió para siempre, dejando a su hombre solo con
cinco hijos.
A David no le fue fácil educarlos, en
aquellos tiempos de tanta miseria y el dolor por la pérdida de su madre, los
hizo madurar siendo muy pequeños.
Cada uno hacia una tarea diferente. Algunos
dejaron la escuela para salir a trabajar. La presencia de una mujer en la casa
para contenerlos era más que urgente.
Después de un tiempo y luego de haber hecho
el duelo por su esposa, David toma la decisión de conocer a Lucía. Ella vivía
en Moisés Ville, a partir de su llegada a la Argentina en 1908, desde su Rusia
natal, escapando de la guerra y el hambre con tan solo quince años, junto a sus
padres y once hermanos.
A los treinta y siete años debe enfrentar la
vida sola y con dos hijos, dedicada a las tareas agrícolas, y con todo su
empeño para progresar se adapta rápidamente a una nueva cultura y un idioma
diferente.
Pero ella necesita a un hombre a su lado y
está ansiosa por conocerlo.
Un día David viaja a la provincia para
conocer a Lucía, lo acompaña su hijita Ana de tan solo diez años. Al llegar a
la puerta de su casa, ven a un niño jugando a la pelota, es Isidoro, el hijo de
Lucía que los invita a entrar, ellos se miran con desconcierto y asombro.
David y Lucía se casaron, ella se convertiría
en una madre amorosa y abnegada para sus hijos.
Más de veinte años pasaron y muchas cosas
sucedieron, pero lo más sorprendente es que Isidoro y Ana, esos niños que un
día se miraron con ojitos de asombro, se habían enamorado.
Después
nací yo.
Que hermosa historia, pensar que nunca buscó una pareja, siempre la tuvo a su lado, parece un cuento de hadas.
ResponderEliminarUn relato tan romántico como eres tu amiga.
Un abrazo.
Gracias Luis por tus palabras tan reconfortantes
ResponderEliminar