Por Ana María Miquel
Ella seguía trajinando en la
cocina, lugar que no era su fuerte, rallando papas y cebollas. Toda su fuerza y
energía estaba puesta en lo que tuviera que ver o relacionarse con la medicina.
No en atender una casa o hacer un huevo frito.
Pero ese día sus hijos le habían
pedido que hiciera las “torrejas de papas”. Y yo llegué justo a su cocina, para
verla en plena tarea. Cuando le pregunté qué estaba haciendo, me respondió que
era una comida polaca, que hacía su mamá. Su mamá, Victoria, había estado en la
Primer Guerra Mundial o la Gran Guerra. Y siempre decía que entre ir a una
trinchera alemana o a una rusa a pedir comida, era preferible hacerlo a esta
última, ya que los rusos eran más generosos que los alemanes.
Mientras ella seguía rallando
papas y cebollas, mi mente imaginaba aquel 1º de septiembre de 1939, cuando los
alemanes comenzaban a invadir Polonia. Los nazis avanzaban con su infantería y
detrás de ésta traían los tanques. Los pobres polacos avanzaban a caballo con
los sables en alto, pero no traían los tanques a sus espaldas. Así fue como se
rindieron el 6 de octubre del mismo año y Polonia pasó a ser parte del botín
alemán.
Entre tanto ella rallaba, yo le
preguntaba cosas de la guerra, de Polonia, de la familia, de cómo habían
llegado a Argentina en el año 38 escapando de la guerra. Y ella me contestaba en
algunos momentos con evasivas y en otros con verdades. Yo sabía que nunca le
podría ofrecer cuando venía a casa queso cáscara colorada, chocolate o bananas.
Ya que esos tres alimentos habían sido su dieta durante la travesía en el barco
que los trajo a Argentina.
En un momento dado me dijo: “En
una casa no pueden faltar: una papa, una cebolla, un huevo y harina. Ya si
tenés crema de leche es que sos rico”.
Esa era la base para hacer las
torrejas de papas: una papa y una cebolla ralladas en la parte gruesa del
rallador, agregar un huevo, sal y pimienta, e ir incorporando harina hasta que
la pasta se espese lo suficiente como para ir tomando cucharadas y llevarlas a
la sartén con aceite hirviendo. Cocinarlas, llenando la casa de olor a fritura,
parecido al de tortas fritas en un día de lluvia. Luego, se servían en el
plato, calentitas, con un copete de crema “si eras rico”.
Me gustaron tanto, que las seguí
haciendo en mi familia, pero las rebauticé y las pasé a llamar: “Pobres
polacos”. En honor a esos héroes anónimos que con solo una espada y un caballo,
pero con mucho orgullo y valentía, fueron capaces de enfrentar a semejante
monstruo.
No absorbí de ella las enseñanzas
de la Medicina, pero sí todo lo que tuviera que ver con las comidas de Europa
del Este. Y me hacía muy feliz cuando ella (la abuela Eugenia), venía en las
tardecitas de verano a sentarse en mi patio o mi vereda y me decía, con una
mirada pícara: “No tenés un porón?” por
“No tenés un porrón fresquito en la heladera?”.
Su vocabulario español era muy
amplio, pero había consonantes que le costaba mucho pronunciar, por ejemplo, no
decía “ciruelas”. Decía: “Cirvuelas”.
Siempre la quise y la admiré y lo
seguiré haciendo hasta mi último día, al igual que mis hijos.
Que fuerte es esa expresión, "Pobres polacos", es casi un homenaje a una raza que debió enfrentar la locura de un ser demoníaco que dudó en asesinar a inocentes en pro de sus delirios.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ana Maria , mi abuela también vino de Europa de Este, la trajo el hambre y la guerra , ella me enseñó muchas recetas con "papas y cebollas "y fué una mujer maravillosa.
ResponderEliminarGracias por compartir tu historia de vida .
Maria Rosa Fraerman.
Qué bueno Ana María!! Me volviste a emocionar! Yo la conocí y conversé mucho con la abuela Eugenia a pesar del poco tiempo que pude compartir con ella. Te aseguro que fueron momentos de mucho aprendizaje e inolvidables. La recuerdo con mucha ternura ¡ Imagino cuánto habrás aprendido vos! Lo volcaste hermosamente en tu relato. He leído también los de tus compañeras y compañeras:preciosos. Me identifico con algunos de manera increíble.Gracias Ana María, a vos y a todos los que escriben en tu blog. Es un maravilloso regalo. Abrazos y...¡¡¡ Felicitaciones!!!.Nía
ResponderEliminarme encanto....
ResponderEliminarComo dicen los chicos "ME HICISTE LLORAR BOLÚ". Qué buén recuerdo de tu abuela! y cómo nos marcaron. Ojalá dentro de "muchos años" nuestros nietos puedan evocarnos con tanto amor. CARMEN G.
ResponderEliminarMe gustó mucho el relato Ana María. ¡Cuántos héroes anónimos! Elena Itati Risso
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