Por Luis Alberto Zandri
Esta historia tiene que ver con
un animal que estuvo presente durante casi todo el curso de mi vida, estableciéndose
una relación muy particular entre él y yo, al cual quiero y admiro por su
belleza, fuerza, resistencia, nobleza, lealtad y paciencia: el caballo.
Esta relación comenzó cuando tenía
siete años. Fuimos con mis padres de vacaciones en el verano de 1951 a un
pueblo llamado Tacural, situado 280 kilómetros al norte de Rosario por ruta Panamericana
34 a visitar a una familia de apellido Bolatti, a la sazón parientes de mi
abuela materna, un ser entrañable digna de otra historia. Los padres vivían en
el pueblo con las dos hermanas gemelas menores: Edilia y Esilda y a pocos kilómetros
de allí en un paraje denominado Raquel. Los hermanos mayores Olivio, José y
Aldo, administraban y manejaban una chacra dedicándose a la ganadería y
agricultura.
Nos instalamos en la chacra, en
una típica casa campo de construcción antigua, alta, con muchas y amplias
habitaciones, con cocina económica, heladera a kerosene y faroles sol de noche
para alumbrar cuando llegaban las penumbras, con un hermoso jardín al frente,
circundada con alambre de gallinero y con una gran y frondosa arboleda a un
costado donde resguardarse en los calurosos días del verano para entablar
largas charlas, descansar y tomar unos ricos mates acompañados con tortas
fritas, pastelitos de membrillo o bolitas de fraile caseros.
Aldo, el menor de los hermanos,
fue el que por primera vez en mi vida me sentó en la grupa de un caballo, en
realidad era una yegua de pelaje oscuro, casi negro. Allí, comencé a conocer y
aprender que a los pelajes de los caballos no se les dice: blanco, negro,
amarillo, marrón claro, marrón oscuro, etcétera, sino tordillo, azabache,
alazán, gateado, zaino, bayo, etcétera. Es muy larga la lista y complicada.
Por supuesto que la yegua era muy
mansa y estaba ensillada con el "recado", que es la montura gaucha,
con cueros de oveja encima de todos los elementos que lo componen, lo que lo
hace más mullido y cómodo, a diferencia de la montura inglesa que es de cuero
duro y firme.
Me explicó cómo debía tomar las
riendas con una mano, los que son derechos lo hacen con la izquierda y "teóricamente
con la derecha llevan la fusta o rebenque. Yo, como soy zurdo, las tomo con la
derecha. Además, me enseñó como indicarle el giro a derecha o izquierda, cómo
partir, frenar o retroceder. Todo esto al paso del animal por supuesto, o sea
caminando.
Después, me llevó al potrero
donde pastaban las vacas con sus terneros y tuve mi bautismo de fuego. Antes,
me recomendó: “si tenés algún problema tírate a un costado que ella se va a
quedar parada en el mismo lugar”. Imagínense mi estado nervioso y el susto que tenía.
Anduve un buen trecho siguiendo sus indicaciones, todo iba bien, pero de pronto
no recuerdo que pasó y me tiré al pasto tal como Aldo me dijo y la yegua se
detuvo. Mi primo se asustó y vino corriendo a ver que me había pasado, pero
estaba todo bien.
En esas primeras y maravillosas
vacaciones quedé tan encantado con los caballos y todo el resto de los animales
que habitaban allí que, luego, todos los años durante el verano, acompañado por
algún familiar, el que me quisiera acompañar, volvía a visitarlos y me quedaba
todo el tiempo que podía hasta donde me soportaban mis parientes. Más adelante,
cuando cumplí los 12 años comencé a viajar solo por ferrocarril con el tren que
iba a Tucumán y ellos me aguardaban en la estación de Tacural.
Así, fui aprendiendo a trotar, a
galopar, a trabajar con el ganado, a realizar distintos tipos de arreos; es
decir, a efectuar todas las tareas que se efectúan en el campo con el caballo.
Tengo mil anécdotas para contar
de mis estadías en el campo como una vez que con José queríamos agarrar un
lechoncito de una lechigada de varios meses, al fin atrapé uno de las patas
traseras arrojándome como un arquero, pero su madre me corrió y tuve que
subirme a un tronco talado para refugiarme; o esa otra que fuimos con Aldo a
llevar 40 novillos a otro campo distante unos 40 kilómetros. Yo me sentía John
Wayne en una sus películas del far west.
En fin, hay mucho para contar y sería muy extenso.
Mi interés, amor y admiración por
el caballo fue creciendo y busqué siempre ir acrecentando de todas las formas
posibles, ya sea leyendo, hablando con la gente del lugar y experimentando con
los animales mis conocimientos sobre él.
Por supuesto que ya adulto,
cuando iba de vacaciones a cualquier lugar, sobre todo a la provincia. de Córdoba,
cuando llegaba a destino lo primero que hacía era preguntar dónde alquilaban
caballos y allá me iba a verlos y elegir los mejores para las cabalgatas
futuras.
Por razones de trabajo, estuve
desde 1993 hasta 1995 en San Pedro (Buenos Aires.), tierra de gauchos, hermosa
ciudad rodeada, de plantaciones de citrus, ciruelos, durazneros y viveros de
plantas de interior y exterior, lo que le da una belleza muy particular, por lo
que para mí, es la más linda desde Rosario hasta Campana (Buenos Aires), ruta
que recorrí muchas veces.
Trabajaba como encargado en un
negocio de carnicería de un primo hermano mío, Antonio, otro personaje para una
historia. Conmigo estaba un jovencito llamado Cristian, ayudante del carnicero,
que tenía dos caballos prestados que estaban a la venta en su casa y con él salíamos
varias veces a la semana a la hora de siesta a recorrer los campos alrededor de
la ciudad.
Luego, desde abril de 2002 hasta
agosto de 2007, estuve en Campana también trabajando con mi primo y, ¡oh
casualidad! el carnicero que tenía era “burrero” y tenía un amigo cuidador de
caballos en San Isidro. Por supuesto que fuimos varias veces al stud del amigo,
donde estaban los caballos pura sangre y también al hipódromo, según ellos, uno
de los más bellos y mejores de Sudamérica. Mientras ellos arriesgaban su dinero
en las apuestas yo me deleitaba viendo esos espléndidos caballos desfilando
delante de mí antes de correr y después en la carrera, eligiendo a uno de ellos
para ver si acertaba. Algún boletito jugué para darle más emoción. Además, mi
primo había comprado un caballo de carreras ya retirado por lo que tuve
oportunidad de montarlo varias veces, con mucho cuidado porque el pura sangre
es un animal muy nervioso y puede dispararse cuando uno menos lo espera.
Gracias a Dios, nunca tuve problemas con él. En una oportunidad mi primo lo
hizo correr en una cuadrera (carrera corta de hasta 500 metros), pero el pobre salió
último cómodo entre cinco participantes porque el gaucho que lo cuidaba no lo había
alimentado como correspondía. Mi primo se lo quería comer crudo. Este caballo
era de pelaje zaino y lamentablemente tuvo un final horrible, el pobre pateó
sin querer un panal de abejas y éstas lo atacaron y le dieron muerte.
Por último, desde fines de agosto
de 2007 hasta julio de 2010, viví y trabajé en Gualeguaychú (Entre Ríos) donde
me hice amigo de un señor que tenía imprenta, Luis Piñeyro. Este hombre poseía
una chacrita con sus 4 hijos varones y allí tenían 10 caballos, y gracias a
ellos tuve mi broche de oro.
Me prestó un hermoso caballo bayo
cabos negros (se les llama así porque el extremo inferior de las patas son
negros), pañuelo y chaleco negros, poncho rojo y negro, sombrero y rastra
(cinto gaucho con adornos diversos y hebilla ornamental), el resto de la
indumentaria lo aporté yo, me conectaron con una agrupación gaucha de la ciudad
y por fin: el 25 de mayo de 2008 desfilé con ellos en el corsódromo donde
anualmente se realizan los carnavales.
Además de tratar de aprender y
conocer sobre todo lo que tiene que ver con el caballo, también siempre traté
de entenderlo. Cuando uno monta un caballo muchas veces, se establece una relación
de mutuo conocimiento entre el jinete y el animal. Para comenzar, estar sobre
el animal recorriendo distintos parajes y paisajes, es una experiencia hermosa
que hay que vivirla para disfrutarla, no se puede describir y al hacerlo el
jinete va viendo como camina, trota o galopa el caballo. Como parte, para o
gira y de esta forma se va tomando el control sobre el mismo y produciéndose un
entendimiento mutuo que va haciendo fáciles todos los movimientos. Porque no
todos los caballos son iguales, habiendo animales más o menos “cómodos” para
montar. Por otra parte, el jinete va apreciando si el caballo está bien domado
(sin mañas), o si tiene alguna como cabecear, morder o patear, o si está
nervioso, notándolo por el movimiento de sus orejas, su cola, o pateando el
piso con una de sus manos estando parado.
El jinete debe hablar con su
caballo, él entiende, es muy inteligente. Parece cosa de locos pero yo siempre
lo hice y sentía que él me entendía y sabía que yo quería ser su amigo y como
tal lo iba a cuidar y darle buen trato.
En fin, este es mi humilde
homenaje a mi gran amigo: el caballo.
A mi también me gustan mucho los caballos . En la chacra de mi abuelo andábamos en un "petiso" así le llamábamos, adiestrado para los niños, que nos llevaba donde él quería. En la ciudad, vi cuidar dos caballos que ayudaban a mi padre en una jardinera de reparto . Los niños los acariciábamos, le dábamos azúcar para mimarlos... Cuántos recuerdos me trajo tu relato! Muchas gracias. Nora Nicolau
ResponderEliminarGracias Nora por tu comentario. Perdòn por no haberte respondido antes. Es que soy muy remolòn para usar la computadora, pero ahora con esto del curso lo estoy màs asiduamente. Quedè sorprendido por la cantidad de años que viviò el petiso que montabas vos cuando eras niña.
EliminarLuis, tu relato me atrapó desde el principio al final y aprendí muchas cosas que no conocía.
ResponderEliminarGracias !
Maria Rosa Fraerman
Gracias Nora y me agrada que compartamos nuestro gusto y amor por los caballos. Siempre han sido una parte importante en mi vida.
EliminarGracias Marìa Rosa y me agrada que hayas apredindido algunas cosas sobre los caballos. A mì desde la primera que fuì al campo quedè encantado y siempre tratè de aprender todo sobre la vida rural.
ResponderEliminar"Era una cinta de fuego, galopando, galopando, crin revuelta en llamaradas, mi alazán te estoy nombrando" Atahualpa Yupanqui. Tu relato me llevó a esta canción. Elena Itati Risso
ResponderEliminarGracias Elena por tu comentario. Me hiciste acordar que ese tema de Atahualpa lo tengo en un CD. Lo voy a volver a escuchar.
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