Por Carmen G.
Si yo tuviera que hablar de la
infancia, retrocedería en las alas del tiempo y hablaría de mi propia infancia.
Sí, de esa infancia donde los colores tenían dueños. ¡Ninguno escapaba a mi
vista! Todos acudían a formar parte de mi mundo; a medias, fantasía; a medias,
realidad.
El verde, pródigo y generoso,
todo el año presente, pero más intenso en primavera, tiñendo con sus distintas
gamas las copas de los árboles, alfombrando suavemente las plazas, los campos…
El amarillo, el rosa, el lila
salpicando las plantas de mi casa, inundando las calles de mariposas y, otras
veces, pintando con gruesos trazos el cielo del crepúsculo para que mi
imaginación de niña, llena de fantasía, tratara de descubrir en esas raras
formas mil y un personajes de leyendas.
El azul intenso y el plateado,
llegaban en las noches claras, invadiendo, como un manto de lentejuelas
brillantes, la tranquilidad nocturna. Azul, azul profundo, lago invertido donde
la enigmática luna navegaba, lenta y silenciosa, en busca del nuevo día que
traería consigo los rojos del amanecer, de los malvones, de los vestidos de mis
muñecas, del “¡Muy bien!” de mi maestra y de esa rosa aterciopelada, que me
espiaba en el fondo desde el tapial de mi vecina.
El gris, acompañado de un intenso
olor a tierra mojada, me acomodaba detrás de los vidrios del balcón, para
acariciar mis oídos con el arrullo de la lluvia.
Y muchos, muchos más, en sus
infinitas gamas. Algunos se siguen adueñando de mi presente. A otros los he
perdido. ¡Tengo que recuperarlos!
Como la paleta de un pintor! No dejes de escribir, pero tampoco de pintar! Ahora pude entender mejor. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarLA PINTURA ES TU FUTURO, NO LO DESAPROVECHES
ResponderEliminarMe pongo de pié para aplaudir su romanticismo señora poetiza.
ResponderEliminarExcelente manera de conjugar colores.