Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa:
la
última de las libertades humanas: la elección de la
actitud personal
que debe adoptar frente al destino para decidir su
propio camino
Víctor Frankl
Por Nilda Tuan
De pronto
comprendió que el lugar donde había nacido y vivido sus jóvenes años y la dicha
de amor junto a Rosa, a pesar de ser muy bello, no les ofrecía un futuro
cambiante y enriquecedor.
El sitio,
cercano a la frontera, con luchas permanentes desde sus antepasados no
contribuía como razón de peso para quedarse.
Y decidieron
partir, con muy poco, casi nada; en carro, recorriendo muchísimos kilómetros
hacia el puerto que los llevaría a un nuevo, lejano, pero prometedor mundo.
Durante la lenta
travesía del océano en barco, tejían junto a otros desconocidos compatriotas,
ilusiones…
“Allá nos espera
una tierra rica”.
“No tendremos
hambre”.
“Podremos
trabajar y cultivar (tal vez plantar viñedos)”.
“Dicen que los
campos se pierden en la lejanía .Parece que el suelo tocara el cielo”.
“¿Y si tenemos hijos
que seguirán nuestra lucha?”
Por fin
llegaron. La ciudad los impresionó: ¡tan grande!, la gente, los ruidos, las
voces. ¡Qué distinta a su Manzano natal! Hasta el aire era diferente.
¡Menos mal que
podían hablar con sus paisanos y comunicarse entre ellos!
Por eso, junto a
varios emprendieron otro largo viaje en tren hacia el interior, rumbo al norte.
En este momento comprendieron que todo lo que se hablaba en el barco no era
exagerado.
Finalmente,
bajaron en una pequeña estación con un poblado disperso y humilde, pudiendo
instalarse en una casa con una porción de tierra para trabajar. ¡Al menos,
habían conseguido esto!
Sabían que
algunos que se quedaron entusiasmados por su brillo en las ciudades, lo estaban
pasando no muy bien.
¡Manos a la
obra! A principios del siglo, en 1906, nació su primer hijo, Atilio. Después,
vinieron Gildo, María, Humberto, Lorenzo y, por último, Rosa María.
Fue duro,
extrañaron bastante; pero vivieron empezando cada día de una nueva manera, sin
saber nada de sus pocos parientes que quedaron en sus colinas natales.
Unos pocos años
después, la historia de Rosa terminó (1917). Entonces, para Atilio, mi padre,
el hijo mayor, con tan solo once años, significó además de dolor otro desafío;
pero es cuestión de una próxima historia. ¡Lo importante es seguir!
Emocionante historia de vida, me encantó leerte
ResponderEliminarMaria Rosa Fraerman
gracias compañera, a mí también me gusta mucho como escribís.Recién ahora puedo responder, que empiezo a leer las publicaciones, todas buenísimas.Nilda Tuan
EliminarLa vida nos lleva por recónditos caminos donde aprendemos a sobrevivir, los años nos muestran que todo pasó por una razón y que gracias a ello hoy somos y compartimos nuestro orgullo.
ResponderEliminargracias por tu comentario, Luis.Como, creo sabés, no tengo fotos de mis ascendentes.Ya, a partir de mis padres, sí.
Eliminarverás porque voy incorporando lo poco rescatado de la vida de mis familiares.
Nilda, bien dice Luis "la vida nos lleva..." y es así, más fuerte en la época de nuestros abuelos, que buscando nuevos horizontes, se atrevieron al mar. Creo que las historias de los que integramos este grupo, se tocan en muchos puntos y cada vez que leemos encontramos coincidencias. Duro y Bello! CARMEN G.
ResponderEliminarGracias Carmen.Quien más o menos tenemos bastantes coincidencias.
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