Por Ofelia Alicia Sosa
Año 1962, noche estrellada.
Faltaban apenas horas para que llegaran los reyes. Yo tenía nueve años.
Como todos los cinco de enero mamá nos llevaba al parque Urquiza a mis
hermanas y primos a juntar pastito para los camellos.
Luego volvíamos a casa y poníamos el pasto, pan y agua para Baltazar,
Melchor y Gaspar, con nuestros zapatitos al lado.
Antes de acostarnos cantábamos la clásica canción de reyes…
“Por un blanco caminito de las nubes, ya vendrán los reyes / magos
hacia aquí. Con el lento caminar de sus camellos, cargaditos de juguetes para
ti…”. Y recién después nos dormíamos, hasta que la corneta que mi tía Dora
tocaba, nos anunciaba que los reyes ya habían pasado.
Presurosos nos levantábamos a buscar nuestros juguetes.
Esa noche encontré el hermoso juego de modista que había pedido en mi
cartita.
Pero, cosa extraña, el que estaba exhibido en la juguetería de al lado
de mi casa, ya no estaba más.
Trescientos sesenta y cinco días después, llegó la noche añorada.
Como cada día de vísperas de reyes, fuimos a juntar pastito al parque
de la vuelta de
mi casa. Pero esta vez nos acompañó la tía Ena, que no tenía hijos.
En un momento que quedamos rezagadas, me tomó del hombro y me dijo en
forma
directa. ¿Sabías que los reyes magos son los padres?
Quedé impactada y no supe que responder, porque yo sospechaba o sabía o
no quería saber. Me alejé corriendo y me uní a mis hermanas para seguir el
ritual.
A la mañana siguiente sonó la corneta, pero no corrí como siempre lo
había hecho. Aunque sin tanta alegría, disfruté de mi juego de cocina, versión
pequeña de la batería de mamá.
Esa misma mañana, sonó el teléfono… era la voz de mi tía que decía: “¿Vos
sabés que los reyes pasaron por mi casa y te dejaron una muñeca?”
Y yo me escuché diciendo: “Gracias, tía. Le digo a mi mamá que la pase
a buscar”.
Me pincharon el globo, pero con los años me enteré
que a ella mi tío la retó.
No es para menos Ofelia, creo que es la desilución más grande que puede recibir una criatura. Pero bueno, con dolor se crece, y vos pasaste a ser la más "enterada"del grupo, me imagino. Muy lindo lo escrito. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarEs cierto, forma parte del crecimiento y por suerte el dolor deja una enseñanza.Gracias Ana. Un fuerte abrazo: Ofelia
ResponderEliminarFueron hermosas ilusiones, cuantas veces no queríamos dormir para poder ver al niño Dios o a los reyes. Siempre nos ganaba el cansancio...
ResponderEliminarUn día nos enteramos de aquella realidad y luego pasamos a ser reyes nosotros. Aunque los niños actuales no son como éramos algo queda de ilusión.
Hermosa tu prosa amiga.
Un abrazo.