Por Ana Teresa Padovani
anatepadovani@hotmail.com
Papá me contaba esta historia
desde muy niña. Ellos vivían en San Lorenzo, al sur de la provincia de Santa
Fe, cuando lo que hoy es una hermosa ciudad, era un pequeño pueblo… Él me
decía: “Mamá y yo, deseábamos tener un bebe. Entonces, una mañana escribimos
una larga carta a París (porque en ese tiempo, año 1947, parece que todos los
niños venían de allá).
Una noche mientras dormíamos
sentimos un ruido. Me levanté… y sobre la claraboya del baño… estaba muy parada
una cigüeña… se la veía cansada…cuando me vio, desenrolló un trapo blanco que
colgaba de su pico…y de allí salió una hermosa bebé…y cayó en los brazos de
mamá y papá…y en ese momento supieron que se habían convertido en papis….y con
ese enorme gesto de amor, empezaba tu vida….”
Nunca me faltó nada. Tampoco me
sobró. Papá era empleado. Mamá se ocupaba de nosotros, un hermano mayor y yo.
Nada se compraba. Todo se hacía en casa, desde la comida hasta la ropa, pasando
por tanta otras cosas.
En el patio teníamos un enorme
gallinero, con gallos, gallinas, pollitos, patos y alguna vez un pavo. Ellos
nos proveían lo necesario y era un placer todos los días ir a recoger los
huevos al nido. Cierro los ojos y aun siento ese olorcito a paja tibia que lo
caracterizaba…
No faltaba la pequeña quinta y
algunos árboles frutales, que nos servían para jugar a los vaqueros, imitando a
los artistas de las viejas películas del oeste, donde los caballos eran las
viejas escobas, las balas, alguna mandarina caída del árbol.
¡Los juguetes eran lo que había!
Todo servía: los trapos para fabricar las muñecas, las latitas para preparar su
comida, como si no hubiera existido la palabra, hoy tan exigente, “cómprame”.
La mesa era el lugar más seguro
de encuentro. Cada uno tenía su lugar y su tarea. Uno ponía la mesa, otro la
levantaba y nadie osaba protestar o dejar de hacerlo, pues una mirada de mi
padre, bastaba, aunque no recuerdo que alguna vez nos levantara la mano para
castigarnos.
Mi hermano jugaba al futbol, en
la galería de casa, ya por el año 1955, con círculos de cartón que el mismo
cortaba de viejas cajas y las pintaba con los colores de sus cuadros
preferidos, hacía el arco con escarbadientes, las tribunas…y él era el relator
y con su voz imitaba la gente enfervorecida.
Si se cortaba la luz, aparecía en
la mesa, el candil, que ha quedado en mi recuerdo como una de esas cosas sin
edad. Era a querosén y tenía la capacidad de alumbrar en silencio. Se encendía
y se colocaba al centro de la mesa; y, mirando su llamita, imaginábamos
historias de casas embrujadas. O, quizá, nos hacía atados a tiempos más viejos,
a un sentir con raíces. Pues había sido de la abuela.
La noche nos encontraba juntos,
cerca de la vieja radio, escuchando atentos “Los Pérez García”, la novela de la
época o el “Glostora Tango Club”; y la lluvia también era compartida por todos
rodeando la olla donde se freían los pastelitos…
Lo que sucedía con estas cosas,
ocurría también con los alimentos. A papá le encantaba la caza y en mayo, y con
mucho frío, marchaba en busca de perdices y liebres, que nos servirían para
pasar buena parte del invierno. Era una fiesta verlo llegar cargado de esos
bichos, que afanosamente mamá los preparaba en escabeche, pues no había ni
heladera ni frízer. Pero igual todo se solucionaba y lo que sobraba se
compartía con los vecinos, en eso tan lindo de aprender a dar sin esperar nada
a cambio.
Con el tiempo, todo fue
cambiando, el barrio creció y llegó la heladera. La primera, a hielo, la
teníamos en el lavadero. Después, la más moderna; y lo que antes se compartía
se empezó a conservar.
Esto es una pequeña parte de lo
que fue mi infancia, como se vivía allá por los años cincuenta. Sin apuro, sin
estrés, sin corridas, conformándonos con lo que había y, sobre todo, en mi
experiencia, siempre sintiéndome, amada, muy amada por mis padres. Y ese amor
siempre me mantuvo en pie, aun en los momentos más difíciles e hizo de mí, la
persona que hoy soy.
Ana muy bello tu relato, ¡cuánto nos parecíamos ! valores como la sencillés, la humildad, la solidaridad eran moneda corriente.
ResponderEliminarNo estoy en contra del progreso, para nada, si del consumismo desmedido y de tanta individualidad. Quiero volver a ver "La Familia Ingals!" Besos
Muy bello recuerdo Ana, para quienes vivimos aquella década donde la familia era el núcleo principal para una sociedad donde no primaba el consumismo y los valores eran otros.
ResponderEliminarMe encantó. Un abrazo.
muy lindo ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminarAna, me costó leerte, el recuerdo de esos tiempos me emocionaron, y una lagrima se me escapó casi sin querer.
ResponderEliminarGracias por tu ternura.!
Maria Rosa Fraerman
Gracias,a mi tambien se me escapa un lagrimon en tan lindos recuerdos...
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