Por Alberto Nicolorich
Revisando en el canasto de los
recuerdos vienen a mi mente algunos pasajes de la infancia que me han marcado
para toda la vida.
Veo la figura de mi padre en casa
haciendo mucho trabajos de arreglo y construcción de cosas, que me motivaron a adquirir
una especial habilidad para hace hacer trabajos manuales, como comenzar a
realizar juguetes para competir con mi grupo de amigos. Recuerdo que siempre
nos juntábamos en un campito que estaba al lado de casa a jugar, éramos 4 o 5 y
en el terreno preparábamos pistas para correr con autitos, uno de ellos tenía
un autito de Turismo de Carretera de plástico y nosotros corríamos con lo que
teníamos a mano.
Una vez mi Padre me dijo, pedilo prestado para
copiárselo y así hice. Para mi sorpresa, en casa tenía un cuadrado de madera
balsa, muy fácil de modelar. Después de días y horas dándole forma con un
bisturí que papá no usaba, comencé la ardua tarea de convertir la madera en un
auto, siempre consultando y recibiendo consejos, que hacían que se empezara a
vislumbrar lo que quería. Cuando el cascaron estuvo terminado, comenzó otro
problema y era colocarle las ruedas. Tuve que ahuecar los guardabarros y con
alambre que me proveía del consultorio de casa, comenzaba a hacer los ejes y la
suspensión, que era con las ballenitas que sacaba a las camisas que encontraba
en el ropero.
Todo iba fenómeno, pero otra
complicación: faltaban las ruedas. Después de mucho renegar y cortar madera y
tirar, pues nunca quedaban redondas, entonces otra vez la voz de la experiencia
aparecía justo en el momento oportuno y con una simple frase: “¿Por qué no usas
la tapita de los frascos de penicilina que eran de goma?”. Solucionado el
ultimo inconveniente, ahora sí a juntarnos con la barra a correr.
Después de que terminaba el día,
sucios de tierra hasta la cabeza, pero con el alma rebosante de alegría, pues
ese auto me había costado sudor y lágrimas; y lo hice con la supervisión de ese
maravilloso ser que me enseñó que en la vida lo mejor se consigue con paciencia
y esfuerzo.
Son estas cosas las que hacen que con el tiempo
te des cuenta que sencilla que era la vida en esa época y que, sin saberlo, teníamos
todo lo que necesitábamos para ser felices.
Alberto, me enterneció tu relato, ya que recuerdo a mis hermanos fabricando juguetes. Realmente, con qué poco éramos tan felices. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarQue bueno que los chicos que en la actualidad están siempre aburridos pudieran aprender lo que significa crear y el orgullo posterior de haberlo realizado. Sobretodo hoy que todo es comprado o virtual y el único valor que se puede considerar en el de compra.
ResponderEliminarUn abrazo, me encantó.