Por María Victoria Steiger
Mis padres son de Rosario, pero
por trabajo se establecieron en Mendoza capital.
Vivíamos en una casa enorme con
habitaciones grandes, patio, jardín con parral, plantas de tomates y distintos árboles.
No era de lujo, pero se adaptaba
al trabajo de mi padre, que era en la parte de adelante.
Somos una familia grande, seis
mujeres y un varón que nacimos en Mendoza, y la octava hermana acá en Rosario.
Intento acordarme de algunas
cosas en relatos cortos como si los tuviera que contarles a mis nietos.
Quizás cuando uno pretende que
el o los chicos se “porten bien”, no sería lo mejor.
Quisiera empezar con mi primera
experiencia.
Un día jugando muy a lo “indio” saltábamos
en el sillón del escritorio de mi papá, lugar prohibido y un poco lejos de la
vista de todos.
Era un espacio grande,
biblioteca, escritorio lleno de cosas tentadoras para nosotras.
Había tintero, lápices reglas y
no sé qué más.
¿Qué agarramos? Quién me
acompañaba en esto?
¡Mi hermana mayor! Las dos queríamos
una reglita de metal relinda. Me la
saco, se la saque y así una y otra vez. La “lucha” continuó y ¿qué pasó?
La regla fue a dar entre mis
cejas.
Se armó un griterío. Yo no sentía
nada, pero todos me miraban por todos lados y no encontraban bien qué tenía. Había
sangre por toda mi cara y ropa.
Mis padres me agarraron fuerte
para saber dónde estaba el corte. Así, toda quieta, era fácil ver.
La pregunta era: ¿cómo estábamos
ahí y cómo nadie se había dado cuenta? Esto quedó flotando porque en ese
momento la cuestión era: ¿qué hacemos con la nena?
Mi mamá se quedó con mis
hermanas y mi papá me llevó con un medico cirujano.
Era otra época, no había obra
social, urgencias a domicilio, apenas teléfono para saber si el médico podía
atenderme.
Fuimos al sanatorio, me pusieron
dos ganchitos de metal que para mí eran relindos.
Así fue como aprendí que los
cortes en la cara sangran mucho, pero en realidad no en ese momento, ni para
siempre.
Hubo otros cortes. Nos íbamos
turnando para que nuestros padres no se aburrieran.
Siempre escuche lo lindo de ser
todas nenas por lo tranqui que son,
pero ¡no era nuestro caso!
Todas las nenas normales que conozco son así, revoltosas, que no temen al peligro, mi nieta menor es un terremoto con su año y medio.
ResponderEliminarHermoso recuerdo Maria.
Un abrazo.
A medida que leía los detalles de mi casa, recordaba la mía que era igual ... sin la planta de tomates. Está tan bien relatada
ResponderEliminarque me parecía estar mirando la escena. Buenísima. Gracias por hacerme recordar.
Las travesuras es lo mas lindo de la niñez , que lindo es tener muchas historias para contar ,como la que relataste con tanta ternura.
ResponderEliminarHemoso Maria Victoria.
Maria Rosa Fraerman
Me encanto este relato!
ResponderEliminarGracias, B
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